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Los números 1

Esta Semana Santa coincide con los aniversarios fundacionales de Nazareno, Columna y Huerto. Antonio Galán, Carmen Jiménez y Antonio Perulero son sus hermanos más veteranos: los números 1

Antonio Galán, el hermano más antiguo del Nazareno, junto a la fotografía de su gran devoción. / Román Ríos
Arturo Rivera

24 de marzo 2018 - 23:34

La Semana Santa de 2018 tiene nombre y apellidos, los de Nazareno, Columna y Huerto. Tres hermandades que celebran sus respectivos aniversarios fundacionales: 250, 125 y 75 años cumplen cada una de ellas. Coinciden tres fechas redondas que además aluden a tres momentos muy significativos de la cofradías isleñas. A partir de ellos, prácticamente, podría contarse la historia de toda la Semana Santa de San Fernando.

Pero más allá de las salidas extraordinarias que esperan a este 2018 tan señalado, de los cultos especiales, de las conferencias, las mesas redondas y las imágenes insólitas que depararán estos tres aniversarios compartidos está el testimonio de los suyos, de su gente, de sus fieles y devotos que son, en definitiva, quienes día a día hacen cofradía. Y, especialmente, el de sus hermanos más antiguos. Por eso, para abrir esta nueva Semana Santa que hoy desembarca en La Isla hemos querido darle la palabra a ellos, a los números 1 de las hermandades de Nazareno, Columna y Huerto, para que sean ellos los que hablen de sus cofradías, de sus devociones...

Los tres pasan ya de los 80 años y los tres han vivido una Semana Santa que ni de lejos se parece a la de ahora. Modestos pero siempre fieles a sus cofradías, miran a sus hermandades desde la sabiduría y la paciencia que concede una larga experiencia. Y por eso ven mucho más allá, ven la verdad de esa Semana Santa que perdura. Siguen yendo a la iglesia a rezarle a sus titulares cada vez que tienen oportunidad. Y siempre los tienen presentes, quizás ahora que les toca bregar con los achaques propios de la edad más que nunca. Pero también se entusiasman como cuando eran niños cuando llega el día de la salida. Notan el corazón galopar en el pecho cuando las puertas del templo se abren y la cruz de guía pisa la calle. Se preocupan si el tiempo no acompaña, sin dan lluvia para la salida y la incertidumbre y los nervios se apoderan de la hermandad. Y, sobre todo, se emocionan al hablar de sus hermandades. Desde luego, hablar con ellos es recibir lecciones magistrales de amor a las cofradías y a la Semana Santa isleña. Sin duda, son la mejor muestra de patrimonio que atesoran las hermandades: el humano.

Antonio Galán -al que muchos recordarán por su zapatería- es el mayor de los tres. Cumplirá precisamente mañana 94 años, que son los mismos que lleva en la nómina de la hermandad del Nazareno. "Mi padre tenía la costumbre y al hijo que nacía varón lo apuntaba en la hermandad", cuenta. Eso -explica- era allá a principios de la década de los 30. Recuerda que de niño jugaba precisamente cerca del Mesón del Duque, que caía cerca de donde vivía. El Nazareno siempre fue una presencia en su casa gracias a la devoción de sus padres. "Mi madre no salía nunca de casa pero sí lo hacía el día. Los dos -mi padre y mi madre- iban detrás del Nazareno". Inluso tenía su propio rincón en la vivienda. "En el trozo de jardín que teníamos había un espacio reservado donde mi padre plantaba bungavillas. No se podían tocar: eran para el Nazareno. Cuando llegaba la Semana Santa venían a recogerlas para el paso... ¡No dejaban ni una!".

Antonio duerme mirando al Nazareno. Nos lo cuenta mientras nos enseña un primer plano enmarcado con el rostro del Señor de La Isla, la fotografía que tiene en su mesilla de noche. Y sentencia: "San Fernando es el Nazareno, de eso no cabe duda... ¿Qué más te voy a contar?". "Me acuerdo de que cuando era chico el Nazareno llevaba dos parejas de la Guardia Civil a caballo. Eso se perdió, claro... Siempre me gustó", evoca. Es una imagen que se ha quedado grabada a fuego en su memoria y que añora. Y durante años -dice- vistió la clásica túnica en la madrugada del Viernes Santo y salió cirio en alto como hermano de fila sorteando alguna que otra noche de levantera y otras de agua. "Ha habido de todo", recuerda. En varias ocasiones le ofrecieron pasar a formar parte de la junta de gobierno de la hermandad, algo que siempre declinó. Siempre fue "uno más", le gusta decir.

Guarda con especial cariño en la memoria aquellas noches -aquellas madrugadas del Viernes Santo- en la que el Nazareno llegaba hasta la calle Carmen y se adentraba por las Callejuelas. "Eso era para verlo", advierte. "Y no solo por lo bonito, sino por la fe... Allí se provocaba fe. El Nazareno bajaba la calle Carmen y los patios de vecinos se engalaban. La mejor colcha, la mejor prenda que tenían en la casa se sacaba y se ponía para el Nazareno. Los baches que había en la calle -en aquellos tiempos era algo habitual- los tapaban los propios vecinos. Era impresionante y era una exageración la cantidad de gente que arrastraba". Mucho ha cambiando desde entonces la hermandad del Nazareno, "pero no la devoción de San Fernando, eso sigue igual", advierte.

Este número 1 de la hermandad continúa yendo a la Iglesia Mayor para rezarle a la imagen del Señor de La Isla. "Voy todos los días que puedo y si el tiempo no me lo impide", aclara. Y cumple también, en lo posible, con los cultos de la hermandad. "Y siempre que voy y me pongo delante del altar del Nazareno me encuentro con muchísimas personas rezándole. Algunos se ve que ni siquiera saben persignarse, pero eso lo está viendo el de allá arriba, seguro. No se necesita saber rezar delante del Nazareno. Tú ve y háblale, como si fuera un amigo. Lo que necesites, pídeselo...", afirma emocionado.

Antonio Galán asegura que es "todo un orgullo" ser el hermano más antiguo, el primero de la nómina de una cofradía como la de Jesús Nazareno. Y máxime en un año como éste, en el que la hermandad se dispone a cumplir su 250 aniversario. Por eso -cuenta- no quiere faltar a la proxima madrugada del Viernes Santo en la que acompañará a la hermandad, una vez más.

La mitad exacta de años -125- cumple la hermandad más señera de la tarde del Domingo de Ramos, la de Columna. Y buena parte de esa historia cofrade puede contarla al dedillo Carmen Jiménez Márquez, su hermana número 1, que hace ya unos años que cumplió los 75 en nómina y que durante muchos fue su camarista y una colaboradora incansable. Se da en esta cofradía una insólita circunstancia. Porque, verdaderamente, que una mujer ocupe el primer lugar de la nómina de hermanos en una hermandad centenaria no es nada habitual debido, claro está, al papel secundario al que antaño estaban relegadas en las cofradías y a la imposibilidad incluso de que vistieran la túnica para acompañar a sus titulares en la estación de penitencia, una situación que afortunadamente quedó atrás hace tiempo.

Carmen, que ahora tiene 82 años, lo cuenta. Fue su padre el que allá por 1937 la apuntó en la cofradía junto a sus hermanos. Entonces no sabía que su vida iba quedar ligada para siempre a esta hermandad y al Domingo de Ramos. Por aquellos años se conformaba con acompañar a su hermano, que sí se vestía de penitente. "Iba con una bocina al principio de la procesión y yo, como no podía salir porque las mujeres entonces no rezaban para nada, le acompañaba. Iba todo el rato a su lado".

Es, qué duda cabe, una historia de lo más cofrade. Aunque no la única que Carmen Jiménez puede contar de la hermandad de Columna. Con el paso de los años su casa se convirtió prácticamente en una prolongación del almacén, donde se cosían, se remendaban, se lavaban las túnicas y se le quitaba la cera para la salida procesional, se hacían arreglos de costura para la Virgen, para el altar... En definitiva, todo lo que hiciera falta. "Toda mi familia ha estado siempre muy implicada en la hermandad. Mi ahijada, mis sobrinos... Hemos trabajado mucho por la cofradía", apunta.

Y así es. Durante un tiempo -allá por la década de los años 70- fue camarista de la hermandad. Recuerda con sumo cariño cómo llevaba los paños de los altares a las Capuchinas para que las monjas los lavaran o cuando ayudaba a vestir a la dolorosa... "Siempre ha estado la familia muy metida. Mi ahijada fue la que hizo la primera saya bordada que sacó la Virgen", apunta esta número 1, que comenta también aquella ocasión en la que por primera vez se estrenaron velas rizadas en el palio y fue su marido con otros miembros de la junta a buscarlas a Sevilla.

Solo se atrevió a vestir la túnica y a salir con la hermandad una vez. De eso -cuenta- hace ya mucho, más de 30 años. "Mi hermano estaba malo e hice promesa", explica. Aunque -asegura- nunca falta a su cita con el Domingo de Ramos. Ni ella ni los suyos, que se congregan en la Iglesia Mayor para arropar a la hermandad. El instante de la salida, las vivencias que suceden en el interior del templo en esos minutos, son su momento favorito. Se queda, por supuesto, con la primera levantá dentro de la Iglesia Mayor, sobre todo con la del palio, una escena sobrecogedora que precede al bullicio que luego acompaña la salida.

Carmen reparte sus devociones por igual entre el Cristo y la Virgen, "pero con ella -apunta- he tenido más contacto". Y eso, qué duda cabe, marca. Eso sí, aclara, "el Cristo -la imagen de Nuestro Padre Jesús Atado a la Columna- tiene una cara es una bendición". "Recuerdo que nos pasábamos la noche entera del Sábado de Pasión poniendo las flores para que estuvieran listas el Domingo de Ramos... ¡Estoy deseando que llegue ya el día!",admite dejándose llevar por la emoción.

La hermandad, qué duda cabe, ha cambiado con el paso de los años aunque la clásica estampa del misterio sobre su canasto de madera siga siendo una de la más características del Domingo de Ramos. Pero los hermanos de fila lucen ya con orgullo su terciopelo morado y sus capas blancas de inspiración juanmanuelina. Carmen, sin embargo, recuerda cada Semana Santa las túnicas antiguas, las de cola, capirote y fajín de tela que tanto se remendaron en su casa. "A mí me gustaba más la cola que se arrastraba por la calle...", evoca.

Cierra este trío único de números 1 una figura indispensable en la historia de la hermandad de la Sagrada Oración en el Huerto, Antonio Perulero Castaño, que avisa antes de empezar: "Como te empiece a contar cosas de la cofradía, no acabo...". Y efectivamente, Perulero, el número 1 de la cofradía del Martes Santo, es el testimonio vivo de la historia de esta hermandad pastoreña que ahora se dispone a cumplir 75 años de vida. Desembarcó en ella siendo un niño de apenas cinco años, cuando ni siquiera se había formalizado la constitución de la cofradía. Sus promotores -la junta pro-cultos que daba sus primeros pasos- andaban buscando apoyos y se acercaron hasta la casa familiar, en la calle Mazarredo.

Antonio Perulero lo cuenta con todo detalle. Lo sabe bien porque años después Paco Barreno -uno de los fundadores de la hermandad- le recordó la escena que se encontró aquel día cuando llamaron a la puerta de su casa. No había podido olvidarse de la insistencia con la que ese niño había rogado a la madre para que lo apuntaran en esa nueva cofradía que se iba a fundar en la Pastora.

Fue el comienzo de una relación que ha marcado toda su vida y que durante años -en dos etapas diferentes- le llevó a formar parte de la junta de gobierno de la cofradía, a ejercer de monitor de cultos, a ocuparse de las flores y de los arreglos del altar semana tras semana... Y todo eso ininterrumpidamente durante años. La última vez que se vistió la túnica fue en la Semana Santa de 2004. "Tuve que dejar de salir porque lo pasé muy mal", apunta. Pero, por supuesto, no falta a su cita cada Martes Santo.

Antonio Perulero ha visto los dos Huertos. El antiguo, el de los años 50 y 60 -que fue la primera vez que estuvo en la junta de gobierno- y el que empezó a despegar en la década de los 80 hasta consolidarse y convertirse en la potente hermandad que hoy es. "Yo llevaba años fuera, aunque seguía siendo hermano y mi hijo Jesús formaba parte de la primera junta auxiliar como secretario. Había cabildo de elecciones en 1980. Entonces, Ignacio (Bustamante) me buscó, habló conmigo, me dijo que quería que estuviera en la junta de gobierno y me convenció. Y allí estuve ininterrumpidamente hasta el año 2004", explica.

Perulero, verdaderamente, puede contar lo que ha pasado en el Huerto durante su historia mejor que ningún otro: nombres propios, fechas, momentos, estrenos... Pero si hay algo que le ha marcado es la relación tan especial que siempre ha mantenido con la Virgen de Gracia y Esperanza, antes incluso de que en 1953 la talla empezara a procesionar con la hermandad. Después de tantos años, está seguro de que de alguna manera estaba predestinado a vincularse a la antigua dolorosa. Desde que siendo un niño el día de su confirmación le tocó sentarse en el banco que estaba a su lado, desde escuchara hablar de la Virgen a la camarista, Sebastiana Leal, que paraba por su casa dada la amistad que tenía con su madre. "Era la encargada por indicación del párroco de la Iglesia Mayor, el padre Camilo, de organizar el septenario junto a varias familias que vivían por la calle Ancha, Mazarredo, Colón...", recuerda.

Ahí empezó esa unión, que luego se confirmaría cuando -ya en la junta de gobierno del Huerto- la Virgen pasó a ser titular de la cofradía, se le empezó a rendir cultos y a sacarla en procesión. "¡Imagínate lo que fue eso para mí, con lo que ella me tiraba!", apunta. Y recuerda perfectamente el día de la primera salida procesional que la imagen realizó bajo la advocación de Gracia y Esperanza y con la cofradía del Huerto, después de que fuera restaurada en Sevilla. Como no tenía ajuar para la calle -apunta- tuvieron que arreglarle un traje de novia que le donaron para la ocasión. "La Virgen era una expectación desde que salió. Salvo los devotos del barrio, muy poca gente la conocía porque la iglesia no se abría entonces para nada... Así que cuando la gente la vio en la calle se sorprendió. Se preguntaban, pero de dónde es esta Virgen, de dónde ha salido... ¡Qué cara más bonita tiene!".

También se acuerda perfectamente del año en el que la calle Ancha empezó a ser la calle Ancha. Es decir, en el que se formó la bulla delante del paso por primera vez, allá por la década de los 80. La calle -recuerda- estaba completamente llena de gente y la presidencia del palio se vio en una situación complicada cuando empezaron a ponerse delante, algo que en La Isla no se había visto. Incluso se pensó echar mano de la Policía para delvolver a todo el mundo a la acera. "Pero había que ver cómo miraba la gente a la Virgen...", dice. Poco después empezó a hablarse de la coronación. Y a principios de los 90 se presentó el expediente en el Obispado que entonces no consiguió prosperar. Tuvo que esperar década y media para que su sueño -que era el de todos los hortelanos- se convirtiera en realidad. Un día -admite- que pasó a la historia.

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