“Mi padre no entendía de distancia social y si alguien le daba la mano, se la cogía”
Alfredo Díaz. Médico, hijo del farmacéutico de Guillén Moreno fallecido por coronavirus en Cádiz
“En aquel momento no había ni mascarillas ni nada y yo sabía como era mi padre”
El hijo de Alfredo Díaz confiesa que una de las preocupaciones de su padre era no fallarle a su barrio
Alfredo combina el presente con el pasado a la hora de hablar de su padre. No es capaz aún de formular el pretérito imperfecto de los verbos cuando cuenta quién es, o quien era, su padre, el farmacéutico de Guillén Moreno.
Alfredo Díaz cuenta que siempre soñó con que el aplauso que brindó el barrio a su padre, horas después de morir por culpa del coronavirus y tras tres meses padeciendo la enfermedad, podría haber sido el aplauso que le debería haber recibido a su vuelta a la farmacia. Pero no pudo ser. Alfredo falleció el viernes, 19 de junio, y le dejó a su hijo una apuesta pendiente. "Me dijo antes de ingresar que se apostaba una cena a que él no tenía coronavirus. Se equivocó y, por desgracia gané y la cena ha quedado ahí pendiente".
Alfredo, a sus 32 años, ejerce como médico en la actualidad en el hospital de San Carlos. Le ha costado varios años de estudio un título que su padre, auxiliar de farmacia, se ganó sólo repartiendo cariño entre su vecindario. La farmacia seguirá siendo la farmacia de Alfredo, el médico de Guillén Moreno.
–¿Pasó alguna vez por su cabeza la reacción de la gente tras la muerte de su padre?
–No, esta repercusión no la esperaba.
–¿Cuándo empiezan los síntomas?
–El día 14, el día antes del estado de alarma, vine a comer a casa de mis padres como para despedirme. Yo, siendo médico, y, además trabajando en el servicio de medicina interna, sabía que podía contagiarme en cualquier momento, por lo que decido aislarme en mi casa. Mi novia y mi hijo se fueron a un campo que tienen mis suegros en Chiclana. Esa tarde fue la última que pasamos juntos. Después de eso ya casi no lo hemos vuelto a ver.
–¿Aguantó mucho en pie con síntomas?
–Sobre el 23 de marzo mi padre empieza con sintomatología. Mi novia y mis compañeros se reían cuando yo lo decía, pero yo sabía que mi padre iba a coger el Covid. Mi padre recibía a la gente enferma en la farmacia a pelo, en un espacio sin protección. En aquel momento no había ni mascarillas ni nada. Aparte, yo sé cómo era mi padre y él no entendía de distanciamiento social. Mi padre, venía una persona a la farmacia y si le tenía que dar la mano, se la daba.
–Por lo tanto no le sorprendió...
–Para nada. Yo sabía que mi padre era una persona que podía caer. Pronto empezó con síntomas. Algo de cefalea, con malestar. Mi madre no me quería contar nada pero mi hermana sí que, por detrás, me iba contando.
–Pero no había quien lo sacara de la farmacia...
–Siguió trabajando con un poco de tos. Ya el día del cumpleaños de mi hermana, llamé y me extrañó que me dijeran que a las tres de la tarde estuviera acostado, cuando mi padre no para. Mi padre se levanta a las seis de la mañana y está desde temprano al pie del cañón. Siempre tenía alguna historia entre manos. Eso demostraba ya una ligera postración. Pero a pesar de eso, incluso el día que ingresa con los niveles de oxígenos un poco bajos, ese día, estaba trabajando. Era muy bruto. Lo sé.
–¿Pero ahora el enemigo era otro, no?
–Imagínese cómo era él, que ingresó en el hospital y se apostó conmigo una cena a que él no tenía el coronavirus y ahí quedó la cena... Ingresó en la planta de medicina interna con unas gafitas nasales a la espera del resultado del covid. Pero en seguida dio positivo y pusimos en marcha con Modesto (el dueño de la farmacia de Guillén Moreno) el tema del aislamiento al que había que someter tanto a la farmacia como al estanco y se dio avisó al colegio de farmacéuticos.
Pronto pasó de necesitar muy poquito oxígeno a necesitar cada vez más. Yo lo llamaba cada dos horas porque no podíamos estar con él y se le veía agobiado, aunque parte de su agobio era el hecho de saber que ni la farmacia ni el estanco estuvieran abiertos. Su preocupación era no fallarle a la gente del barrio.
–¿Como médico no le permitían acceder a él?
–Podría haberlo hecho, pero yo era consciente de que existía escasez de equipos de protección individual y no me podía permitir pedirle a un médico o a un enfermero su traje para estar con mi padre. Eso, en ese momento, era un lujo.
–¿Estaba la cosa tan mal y no había equipos suficientes?
–Había equipos de sobra. La organización del hospital de Cádiz ha sido brutal. Nada de lo ocurrido estaba en los libros de Medicina de la carrera. Se preparó el hospital, la UCI, medicina interna, urgencias. Se preparó todo a conciencia desde el mes de febrero. Gran parte del éxito de que no haya habido en Cádiz más profesionales contagiados ha sido gracias a esa capacidad de reacción que ha tenido el Puerta del Mar. Había que seleccionar quién y cuándo usaba un equipo de protección. Sabíamos que en medio de la pandemia, si se rompía el estocaje podrían venir problemas.
–¿Ahí ya se vio forzado a elegir entre el sentido común o lo que le pedía el corazón que era estar al lado de su padre?
–Claro. Pero no te paras a pensar en eso.
–Para usted lo principal era que su padre estuviera bien atendido.
–Claro. Cuando uno está enfermo y puede tener a su familia al lado, algo tan sencillo como que alguien te de la mano o un beso te puede ayudar mucho. Y esto ha sido muy duro tanto para los que estamos dentro como los que se tienen que quedar fuera. Hemos vividos situaciones tensas en las que no podíamos ni llamarle por teléfono porque veíamos que se asfixiaba intentando hablar. Mi padre era escuchar a mi madre por teléfono y echarse a llorar.
–Pero su padre no fue el único caso de covid en la farmacia, ¿no?
–Caí yo, cayó mi hermana, mi madre, Modesto, María José (otra compañera de la farmacia).
-Su madre fue la que estuvo peor, ¿no?
-Mi madre desarrolló una neumonía.
–¿Ella llegó a ingresar?
–Yo la estuve tratando desde casa por teléfono y me iba contando los síntomas y yo seguía un poco los protocolos que se estaban usando en el servicio, con la colaboración de mis compañeros, por supuesto. Pero ya el cansancio iba a más porque era un tratamiento fuerte con hidroxicloroquina y la azitromocina que era lo que al principio avalaba más la poca evidencia. Ella estuvo 11 días ingresada porque se complicó con los corticoides con una infección sistémica.
–¿Y cuántas pesadillas pasan por su cabeza viendo a su padre y a su madre ingresados con Covid?
–Mi padre, además, no sabía que mi madre estaba allí ingresada. Ya entre medio, mi abuela, la madre de mi padre, tuvo que ser ingresada también no con covid sino para que le pusieran un marcapasos y estuvo en la misma UCI que su hijo. Ninguno de ellos era consciente de a quién tenían a pocos metros.
–¿Cuándo recuerda su madre su último abrazo a Alfredo?
–Se ha llevado sin ver a mi padre desde que ingresó. Ella lo acompañó al hospital, desde ese día no lo ve hasta principios de junio. El 6 de junio nos llaman desde el hospital diciendo que se había puesto muy mal de un día para otro. Dos infecciones a la vez no relacionadas con el covid. De hecho ya estaba fuera de la Unidad Covid.
–¿Ahí sí le dejaron verle?
–Sí. Pero realmente no estaba despierto y, después de 60 días en la UCI, su aspecto físico había cambiado mucho. Entonces si le podíamos ahorrar a mi madre ver así a mi padre, mejor. Si al menos hubiera estado despierto, no nos habríamos separado de él ni un instante.
–¿Se llegaron a despedir de su padre?
–Cuando empeoró hubo que intensificarle la ventilación. Estaba muy sedado. A pesar de ello, cuando un enfermo está sedado o con anestesia realmente nunca se sabe si puede oírte o sentirte cerca. Así que allí nos pegamos a él dándole ánimos. Desde que lo intubaron lo llamábamos a diario por teléfono. Le ponían el manos libres y no sabemos si nos escucharía o no pero nos gustaba que nos sintiera cerca.
Le contábamos cómo iba todo por casa, como estaba su nieto. Intentábamos mandarle ánimos y le pedíamos por favor que no se rindiera en ningún momento. Le transmitíamos cómo estaba el barrio volcado con él. Le poníamos alguna canción de carnaval...
–Cierto. Es conocida su afición por el carnaval.
–Siiii, Paco Rosado, que era muy amigo suyo, le grabó un audio que yo le ponía a mi padre por teléfono. Paco le cantaba varios pasodobles y cuplés. Sí, y además, luego un intensivistas de la UCI amigo mío que toca la guitarra en la antología de Villegas habló con Norberto que es el director musical del grupo, y le cantaron varios pasodobles por teléfono. De hecho, Norberto se ofreció a que cuando mi padre saliera de la UCI iría en persona a cantarle. Pero nunca se pudo llevar a cabo... También le gustaba mucho el flamenco. Era socio de la peña de La Perla e iba todos los viernes a ver flamenco.
–¿Se queda con la lección que le dio su padre o con la de su madre?
–Mi madre nos ha dado una gran lección a todos. El día 6 de mayo, o así, nos dijeron que no le daban más de 24 o 48 horas de vida. Mi madre sacó fuerzas de donde nadie las podía tener y cogió y abrió el estanco. Ella sabía que era lo único que podía hacer por mi padre desde fuera porque sabía lo que para él significaba este negocio y el estar siempre al servicio del barrio.
–¿Cuándo sabe un médico que tiene que tirar la toalla con su propio padre?
–Es difícil saber qué se puede hacer de más o de menos. Pero tú ves que cada día que pasa surge una nueva complicación y sabes que cada vez es más difícil remontar la situación. Siempre que me llamaban para decirme que la cosa iba a peor, mi miedo era siempre pensar en que algún día me dirían que paraban. Se le hizo un TAC cuando se puso tan malo después de que dejara de estar intubado y se le vieron signos indirectos de fibrosis, pero ya gobernaba un patrón inflamatorio. Aún la situación era repescable. Pero un día antes de fallecer se le hizo otro TAC para evaluar la situación y ya el patrón de fibrosis era mayor así como la inflamación. En una situación tan difícil era ya casi inviable que mejorase. No sé si eso él lo percibía y cada vez costaba más trabajo ventilarlo, sus tensiones eran más bajas. Él ya había tirado la toalla. Tenemos la tranquilidad de que se hizo por él todo lo que se pudo.
–¿Hubo cosas que se podrían haber hecho mejor?
–Creo que poco o nada mejor se podía haber hecho por salvarle la vida a mi padre. Siempre me he sentido muy orgulloso de pertenecer al hospital que pertenecía. De como se había llevado la cosa del Covid en Cádiz, como se había preparado, como ha actuado en todo momento la Dirección del hospital. Se hizo un plan de contingencia y se iba abriendo la UCI a medida que iban ingresando enfermos. Gracias a que todo se hizo como se hizo, se evitó que muchos compañeros cayeran enfermos a pesar de estar luchando en primera línea de batalla. Siempre me resultó admirable ver como todo el mundo remaba en la misma dirección garantizando siempre una asistencia de calidad.
–¿Cómo se da ánimos a una persona que llevaba ya más de dos meses aislado de todo?
–Recuerdo que al principio del aislamiento, yo le preguntaba a mi padre que qué le apetecía que le trajera. Al principio me pidió que le trajera el Diario de Cádiz, El Mundo y un par de revistas. A los tres días ya no tenía ni gana de leer, y eso que yo le quitaba al Diario las páginas en las que se hablaba de los fallecidos por el covid.
-¿En 90 días asimila uno lo que se ve a leguas?
-Siempre te haces preguntas como cuándo volveré a abrazar a mi padre o simplemente cuándo volveré a tener una conversación normal con él. Son esas pequeñas cosas las que siempre echaré de menos.
–¿Cree que ha servido para algo la muerte de Alfredo?
–Yo le contaba a mi padre la repercusión que estaba teniendo su ingreso en el barrio y que, gracias a eso, se había evidenciado la falta de medios en las farmacias para defenderse contra el Covid, siendo un servicio esencial. ¿Y sabe lo que me decía? Que nada más que por eso, valía la pena pasar por lo que estaba pasando.
–¿Crees que para sus médicos, la muerte de Alfredo ha sido un fracaso?
–Se han quedado con ese mal sabor de boca. Lo sé.
Pero Alfredo Díaz, hijo, no quiere acabar si una larga lista de agradecimientos destinados al barrio y al hospital, tanto al servicio de urgencias, medicina interna, pero sobre todo a la UCI, donde, "por desgracia, mi padre se ha llevado tanto tiempo. En la UCI lo han cuidado como si fuera de la familia. He visto enfermeras y médicos llorando por mi padre. La UCI fue su familia dentro del hospital". Se le piden nombres pero prefiere no darlos, "todo el personal médico, residentes de la UCI, enfermeras, auxiliares, celadores. Sé que han sufrido la muerte de mi padre como si fuera parte de sus familias".
"Y no quiero dejar fuera al personal de la farmacia que es mi otra familia, Mateo, Modesto , Macarena, María José, Paqui. O a dos personas que nos han ayudado mucho en todo momento. Son mi vecino José Luis Jordán o Manuel Romero, que tanto hicieron por mi padre y ahora lo están haciendo por mi madre o por mi hermana María”.
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