El párroco de Cádiz: "No recojo firmas contra el Papa"
Antonio Diufaín, el sacerdote que inició una campaña contra la bendición de parejas aprobada por Roma, explica su actuación
Tras la polémica ha dado marcha atrás en su posicionamiento frente a la declaración Fiducia supplicans
Está acostumbrado a las polémicas; de hecho, es uno de los nombres más sonados de la diócesis por su forma de actuar, y de ser. Pero en esta ocasión, su acción ha traspasado las fronteras de la ciudad y de la diócesis gaditana, adquiriendo la polémica un alcance nacional e incluso universal (o, al menos, latinoamericano). La apertura del Vaticano a la bendición de parejas del mismo sexo o extramatrimoniales (según el concepto católico del matrimonio) ha provocado el rechazo público del que fuera ecónomo de Cádiz y Ceuta y actual párroco de San Severiano y canónigo de la Catedral, Antonio Diufaín.
Este sacerdote gaditano, que acaba de cumplir 36 años de su ordenación, ha iniciado una campaña contra esa declaración Fiducia supplicans publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe que llevó incluso a la web change.org, donde se inició una recogida de firmas liderada por Diufaín, que días después de estallar la polémica retiró su nombre, como también hicieron otros sacerdotes de la diócesis de Toledo que -estos sí- fueron reprendidos por su obispo.
Después de todos estos hechos, Diufaín -con el que ha intentado contactar este medio, sin éxito- ha publicado su posición respecto a la campaña, a su actuación como sacerdote y a la citada declaración que abre la mano a la bendición de todo tipo de parejas. Y lo primero que asegura este sacerdote gaditano es que no se trata de una campaña contra el Papa Francisco. “No estoy recogiendo firmas contra el Papa. Queremos ayudar al Papa y, por el bien de la Iglesia, le pedimos que anule la Declaración Fiducia supplicans”, explica.
“Puede que algunos piensen que el medio usado o la plataforma digital elegida, no sean lo más adecuado, pero no se nos ha ocurrido otro, aún sabiendo que en esa plataforma digital se dan toda clase de peticiones, con las que podemos o no estar de acuerdo”, indica Diufaín, que recuerda que el propio Papa “tampoco ha tenido inconveniente algunas veces en hacer declaraciones y dar entrevistas a medios que también pueden ser considerados muy discutibles”.
Insiste Diufaín en sus críticas a la declaración elevada por Roma. “Por mucho que lo intento, y muchas veces que la leo, no entiendo a qué viene la Declaración del Prefecto de la Fe, ni qué aclara, ni qué novedad aporta. Y sé que muchos de entre nuestros fieles, tampoco. Incluso a muchos nos parece escandalosa, por lo que, sin decir explícitamente, parece dar a entender”, traslada, asegurando que en sus años de sacerdocio “he dado una infinidad de bendiciones a personas que por una u otra circunstancia (homosexualidad, adulterio, amancebamiento u otras) no podían recibir la absolución sacramental, pero que, conscientes de sus pecados y de su debilidad, deseaban ser ayudados por Dios”.
En defensa de su argumento, el párroco de San Severiano recurre a varias citas bíblicas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, así como al Catecismo de la Iglesia, para hacerse numerosas preguntas a raíz de la decisión adoptada por Roma respecto a las bendiciones. “¿Es pastoral dejar que se condenen algunas ovejas? ¿Hay una nueva forma de interpretar los textos de la Palabra de Dios, diferente de la que ha hecho la Iglesia anteriormente en su Tradición y Magisterio? ¿Ya no es el Catecismo de la Iglesia Católica “la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas e iluminadas por la sagrada Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia”? ¿La fornicación ya no es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana?¿Los actos homosexuales ya no son intrínsecamente desordenados? ¿ya no son contrarios a la ley natural? ¿pueden ser aprobados (bendecidos, consentidos, tolerados…) en algunos casos? ¿El adulterio, la infidelidad conyugal cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional, se puede consentir en algunos casos? ¿Ya no sigue estando siempre y en todas partes prohibido en el sexto mandamiento y en el Nuevo Testamento? ¿No fue por denunciar un adulterio por lo que le cortaron la cabeza a san Juan Bautista? ¿Ya no es una injusticia? ¿Ya no hay que tomar tan al pie de la letra la insistencia de Cristo en la indisolubilidad del vínculo matrimonial? ¿Ya no hay que decir que el divorcio es inmoral por el desorden que introduce en la célula familiar y en la sociedad? ¿No importa tanto que este desorden entrañe daños graves para el cónyuge, que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto contagioso, que hace de él una verdadera plaga social? ¿Ya no aumenta la gravedad de la ruptura el hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil? ¿Ya no tiene importancia que el cónyuge casado de nuevo se halle en situación de adulterio público y permanente?”.
Y ante todas estas preguntas, se sigue preguntando Diufaín, esta vez respecto a la actuación que debe tener un sacerdote a raíz de Fiducia supplicans: “¿Se podrá en conciencia bendecir (de la manera que sea) a dos personas que forman una pareja que sabemos que están objetivamente en situación de pecado grave? ¿o no sería más pastoral decirles que mantener esa relación les pone en grave peligro de condenación? ¿Será mejor dejarlas en la ignorancia o fingir que no nos parece mal lo que hacen, para no incomodarles? ¿Podemos, en conciencia, dejarlas conformes con su mal y su pecado? ¿Podemos, en conciencia, no advertirles del mal que se hacen y hacen? ¿Podemos, en conciencia, falsificar o camuflar la verdad, para no incomodarles y que se queden tranquilos y agradecidos bendecirles en su pecado? ¿Podemos, en conciencia, preocuparnos más de su bienestar temporal, de que no se sientan rechazados o excluidos, que de su salvación eterna? ¿Juan Bautista no tenía amor pastoral? ¿Y aquello de que “la verdad os hará libres” (Jn 8,32)? ¿Podemos, en conciencia, disimular o avergonzarnos del Evangelio? ¿Es pastoral o simplemente es más cómodo y guay? Y, ¿tiene cada sacerdote que cargar con la responsabilidad ante Dios, que no quieren cargar sus superiores, dejándonos a nosotros la última decisión?”.
¿Cómo exponer todo esto en el seno de la Iglesia?
Ante esta carga argumental contraria a Fiduccia supplicans, asegura Diufaín que la web change.org ha sido el único medio -o el mejor- que han encontrado “para facilitar al Papa un conocimiento de lo que piensan muchos fieles, con la intención de ayudarle en sus decisiones y en ausencia de otros cauces medianamente eficaces y en circunstancias difíciles para la vida de la Iglesia”. Todo ello porque “tengo la responsabilidad, el derecho y el deber, en razón de mi propio conocimiento, competencia y prestigio, como todo fiel cristiano, de manifestar a los Pastores sagrados mi opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarlo a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”.
Además, defiende que los fieles de la Iglesia “tienen el derecho a ser confirmados en la fe por el Sucesor de Pedro. Y cuando algo no se entiende, tienen derecho a preguntar”. Y puestos a preguntar a raíz de toda esta polémica, Diufaín lanza al aire una última duda: “¿Cual sería el cauce interno adecuado para que la inmensa mayoría del pueblo fiel haga llegar su opinión a los pastores?”.
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