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En patera a Cádiz para ser sacerdote, la historia de Anthony Enitame

Anthony Enitame, uno de los tres nuevos sacerdotes que este sábado han sido ordenados en Cádiz, llegó a la ciudad sin papeles y en patera al cumplir 18 años

Anthony Enitame, en un momento de su ceremonia de ordenación sacerdotal con el obispo Rafael Zornoza. / Jesús Marín

Qué sabe el hombre de los planes de Dios, de esos caminos que la Biblia califica como inescrutables. Y si no, que se lo digan a Anthony Enitame Acuase, que desde hoy es sacerdote ordenado, junto a dos compañeros seminaristas, en la Catedral de Cádiz por el obispo Rafael Zornoza. Un presbítero, un cura, que ha conocido como nadie las bajezas de la tierra y que ha recorrido, y sufrido, un duro camino hasta llegar a vestir el alzacuellos.

La historia de Enitame es desgarradora, al mismo tiempo que esperanzadora; dura, pero positiva. Él es un nigeriano que como tantos otros cientos y miles tuvo que emigrar de su tierra y de su familia en busca de un futuro que no sabía cuál sería ni dónde estaría. “Fue una experiencia dura. No tenía elección, cuando murió mi padre la realidad familiar cambió y cogí este camino”, ha contado Anthony Enitame en alguna entrevista concedida durante su etapa de seminarista, en la que recordaba cómo su madre “lloraba todos los días” por no poder alimentar a sus hijos. Por eso, él iba a una iglesia allí en Nigeria “llorando pidiendo al Señor por qué estábamos sufriendo tanto, por qué lo permitía”. “Rezaba y lloraba todos los días. Iba todos los días a la Iglesia a preguntar por qué tanto sufrimiento. Y un día surgió una idea en mi interior: lo único que puede cambiar la situación es el amor. Y ahí decidí irme de mi país”, confesaba este nuevo sacerdote que asegura que en aquel momento “no tenía idea de lo que era salir de mi país”.

Efectivamente, para llegar al destino de su camino, que afortunadamente le terminaría cambiando la vida, Anthony se tuvo que enfrentar a experiencias que casi no cuenta. De hecho, durante la travesía por África perdería a varios amigos. Algunos mientras cruzaban el desierto desde Nigeria a Marruecos, donde él, para sobrevivir, se vería obligado incluso a beber de su propia orina, “no por la sed, sino porque la garganta se va cerrando con el calor y la única manera es mear y beber, para que tenga fluidez”, confesaría en una entrevista realizada en Trece televisión. Otros amigos perderían la vida en el trayecto entre Marruecos y la costa de Cádiz, a bordo de una patera.

Ya en tierra, una de las primeras personas que se cruzaría en la vida de Anthony sería el recordado Gabriel Delgado, que a través de Tartessos lo atendió, le procuró una educación (en Salesianos) y lo acercó a una parroquia, San José, a la que estuvo vinculado tanto en tiempos del párroco Óscar González como de su sucesor, Salvador Rivera.

Asentado en Cádiz y avanzando en su formación académica y profesional, vinculada esta última a la rama de la electricidad, la vida aún depararía otro vuelco en Anthony, otro cambio de rumbo. Y es que ya trabajando y disfrutando de la vida, llegaría el momento de decirle sí a Dios. “El padre Salvador, muy enfermo antes de morir, en el hospital, me dijo ve al seminario, inténtalo, tienes que saber si realmente Dios te está llamando porque en tu vida se ve algo especial”, confesaría en una entrevista a la periodista María José Atienza publicada en Omnes en el año 2021. Y aunque al principio rechazaba tal posibilidad terminaría visitando el Seminario, de donde salió ayer tras los años pertinentes de formación para ser ordenado sacerdote.

Este cambio de rumbo no es casual ni repentino, ya que en alguna ocasión el ya exseminarista ha confesado que ya de pequeño tuvo alguna experiencia y vivencia religiosa, a pesar de haber nacido en una familia protestante. De hecho, a la familia le costó aceptar esta decisión vital, “ya que su idea era que yo venia a España a tener una vida nueva para cuidar de ellos y ayudarles económicamente, especialmente a mi madre” y no ingresar en un Seminario y consagrar su vida a Dios y a la Iglesia.

Así que Dios y Anthony siempre han estado muy conectados, aunque el hoy sacerdote no siempre lo haya visto tan claro. Porque cuando él dudaba de Dios por la situación en su país y por esas fatigas del viaje a España, “el Señor puso gente en mi camino”. “Siempre que he ido buscando ayuda ha habido gente”, añade, convencido de que Dios “aprovecha cada situación para abrir una puerta nueva”. Esas puertas que abrían cuando la desesperación acechaba, ese hilo al que había que aferrarse bebiendo de su propia orina cuando pensaba que terminaría muriendo, a buen seguro volverían a la mente de Anthony cuando esta mañana, tumbado en el suelo del altar mayor de la Catedral de Cádiz, ha afianzado para siempre su alianza con la Iglesia. Todo un viaje vital de Nigeria a Europa, de África a Cádiz, que cambió la vida por completo a este sacerdote que, precisamente, ha sido ordenado con 33 años. La misma edad que Cristo.

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