De andar por casa
Miniatura modernista
Historias de Cádiz
En la actualidad la ciudad de Cádiz cuenta con un elevadísimo número de perros. Según los censos publicados recientemente, contamos con un total de 28.312 canes para una población que apenas rebasa los cien mil habitantes. Pero, afortunadamente, los inconvenientes de tener tantísimos animales pueden ser resueltos con un poco de voluntad por parte de sus dueños. La inmensa mayoría de gaditanos que tienen perros recoge las suciedades que dichos animales dejan en nuestras calles. Falta aún un poco más de voluntad para evitar los ‘conciertos de ladridos’ que se producen en algunas plazas cuando se reúnen varios perros y que molestan al vecindario con tantos ruidos.
Sin embargo, hasta la segunda mitad del siglo XX los perros constituían un serio problema para la población, ya que podían ser portadores de la rabia, una enfermedad mortal para los seres humanos. Todavía muchos gaditanos recordarán grupos de perros callejeros deambulando por los rincones más apartados de la ciudad y rebuscando entre la basura y los desperdicios, en un ambiente propicio para la transmisión de la rabia.
Las autoridades se mostraban seriamente preocupadas por este asunto y tomaban toda clase de precauciones. Hay que tener en cuenta que la rabia no quedó erradicada de España hasta 1978. Esta enfermedad se transmite por mordedura de un animal enfermo y todavía hoy cuando se produce una mordedura de un perro, el animal es puesto en observación durante varios días para comprobar si está completamente sano.
Todos los años, al llegar el verano, el Ayuntamiento de Cádiz publicaba un edicto haciendo saber que los perros abandonados serían retirados de la vía pública y que se les daría muerte a continuación si nadie se hacía cargo de ellos.
La muerte se les daba a los animales a través de lo que en Cádiz se conocía como ‘la pelotilla’, una bola de carne a la que se le introducía estricnina. El perro, generalmente hambriento, comía la carne y quedaba envenenado mortalmente. Los animales morían tras unas horribles convulsiones. En otras ocasiones, el perro con síntomas de rabia era muerto en el acto a tiros o a sablazos por parte de los serenos o guardias municipales.
Las ordenanzas municipales prescribían que los perros fueran llevados a un depósito situado en la calle San Dimas, un lugar que entonces estaba muy apartado de la población y los ladridos no molestaban a los vecinos. Para sus muertes, en caso de no ser reclamados por sus propietarios, se procedía al traslado a los fosos de las Puertas de Tierra, donde los empleados municipales procedían a lanzar ‘la pelotilla’ a los pobres animalitos.
Esta muerte era tan cruel que ya en 1880 la Sociedad Gaditana Protectora de Animales y Plantas dirigió varios escritos al alcalde para que prohibiera la ‘pelotilla’ y que a los perros se les aplicara la muerte “por medio de una goma con un gas”. Dicha petición, no hace falta decirlo, ni siquiera fue tenida en cuenta.
La aplicación de esta ‘pelotilla’ contaba con numerosos inconvenientes. En primer lugar porque no siempre ocurría en las dependencias de la calle San Dimas, sino que en numerosas ocasiones se aplicaba en la vía pública, bien por comodidad de los laceros o empleados municipales, bien por la imposibilidad del traslado del animal. La consecuencia era que los pobres animales morían, tras horribles convulsiones, en cualquier rincón. A finales del siglo XIX era muy corriente las protestas de los vecinos por este sistema ya que por las mañanas aparecían en nuestras calles numerosos cadáveres de perros.
Conviene señalar, para entender la dimensión del asunto, que el número de perros callejeros o abandonados era tremendo. Por ejemplo en 1916 el alcalde de Cádiz, García Noguerol, informaba a la prensa que durante el último año se habían sacrificado un total de 700 animales. Si a esa cantidad añadimos el temor a la rabia, podemos entender las radicales medidas empleadas por el Ayuntamiento para acabar con los perros vagabundos.
Otro problema, no menor, era la desaparición de los cadáveres caninos. Los empleados municipales los arrojaban al mar por la hoyanca situada en el monturrio de la Mirandilla o por la situada frente a Capuchinos, como hacían con todas las basuras. El inconveniente surgía con determinadas mareas o vientos que devolvían esos cadáveres a las playas, con las consiguientes protestas del vecindario.
Con todo, el principal problema y temor de la población era la posibilidad de ser mordida por un perro y adquirir la rabia. La vacuna inventada por Pasteur en 1885 no llegaría a Cádiz hasta muchos años después.
Hasta muy avanzado el siglo XX los que eran mordidos por un perro en nuestra ciudad con síntomas de rabia, eran enviados al Instituto Antirrábico de Sevilla con cargo a las arcas municipales, pero pocos sobrevivían.
En 1916 una desgraciada mujer murió en el barrio de San Severiano a pesar de haber sido tratada en Sevilla de la consiguiente hidrofobia. A la mujer se le tuvo que colocar una camisa de fuerza y taparle la cara para evitar que mordiera a los que la atendían. Cuenta este periódico que la desgraciada muchacha pedía a sus familiares que no se acercaran a ella, pues tenía impulsos irresistibles de morderles.
También hubo casos jocosos. En una época de plena alerta por la rabia, un sujeto se tiró al suelo y dando gritos decía querer morder a todo el que se le acercara. Fue llevado, con precauciones, al Hospital Mora y allí se descubrió que no tenía rabia, sino una gran ‘tajá’ y ganas de asustar a sus amigos.
También te puede interesar
De andar por casa
Miniatura modernista
De andar por casa
Así es esta casa de muñecas modernista de principios del XX, en Cádiz
Lo último
Contenido ofrecido por FSIE