Entre pillos anda el juego
Un subastero con más de 30 años de experiencia relata algunas de las prácticas que se realizan para poder ganar una puja pública
Una subasta es un juego entre pillos con el que se pueden obtener suculentos beneficios. Un mundo casi cerrado en el que unos pocos pueden hacer negocio de la necesidad que tiene la Administración de recaudar los tributos que no ha podido cobrar a sus deudores. Un universo tan hermético y oscuro del que pocos se atreven a hablar de él públicamente.
La operación contra una trama que presuntamente amañaba subastas en la Tesorería General de la Seguridad Social de Cádiz ha provocado que las suspicacias hayan aparecido sobre la limpieza de las pujas públicas. Un subastero de la provincia de Cádiz con tres décadas de experiencia, que prefiere guardar el anonimato al estar en activo, explica sin tapujos cómo se realizan las licitaciones y la picaresca que existe entre los profesionales y los funcionarios para poder conseguir un lote.
Entre batallitas de sus correrías en licitaciones de todo tipo, este profesional, que califica su oficio como "honrado", argumenta que para ser subastero "hay que ser un tío avezado, sagaz, muy rápido de pensamiento y, sobre todo, tener un poder adquisitivo mínimamente aceptable porque aquí todos nos movemos con efectivo". A la astucia y a lo material une dos claves que hacen entender cómo se manejan las subastas: la fidelidad y la colaboración entre compañeros.
Sin embargo, uno de sus problemas es su mala prensa. Una imagen que este subastero cree que se debe más por la procedencia de los bienes que por las prácticas de los profesionales que viven de ellas. "Si tú tienes la desgracia de que cualquier administración te quita el coche porque tienes deudas con ella, lo pone a subasta y yo me lo adjudico, tú no vas a hablar bien de mí", justifica.
En este sector, al que, según aporta este subastero, se dedica profesionalmente una treintena de personas en la Bahía de Cádiz, una figura que considera que le hace "daño" es la del comisionista, que "trata de meterse en acuerdos intermedios para luego poner el cazo y largarse".
Respecto al sistema de subasta, que se ha actualizado para garantizar su limpieza con las pujas telemáticas, defiende el acto público -por la edad y la experiencia- al ser un "sistema infalible, ya que estamos mano a mano todos contra todos".
De hecho, esta afirmación la sustenta en que "la picaresca se presta en los sobrecitos cerrados, donde hay un funcionario de por medio al que un subastero le cae bien y otro le cae mal". Una relación personal entre las partes que le hace opinar que "la Administración debería rotar periódicamente al funcionario para que no termine de coger afinidad con los subasteros". Gracias a esto se puede conseguir información privilegiada de una licitación, especialmente de los sobres cerrados. "La gente que está conchabada con el funcionario lleva el sobre a última hora. Te dice 'apriétale que hay tres o cuatros interesados en esto' o que 'los interesados son los de siempre y esa gente tú sabes cómo tiran', y tú te vas a un ladito y en un momento cambias la oferta", relata el subastero.
Aunque la figura del trabajador público debe ser incorruptible, ¿cómo se puede conseguir un favor?. "Tú no puedes decirle al funcionario 'toma 200' porque te manda a tomar por culo, pero si tú pujas por un lote y el mismo funcionario te dice que si te lo quedas a él le interesa tal cosa. ¿Qué le vas a decir al funcionario? Sabes que a ti te interesa regalársela", cuenta.
Las artimañas también se centran en el encargado de la custodia de los bienes para ahuyentar a otros subasteros. "Te puede decir 'oye, mi sobrino está buscando un coche, a ver si se lo dejas baratito. Yo le voy a decir a los demás que el coche está hecho polvo para que te lo adjudiques'. Si le haces el favor de darle el coche por lo que te ha costado y una mijita más por los gastos, al final ese tío está en deuda contigo", explica.
Entre los propios subasteros, según este profesional, también se las apañan para ahuyentar a los particulares que intentan cazar gangas, a los que "les pegamos dos palos" alzando las ofertas "aunque le perdamos dinero, pero tú sales de allí graznando y ya no vuelves". Incluso, ese coto cerrado se evidencia en una práctica como la "subastilla", a pesar de que "ya se lleva poco". Con ella, los subasteros abaratan los precios de remate y se reparten el dinero sobrante. "La última en la que estuve fue en el Río Saja", recuerda.
Respecto a lo que se compra remarca que "el vehículo es la estrella", pero es un campo con mucha competencia por tener buena salida en el mercado, por lo que "se paga un disparate". Por su parte, el ámbito inmobiliario "es más reducido por la disposición de efectivo que debes tener". Por ello, este subastero señala que se ha dedicado a los bienes muebles, para lo que "tienes que dominar perfectamente lo que vale todo" para mantenerse vivo en este juego de pillos.
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