“El protocolo es flexible; lo que nunca se puede es romper”
Antonio Sancho Pedreño | Jefe de protocolo de la Diputación Provincial
Cuarenta años como jefe de Protocolo en Diputación dan para mucho. Tras su jubilación, Antonio Sancho repasa su trayectoria, destaca anécdotas y defiende la vigencia de su labor
El jefe de Protocolo se jubila
Una entrevista del año 2013
Antonio Sancho estuvo a punto de ser fraile. Apenas con 12 años dejó atrás su familia y su Cádiz natal, donde vino al mundo en una casa de la plaza del Falla en 1953, para marcharse a Antequera al seminario de los capuchinos. Allí estuvo cerca de ocho años, los suficientes para comprobar que su vocación no tenía nada que ver con la orden monástica y sí con el orden protocolario, una profesión que se le cruzó en la vida años más tarde sin proponérselo pese a que su padre era jefe de Mayordomía en Diputación y su tío, jefe de protocolo. Quinto de siete hermanos, Antonio Sancho logró por oposición una plaza de inspector de sala en el Hospital Mora, de donde pasó a Diputación cuando el presidente Alfonso Perales le encargó del orden protocolario en actos y ceremonias. Desde entonces, cuarenta años de espléndido servicio, con múltiples reconocimientos, a los que la jubilación ha puesto fin.
–¿Qué le llevó a comenzar en el mundo del protocolo? ¿Fue por vocación familiar?
–No, nunca lo pensé. Ese tema del protocolo, la formalidad, nunca me gustó. Yo iba para fraile.
–No me vaya a decir que no era un niño ordenado, que su madre tenía que pedirle que arreglara el cuarto...
–Nunca me lo dijo, siempre he sido muy ordenado con mis cosas.
–Esa cualidad venía de serie.
–Estuve tantos años en un convento... Yo venía a Cádiz alguna vez por vacaciones, cuando me daban una semana, pero tenía que presentarme todos los días en la iglesia de la Divina Pastora donde estaban los capuchinos. No me dejaban ir solo a ningún sitio en aquella época, siempre iba acompañado de alguien.
Fue don Alfonso Perales quien me llamó. Cuando vi que tenía que tocar temas de ceremonial, me puse a estudiar y a hacer cursos, simposios, empecé a tener contactos con profesionales de otras instituciones de España.
–¿No había nada oficial?
–Nada. Lo único que había, que ya no existe y yo hice dos cursos, fue el Instituto de Estudios de Administración Local en Madrid, era lo único oficial entonces sobre protocolo.
–Se preocupó entonces por formarse: lo contrario hubiera sido ir aprendiendo por experiencia.
–Claro. La experiencia hace mucho, pero si no va acompañada de los conocimientos no sirve para nada. Y tuve un buen maestro en mi tío.
–Cuando entró en el mundo del protocolo, pese a no tener vocación, ¿hubo algo que le demostrara que era lo suyo?
–Nunca lo he pensado, nunca he dicho: “Esto es lo mío”. Ese gusanillo me ha ido entrando poco a poco, y cada vez me ha gustado más, me he sentido cómodo a pesar de los tejemanejes, los berrinches, los malos ratos y demás. Siempre queda esa alegría, esa satisfacción de haber hecho las cosas bien, de que no haya problemas, ni quejas, que el acto haya sido brillante... Eso compensa todos los malos ratos pasados.
–Porque malos ratos...
–Constantemente, en muchos actos hay berrinches.
–Eso se debe vivir con tensión, imagino que incluso antes: ¿la noche anterior podía dormir?
–No, no, no. A mí los médicos me decían que yo dormía, pero no descansaba, que siempre estaba maquinando, estaba dándole vueltas, inconscientemente, a los actos.
–Estaría imaginando todos los escenarios posibles del acto.
–Mira, el último acto del Día de la Provincia, en el Palacio de Congresos, fue algo un poco improvisado, con cosas no bien atadas... Y yo la noche anterior vi pasar la película del acto, y al día siguiente lo cambié todo. Es que vi la película del acto: “Esto no es así, por aquí no puede entrar porque está el cable...”. Todo eso inconscientemente. Cuando me levanté, me di cuenta que había visto el acto entero y que había que cambiarlo. Y lo cambié todo.
–¿Cabe la improvisación en el mundo del protocolo o es todo muy rígido?
–No debe, no se debe improvisar, pero siempre se improvisa, siempre hay algo que se escapa...
–O alguien...
–O alguien. Recuerdo un acto de un presidente de Diputación con los alcaldes y concejales, en torno a 80 personas, y cuando va acabando, me dice: “Y ahora nos vamos a tomar un café, ¿verdad, Antonio?”. Y no había previsto nada de café, nada de nada. Varios ordenanzas se encargaron de ir por el café, la leche, los platos, las tazas... Y a los seis o siete minutos: “Antonio, ¿dónde está el café?”. Pero a los diez minutos estaba el café montado.
–Habla de ordenanzas. ¿El equipo también es importante?
–Hombre, por supuesto.
–Da la impresión de que el jefe de protocolo es quien lo lleva todo, pero habrá que delegar.
–Sí. Nosotros tenemos un equipo, pequeño. Pero yo empecé solo: hacía los sobres, las pegatinas para los sobres... Todo. Después, me dieron más competencias y pusieron administrativos y auxiliares, aparte de los ordenanzas.
–Antonio Sancho es un referente nacional en protocolo, incluso con distinciones de la Casa Real. ¿Hay algún secreto?
–En esta profesión destaco tres cosas: educación, sentido común y conocimiento. Y, sobre todo, respeto. Dentro de eso, hay que ser discreto, muy discreto, no presumir. Y sí, tengo muchos amigos y he colaborado mucho con la Casa Real; colaborar, que no organizar. Yo organizo los actos en Diputación, todos los demás son colaboraciones. He colaborado mucho con la Casa Real, el Gobierno central, ministros que han venido, con la Junta, ayuntamientos de toda España, especialmente de la provincia, con la Cámara de Comercio, empresarios, medios de comunicación, sindicatos...
–Algún secreto debe haber...
–No. Simplemente, nunca he dicho no. Y por eso me llaman, porque saben que les puedo ayudar, les puedo solucionar un problema que para mí no lo es por la experiencia, no por otra cosa: el orden de unos discursos, los asientos...
–¿Un acto con la Casa Real es más complicado?
–Es igual, es igual. Con distinto público, distintas autoridades. Y la Casa Real prepara todo muy bien, tiene grandes profesionales.
–Todo el protocolo está regido por una norma.
–El protocolo es flexible. Lo que nunca se puede es romper. Si hay un orden de preferencia, no se puede cambiar porque está legislado.
–En los actos, usted no solo ha atendido a las autoridades, a los primeros puestos, sino que también ha estado atento al público en general e incluso a los periodistas. ¿Cómo se mira a tantos sitios a la vez? De juez de línea no se le iría ni un fuera de juego.
–Sí, sí, sí. Para que un acto sea brillante no sólo se debe atender a las autoridades. Los demás son invitados también, y hay que tratarlos con la misma dignidad que a la autoridad. Cada uno en su sitio. Se sienten más cómodos si se les recibe, se les atiende. Y con los medios de comunicación... Hay compañeros de otras instituciones, de toda España, que se quejan de los periodistas porque se ponen delante, se tiran en el suelo... Yo les digo siempre que en Cádiz no tengo ningún problema, jamás he tenido un problema con los medios de comunicación. Pero, claro, hay que buscarles su sitio porque también están trabajando. Antes del acto se habla sobre lo que se necesita y se acuerda cómo hacerlo.
–Habrá actos que se han encasquillado por alguna autoridad o alguien del público.
–Sí. A veces hay quejas por el sitio que le ha correspondido a alguien, incluso advierten que se van si no se les cambia... En el mismo acto no me voy a poner a explicarle, pero al día siguiente sí le cuento los motivos de su sitio. Yo aplico la norma.
–No me diga que no le han dado ganas, alguna vez, de darle un empujón a alguien...
–Sí, hombre... (ríe). Pero no se le puede dar, claro... Por lo general, la gente es muy respetuosa , tanto las autoridades como el público. Y es que donde hay tanta gente tiene que haber de todo, es la diversidad.
–¿El protocolo tiene futuro?
–Yo pienso que sí. Desde hace unos años ya es carrera universitaria.
–¿Y no lo han llamado para ser profesor?
–Sí, pero no puedo. Yo he impartido clases en varias universidades, en algún máster, en jornadas de protocolo. He estado en simposios en Hispanoamérica. Mi puesto ha salido ya a oposición libre y lo que se exige es grado en Protocolo, que ya es carrera universitaria desde hace ocho o diez años. Hay incluso muchas empresas privadas que tienen jefe de protocolo, que en unas se llama así y en otras se llama jefe de relaciones institucionales. En definitiva, es la persona que organiza las actividades de esa empresa o institución.
–¿Se ha sentido siempre libre?
–Sí, sí. He tenido la suerte de tener unos presidentes que me han dado libertad para hacer y deshacer, a nivel protocolario, todo lo que creía oportuno. He estado encantado con todos los presidentes que he tenido.
–¿El protocolo se irá adaptando a los tiempos? Ejemplo: ¿las mujeres tiene que ser las primeras?
–No tiene porqué. Además, hay mujeres que se molestan si le dejas el paso. Me ha ocurrido en algún ascensor.
–¿Usted lo ha llevado a gala en su protocolo?
–Sí, pero por educación. No es una norma. Siempre se tiene, por tradición, esa deferencia.
–Pero el protocolo puede evolucionar.
–Claro, y está evolucionando. Lo que no me parece bien es que se pierdan las tradiciones, la esencia de donde venimos y del porqué de las cosas. Esas tradiciones tan arraigadas de la ciudad y de la zona no deberían perderse, aunque siempre aplicadas a los tiempos actuales. Por ejemplo, los maceros en algunos actos oficiales.
–¿El vestir también tiene su protocolo?
–También, su etiqueta que también es importante .
–Pero ahí Antonio Sancho no puede hacer nada...
–¡Sí que lo he hecho! Hace unos años, por ejemplo, en las carreras de caballo de Sanlúcar. En pleno agosto con chaqueta y corbata en la playa..., es que no pegaba. Los militares con sus trajes... Y con un militar de Cádiz acordamos cambiar la etiqueta y poner una ropa más cómoda. Y en la invitación pusimos: “Se recomienda ropa cómoda, preferentemente guayabera”. No veas cómo me lo agradecían los militares. Era un martirio ir con chaqueta y corbata.
–Ya bermudas es excesivo...
–Hombre, eso ya... Es que la guayabera en Hispanoamérica es una prenda de etiqueta, no lo olvidemos.
–¿Qué es lo que le ha dado más satisfacción en estos 40 años?
–A mí algo que me emocionó mucho fue cuando me llamaron de la Fundación Princesa de Asturias. Para mí fue un orgullo terminar mi carrera con esos premios. He estado allí durante algunos años, tanto con el príncipe Felipe como con la princesa Leonor. Yo he estado como jefe de protocolo en la entrega de los premios, y me llevé un ayudante. Para esos premios hay que estar un mes en Oviedo. Pero es una satisfacción, y esa relación estrecha que se tiene con la Casa Real, con el personal de protocolo y seguridad, que son encantadores.
–¿Se le ha acercado alguna vez algún miembro de la Casa Real para hablar con usted?
–Sí, por supuesto. El Rey, por ejemplo, cuando vino la última vez a Cádiz, al Congreso de la Lengua.
–¿Le preguntó a usted si podía tocar en cajón...?
–No, no, no.
–¿Hizo bien el Rey?
–Sí, sí, magnífico. El Rey es una persona muy cercana. Hizo muy bien en tocar el cajón, y además lo hizo bien.
–¿Y eso estaría pensado?
–No lo sé, pero no sería la primera vez que lo hizo porque tenía un arte magnífico. Eso le da cercanía a la gente. Nuestro Rey es lo mejor que tenemos.
–Si a usted le hubiese preguntado, va con él a tocar el cajón...
–Hombre, por supuesto... (ríe). En el Congreso de la Lengua me pidieron que me hiciera una foto con ellos, con los Reyes, como último acto antes de mi jubilación. Una imagen que guardo con mucho cariño.
–¿Y ahora a qué va a dedicar el tiempo libre?
–A la familia (esposa, dos hijos y cuatro nietos), por supuesto. Le debo todo. Sobre todo tiempo, que no le he podido dar, y ese cargo de conciencia lo tengo.
–Para organizar la final del Falla no le han llamado nunca ni le van a llamar, porque eso de protocolo tiene poco...
–No, no, no. he hecho muchas cosas en el Falla, con el Ayuntamiento, con las cofradías, pero con el Carnaval, poco... Sí me han llamado peñas carnavalescas para colaborar en la organización de entrega de premios. Pero en la final del Falla... Alguna vez he acompañado a un presidente, lo he dejado en su sitio y me he ido. Prefería verla en mi casa.
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