Refu Grosso, el mérito de una madre

Obituario

Este artículo pretende ser un homenaje póstumo a una madre

Refu Grosso, entre los fogones de YouTube a los 87 años

Refu Grosso, en su cocina, donde grabó los vídeos para su Canal Fin de Mes en Youtube.
Refu Grosso, en su cocina, donde grabó los vídeos para su Canal Fin de Mes en Youtube. / Lourdes de Vicente
Jesús de Sobrino Grosso

01 de abril 2025 - 20:40

Como todas las mañanas, aquel lunes abrí la versión online de Diario de Cádiz y pegué un salto. Allí estaba mamá, protagonizando la primera página con una foto tomada en la cocina de Plaza de España, vistiendo su delantal “corporativo” del canal de YouTube Fin de Mes. El titular decía: “Influencer en la cocina a los 87 años”; y un sumario: “La gaditana Refu Grosso enseña sus recetas en un canal de YouTube”. En el interior, una bonita crónica firmada por mi compañero José Antonio López, con una fotografía de mamá —cuchara de palo en ristre— tomada por mi también colega Lourdes de Vicente.

Ese día, mi agencia ganó una nueva clienta. Me convertí en el director de comunicación de mamá para ordenar el aluvión de peticiones de entrevistas. Sandra Golpe quería un directo para el cierre de su informativo en Antena 3. Lo mismo compañeros de Canal Sur, Telemadrid... Varios programas de Telecinco, Cuatro... hasta de MasterChef la llamaron.

Gran “liazo” en la cocina: mamá atendiendo por turnos a periodistas y cámaras, ofreciendo una copa de manzanilla de la famosa taberna de la calle Feduchy. Papá entrando en plano, mamá contando anécdotas de cocina, mis sobrinas conectando por videollamada desde Berlín...

Si mamá hubiera nacido hace 20 años, hoy sería una instagramer de éxito. Seguro. Tras su último vídeo —grabado hace tres semanas por la directora creativa de Canal Fin de Mes, mi hermana Pilar— su perfil cuenta con más de 13.200 seguidores muy fieles, de los que hacen clic en el icono del “dedito para arriba”, apuntando al cielo.

Cabrían en este artículo miles de historias. Noventa y tres años de vida, sesenta y cinco de matrimonio, sesenta y tres como madre de Melele, y luego Mon, yo mismo, María y Pilar; abuela, bisabuela y persona querida por una legión interminable de sobrinos (la Grossopeda), y amigos a tropecientos que fue adoptando como familia a lo largo de su extensa vida.

Escribir unas líneas en este obituario no es fácil, ni siquiera para este modesto periodista. Y menos aún resumir más de nueve décadas de vida repletas de vivencias, cada una de ellas. Desde su nacimiento en 1932, en la misma casa en la que falleció el pasado viernes, su vida fue un ejemplo de entrega. Infancia y adolescencia de posguerra, en las que tuvo que coger las riendas de la casa de Antonio López y aprender a cocinar bajo el lema: “Aquí no se tira nada”, hasta convertirse en experta en recetas imposibles gracias a una imaginación brillante.

Juventud y madurez junto a su gran amor, Mon, siguiéndolo a Sabiñánigo y Jaca, a la Escuela de Alta Montaña en los Pirineos de Huesca. Creando una familia austera de cinco hijos, a los que nos regaló risas, disfraces improvisados y croquetas de ensueño.

Refu llenó también su vida con la fe cristiana y su presencia allí donde se le necesitaba: como dama de la Patrona de Cádiz, en la cofradía de la Vera-Cruz y, muy especialmente, en su parroquia del Rosario, donde formó parte de la legión comandada por el padre Aquiles.

Conocer a Refu Grosso e imaginar su gracia y simpatía es bien fácil: basta con teclear Canal Fin de Mes en cualquier buscador de Internet.

Este artículo pretende ser un homenaje póstumo a una madre. Y, sobre todo, al sentimiento de vacío, que se irá llenando poco a poco con recuerdos y con los detalles reconfortantes de tantísima gente en estos días. Ahora siento lo que no podía antes, y que tantos seres cercanos me relataban a mí: que ya no está ahí. Sí, está en otra dimensión, pero no en sus mensajes cada mañana, en sus relatos fruto de una memoria prodigiosa —ya quisiera la IA—, o en sus regañinas si no ibas a verla todo lo que ella quería.

Hace unos meses recuperé una amistad que llevaba años distanciada. No dudé en llamar a este amigo cuando me enteré del fallecimiento de su madre, hacía tres años. Ayer volví a contactarle para decirle que, ahora sí, le entendía a la perfección.

Cuando tu madre se va, entiendes los silencios de quienes la perdieron antes que tú. Sus lágrimas en fechas señaladas, su forma de hablar de ella en presente, sus abrazos más largos. Entiendes que no se trata solo de una ausencia física, sino de una presencia constante que ya no puedes tocar. Y eso duele de una manera que es imposible explicar hasta que lo vives.

Perder a una madre es, en parte, perderte un poco a ti mismo. Pero también es descubrir que su amor sigue contigo: en las palabras que te enseñó, en los gestos que repites sin darte cuenta, en la fuerza que ahora te toca sacar de donde sea, en hablar con ella en silencio, en sonreír al recordarla.

No sé si en esta desordenada crónica he conseguido, simplemente, honrar a Refu Grosso, cuyo gran mérito no fue otro que haber sido otra gran madre.

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