Subida de precios de alimentos en Cádiz: La supervivencia del medio kilo
Alimentación
Los vecinos de los barrios populares gaditanos sortean la subida de precios de los productos de su mesa reduciendo cantidades
El pequeño comercio se lleva la peor parte
Dos guitarristas le pegan fuerte en plena calle al Sultan of swing mientras se nos antoja que para sobrevivir en esta ciudad (o ya en un país entero) hay que tener la agilidad de los dedos de Mark Knopfler para contar las escuetas monedas del sueldo del mes saltando entre los acordes que marcan una pandemia, una guerra, alquileres prohibitivos, la gasolina, la luz... Inventando nuevos ritmos, nuevos métodos, para no perder el compás de la alegría en la métrica del pobre... Los aprendices de Dire Straits ponen en bandeja al turista el espejismo de la felicidad del paraíso en pleno Mercado, pero los carros, ¡ay, los carros!, bailan medio vacíos frente a la última subida de precios de las cosas del come subida de preciosr. Esto sí que es rock and roll del bueno, vecino, el de la supervivencia del medio kilo.
La supervivencia del medio kilo se aplica día a día en los barrios humildes de Cádiz y quien más la sufre, por supuesto, es el pequeño comercio, el detallista. Lo dice Ramón Hérnandez, en su frutería de la calle Arricruz, o en la carnicería de Emilio en la vecina Pericón; la sufre la panadería de Paco, en Doctor Marañón; y Mara en el congelado de la plaza de Las Canastas y el ultramarinos de los hermanos Chulián en Sopranis. Y sus clientes, claro está. Gente de la Viña, del Balón, de Santa María... Al igual que los vecinos de La Laguna, Loreto, Puntales y El Cerro. Que barrios humildes tenemos en Cádiz para dos dobles cd´s enteros. Ellos rockandrollean quitándose “de aquí y allí” y aguantándose las bocas pues “donde antes cabía un kilo, ahora sólo hay medio”.
“Es que ha subido todo. Todo, todo. Si antes una veía que había subido la ternera, pues se llevaba cerdo. O pollo. Vamos, el pollo, ¡dios mío cómo está el pollo!”. “Porque ha subido todo, menos los sueldos, esos sí que no suben. Así que ahora a comprar al día, medio kilo de esto, un cuartito de lo otro”. El octavo también está de moda.
Y la conversación se repite comercio tras comercio. Cambie ternera por tomates. Cambie pollo por picotas. Cambie dos barras de pan y una pieza por un manolete.
“Yo te puedo decir que las cosas no han subido 20 céntimos, no. Yo tengo aquí productos que si hace dos semanas los vendía a 3 euros, ahora valen 6. Y a mí me da hasta apuro, pero es que nos ha subido a nosotros comprarlo”, reconoce la dependienta de los congelados de Santa María. “Yo le estoy echando a esto 14 y 16 horas al día, de domingo a domingo, y ajustando al mínimo el beneficio que me llevo porque si subo muchos más los precios es que tengo que tirar el género porque es perecedero”, lamenta el frutero de la Viña. “La clientela fiel cada vez es menos, y es normal, la gente va adonde puede y mirando cada vez más lo que se lleva”, dicen Joaquín y José Luis en su Ultramarinos.
Y así vamos siguiéndonos, unos tras otros, en un Highway to hell (camino al infierno) que parece sin retorno. “Porque esto es una cadena. A ellos le suben el precio y nos lo suben a nosotros, las criaturas, normal. Pero no es sólo aquí en la frutería, es que voy a la carnicería y es igual, y voy a comprar el pan y el café y es igual, y voy al pescado... Y eso ni te cuento. Mire, el día de la Final fui a por cañaíllas y valían a 20 euros el kilo, por dios, ¿y eso también es la guerra?, ¿también vienen de Ucrania?” (Rocío, 3 hijos “aunque ya colocados, afortunadamente”).
“Perdone que me meta en la conversación –saltamos al Balón, a la panadería de Paco– pero sobre lo que están hablando, a mí llenar el carro de la compra me cuesta ahora unos 70 euros más caro que antes que empezara todo esto de la subida de precios, y yo ya no me creo que sea la guerra, ni la pandemia, ni nada, ya es que aquí habrá gente que se está aprovechando”.
Solo de guitarra porque, ojo, ¿eh?, que muchas de las grandes marcas de alimentación también echan mano del invento para engordar sus beneficios. Reduflación se llama el último timo legal del que alertó la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios): menos cantidad, mismo (o mayor) precio. Así que antes de comprar, fíjese también en los gramos que indica el envase, que igual hay una gran empresa que le está aplicando la ramificación más perversa del método del medio kilo. Usted cree que está pagando uno, y se lleva medio kilo y tres cuartos... (I Can’t Get No) Satisfaction
Murió la fe en la macroeconomía, en la política, en estadistas y analistas. No es tiempo para creyentes y, sin embargo, no son pocos los que están Living on a prayer (viviendo de oración) en nuestro paraíso perdido... De oración “y de ajustar lo que sea, pero yo de comer no me quito, aquí en el Barrio (Santa María), desde luego, la gente no se quita de comer, lo sacan de donde sea, pero se compra”, que dicen las dos Carmen, Melu y el resto de amigas que departen en la plaza las Canastas. Menos, eso sí. Pero se compra. “Tú sabes, medio kilo en vez de uno”. Otra vez en sus bocas el nuevo método de supervivencia, como un estribillo machacón.
Porque hemos aprendido a bailar el rock de la cárcel. Encerrados (algunos, hasta literalmente, que a una de las amigas le han quitado el bonobús gratuito por subir su prestación mensual de 300 a 310 euros) entre pisos por las nubes y sueldos por los suelos, haciendo croquis para poner lavadoras y temblando ante un surtidor de gasolina. Y ahora achicando hasta lo de comer... “Que ya 50 euros se van volando”... No me digan que no es rock, no me digan que no es heavy”.
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