“El término liberal es un chicle que se estira al gusto de cada cual”

De Cerca | José María García León

Doctor en Historia y profundo conocedor del periodo liberal del siglo XIX, apuesta por una Andalucía con más peso en Madrid y por una Bahía mancomunada con el puerto de Cádiz como centro

José María García León, ante una reproducción de una portada del Diario durante el Bicentenario.
José María García León, ante una reproducción de una portada del Diario durante el Bicentenario. / Lourdes De Vicente

Liberal, andalucista y monárquico. Así se define, por convencimiento ideológico pero también por talante, José María García León. Este doctor en Historia nacido hace 70 años en Tarifa, profesor de instituto y de universidad, es un enamorado de los movimientos liberales que tanto en Cádiz dieron de hablar y un agudo conversador capaz de radiografiar la actualidad a partir de sus conocimientos históricos. Halló su vocación docente tras un breve paso por la Marina que una enfermedad cortó de raíz para llevarle por el sendero de la Historia. Concejal en Cádiz por el PA durante una legislatura casi completa, García León entiende el liberalismo, dentro de la amplia acepción actual del término, como una forma de ser.

–La duda sobre García León: ¿economista o historiador?

–(Ríe). Eso tiene su historia. Mucha gente, como yo daba Historia de la Economía en Empresariales, se confunde. Soy doctor en Historia. Salió una plaza en el departamento de Historia Económica. Hasta ese momento, el perfil del profesor era economista, pero no sé porqué ese año lo abrieron a los historiadores. Me presenté y cogí la plaza a tiempo parcial, que seguí compatibilizándola con el instituto San Severiano. Así me llevé 25 años. Pero yo soy historiador; ahora, desde que me jubilé, como profesor honorario. Aún hay gente que me pregunta si soy economista.

–¿Por qué esa fascinación por el periodo liberal?

–Bueno, yo soy liberal por convencimiento ideológicamente. El término liberal es un chicle que se estira al gusto de cada cual. Yo soy andalucista y liberal. Además, me formé en el andalucismo con Manuel Calvero Arévalo, con el que tuve la oportunidad de colaborar durante un tiempo. Para mí, un hombre de un gran talento humano y político, un hombre de quien Andalucía se permitió el lujo de prescindir cuando más falta le hacía. Y soy monárquico porque interpreto que la monarquía es la forma, por historia y por pragmatismo, que mejor puede servir al Estado. El liberalismo siempre me atrajo por aquello también de su vinculación con Cádiz. Creo que los gaditanos no somos aún conscientes de la gran aportación que Cádiz ha tenido a la historia contemporánea de España. La revolución liberal comienza en Cádiz y acaba en Cádiz, y tiene dos facetas: las Cortes y el Trienio Liberal.

Además de por su posición geoestratégica, Cádiz acogió las Cortes porque había una burguesía liberal muy abierta que venía del siglo XVIII, de la Casa de Contratación, del comercio con América... El propio Ramón Solís decía que en la calle Nueva se hablaban todos los idiomas del mundo. Una ciudad cosmopolita, abierta, que podía sintonizar muy bien con el espíritu de las Cortes, aunque también es verdad que las Cortes se han mitificado mucho y que parecía que aquí nadábamos en liberalismo; hombre, todo es muy relativo.

–Había muchos absolutistas...

–Había muchos, había una oposición más grande de la que nos creemos. Y las Cortes, en verdad, estuvieron cogidas con pinzas. La gran preocupación de la España del momento era la Guerra de la Independencia.

–¿En Madrid no hubiera salido esta Constitución?

–Yo creo que no... Incluso al final, hubo otra epidemia en Cádiz y se intentó que las Cortes se marcharan, y hubo una especie de motín de los liberales para que no salieran de Cádiz porque sabían que fuera la Constitución no tenía nada que hacer. La mala suerte de la Constitución de 1812, que era muy avanzada para la época, era que navegaba contracorriente. La gran parte del pueblo español no se enteró y los que podían enterarse no la querían. Carlos Marx, en su obra sobre la revolución española, tiene una frase concluyente: “La Constitución de 1812 fracasó porque al pueblo no tenía nada que ofrecerle”. Y es que era una revolución burguesa. Viniegra pinta su cuadro de la proclamación de las Cortes un siglo después, y aparecían mujeres, pero la mujer no pintaba nada en las Cortes... Tenía hasta prohibido, oficialmente, asistir a las sesiones como espectadora.

–¿Y nadie gritó ¡Viva la Pepa!?

–No, eso no, eso seguro que no (ríe). No, lo del grito de Viva la Pepa, y aunque no me considero una autoridad sí he estudiado bastante la época, he leído mucho la prensa, las memorias de gente que vivió aquí, los panfletos, y no aparece esa expresión, nada. Lo primero que me choca es que para ser un grito que entendemos multitudinario y muy del día, tendría que aparecer en algún lado. En el Diario Mercantil me causó una impresión grande ver la edición del 20 de marzo de 1812..., y no dice nada de la promulgación de la Constitución, nada, ni una frase.

–La expresión forma parte entonces del imaginario colectivo o de literatura posterior.

–En parte. Se ha mitificado mucho la Constitución del Doce. Pero también hay que hacer justicia: por primera vez se proclama la soberanía nacional, que era mucho proclamar en aquella época, la división de poderes, la libertad de prensa. Las Cortes de Cádiz tienen un valor inmenso; otra cosa es el eco popular que realmente tenía.

–En todo caso, ¿si la Constitución de 1812 hubiese triunfado en el tiempo, la España del siglo XIX habría sido distinta?

–Pues no lo sé. Cuando aquí se promulga la Constitución, prácticamente pasa sin pena ni gloria porque el Rey regresa al final de la guerra. Hay que entender también al Rey. La iniciativa de convocar Cortes no fue para redactar una Constitución, se constituyeron para poner un poco de orden en España dado que el Rey estaba preso en Francia, en una España que no aceptaba a José I. Se constituyeron por orden del Rey. Hay un trasvase del poder gubernativo al legislativo. Cuando el rey regresa, pide que le devuelvan el poder y queda abolida la Constitución. Cuando se retoma en 1820, España es un país que se sitúa al margen de la Europa conservadora del momento, no aceptó que tuviera esa Constitución. Es más, los diputados del Doce quedan entonces como conservadores, y los veinteañistas como más impetuosos que quieren hacer incluso una Constitución más avanzada.

–¿No se hubiera evitado entonces ese convulso galimatías del siglo XIX que atrasó a España de cara al siglo XX?

–No. El problema de España, primero, es una inestabilidad política. De 1820 hasta Cánovas y Sagasta en 1876 van cinco constituciones, están las guerras carlistas, una primera república, un rey extranjero... La historia de España es tremenda, en 50 años pasan muchas cosas. Además, las grandes figuras de la política española, desde Riego hasta Cánovas, son militares: Riego, Espartero, Prim, O’Donnell... Esto es por la debilidad de la clase burguesa, que carece de una gran figura y lo confían al espadón, al militar que les saque las castañas del fuego. Militares, además, que son progresistas, más de izquierdas que de derechas. Hay una debilidad política que está relacionada también con la debilidad económica y con una revolución industrial que va a la zaga de la europea. En España fue una revolución desigual, fue importante en algunos núcleos como el catalán y el vasco. Pero después había grandes núcleos agrarios.

–¿Y qué es ser liberal hoy en día?

–No me atrevería a definir lo que es ser liberal hoy...

–Pues el término ha aguantado el paso del tiempo.

–Acuérdate de aquella frase de Indalecio Prieto: “Yo soy socialista a fuer de ser liberal”. O el propio Marañón, o los liberales de nueva escuela, tipo Garrigues... El término liberal, en dos siglos, es un término que ha dado muchas vueltas al albur de los acontecimientos políticos y de cómo la sociedad se va desarrollando. No cabe duda de que el liberalismo es más propio de sociedades avanzadas económicamente, no como el socialismo o el marxismo. Creo que liberal es una palabra que se puede entender más bien como una forma de ser, un estilo, pero eso ya no es política, es otra cosa.

–En algunos países de Europa se siguen llamando así.

–Sí, en Alemania es un partido que ha servido siempre de bisagra. Aquí en España, en cambio, cada vez que hemos intentado un partido de centro propiamente dicho no hemos tenido mucha suerte. La UCD fue un partido de circunstancias, pero luego la operación reformista de Roca y Garrigues, los intentos de Rosa Díez, lo que ha hecho Rivera... Se está demostrando que el centro es difícil, por lo menos en España; es difícil encontrar una bisagra entre derecha e izquierda, porque creo que los espacios políticos en España están muy definidos, nuestra mentalidad es de extremos, y no lo digo en sentido peyorativo.

A mí más me preocupa la cuestión andalucista. Andalucía es tan grande como Austria o Portugal y, además, envía a Madrid 61 diputados. La sexta parte del Congreso son diputados que vienen de Andalucía. Y, después, veo las cifras y veo que Andalucía tiene el mayor paro de España, que junto con Canarias tiene la renta per cápita más baja..., luego aquí hay algo que no me cuadra. Si es la comunidad que más diputados manda a Madrid, cómo es la que luego está a la cola en los principales rankings socioeconómicos. Andalucía tiene un gran potencial, pero en los grandes conciertos económicos pasa desapercibida. Ahí hay un déficit que no se corresponde con nuestro potencial humano, territorial. Una curiosidad: todo el País Vasco cabe en la extensión de la provincia de Cádiz y aún sobran kilómetros cuadrados. No sé hasta qué punto los andaluces hemos reflexionado profundamente sobre eso.

El historiador José María García León.
El historiador José María García León. / Lourdes de Vicente

–¿Esa querencia liberal es la que lo llevó a entrar en política?

–Bueno. Yo entré en política de la mano de Manuel Clavero Arévalo en Unidad Andaluza, con el que intentó hacer un partido liberal en Andalucía, una tercera vía que no fraguó. Y cuando el Partido Andalucista se quitó la ese de socialista, decidí participar en el andalucismo. Fue un proyecto muy interesante que tampoco cuajó al final. Hoy en día el andalucismo es una cosa sentimental, cultural, pero analizarlo luego políticamente resulta muy difícil. Dar forma política a ese sentimiento es muy difícil.

–Usted fue concejal tras las municipales de 1991, junto a José Álvarez y Ana Sanchidrián.

–Sí, pero yo acabé un poco antes porque confluyeron muchas cosas. Yo creo que el gran político andalucista de aquel momento era Alejandro Rojas Marcos, que era un gran parlamentario. Pero él quiso ser alcalde de Sevilla en 1992 y yo, desde mi punto de vista, creo que su sitio estaba en Madrid.

–¿Acabó desencantado como concejal?

–No, no. Todas las experiencias que he tenido en mi vida, aunque fueran breves, han sido interesantes. A mí me hubiera gustado una experiencia centrista, liberal, que al mismo tiempo tuviera una connotación andalucista. El desencanto, hoy, es que no fragua una opción que vaya acorde con el potencial que tiene Andalucía, pero ese desencanto no es personal. Andalucía sigue siendo un gran granero de votos que nosotros mandamos a Madrid, para que luego Madrid vaya a otros sitios y haga acuerdos económicos, conciertos...

–¿Y Cádiz es un reflejo de Andalucía?

–Yo creo que Cádiz está metida en un bucle de difícil salida. Hay una constante en economía que dice que una ciudad que va perdiendo progresivamente habitantes no puede tener un progreso económico. Y Cádiz está perdiendo continuamente habitantes. Para mí, la única solución que tiene Cádiz en este momento es potenciar la mancomunidad de la Bahía con Cádiz como un gran referente, donde habría que potenciar el puerto de Cádiz y sacar todo el jugo a la Zona Franca. El puerto es el gran valor de Cádiz, que no tiene agricultura ni ganadería. Cádiz vive del mar, aquí vinieron los fenicios por mar y cuando Cádiz ha sido algo, lo ha sido por el mar. Cádiz tendría que ser el gran puerto de referencia del Atlántico. Y dentro de una mancomunidad: si Cádiz sola va a querer solventar el problema, lo va a tener muy difícil.

–La mancomunidad se ve ya como un proyecto fallido.

–La mancomunidad nunca cuajó.

–Más allá del cementerio...

–(Ríe) Efectivamente, para morir ha cuajado, pero no para vivir. Aquí hay una acumulación en torno a la Bahía de muchos miles de habitantes, y a eso habría que darle alguna estructura, y el gran centro de todo tendría que ser el puerto de Cádiz. Y otra de las cosas que no habría que olvidar es la gran vocación americanista de Cádiz, que tendría que ser la gran ventana de España hacia Hispanoamérica. Cádiz aportó mucho a la historia contemporánea de España, y no ha recibido nada a cambio.

–Además de ser un experto en el liberalismo, también lo es en la masonería.

–Sí, en parte está todo relacionado. La masonería tiene dos fases. Una primera en el siglo XVIII y principios del XIX donde la masonería funciona más bien en España y en el resto de Europa como una asociación: si un señor iba de Cádiz a Londres o a Hamburgo, para hacer actividades comerciales, la masonería le brindaba un apoyo, un lugar para verse, para ayudarse, por eso se llamaban hermanos.

–Pero era secreto.

–Sí, porque muchas veces no interesaba que se supiera. Pero no tiene una vocación claramente política hasta ese momento. Era una hermandad de la raza humana que se unía dejando aparte los prejuicios políticos, religiosos, aunque no es antirreligiosa, ni mucho menos. Eran gente culta, intelectuales, clases medias, que buscaban un desfogue para sus ideas aperturistas. Luego, todo eso se politiza con la revolución liberal, sobre todo con la represión de Fernando VII, cuando la masonería, por su secretismo, ofrece un lugar a los que quieren tener otras ideas políticas.

–¿Como un exilio interior?

–Más o menos, un exilio intelectual y conspirativo interior. La prueba es que cuando en 1920 triunfa la Revolución Liberal, a la que coadyuvaron muchos masones, entre ellos Alcalá Galiano que ingresó en Cádiz, estos masones participan en las labores de Estado.

–¿La masonería siguió cambiando?

–A lo largo del siglo XIX no tuvo una gran significación. Siempre fue el refugio de intelectuales, de gente que quería aportar ideas pero con poca solidez práctica. Las pocas veces que la ha tenido, cuando ha sido fáctica, es cuando se le ha querido connotar con ciertos acontecimientos políticos que creo que son más del imaginario colectivo que de la realidad. Como que a Prim lo matara la masonería, que ésta fuera la causa de la pérdida de Cuba y Filipinas... No se pueden achacar todos los males a la masonería. Hay muchos de ellos, como Azaña, que estuvieron un tiempo y más por curiosidad que por otra causa, no tenía una gran convicción. O el propio Bolívar. Hoy en día hay quien dice que la masonería, más que una sociedad secreta, es una sociedad discreta. Hay núcleos importantes en Barcelona, en Málaga; en Cádiz hay también algunos masones.

–¿Fue muy fuerte la masonería en Cádiz?

–En la época liberal, sí. En Cádiz hubo una masonería muy ligada a los negocios de la burguesía a finales del XVIII y principios del XIX, también en la Marina, en algunas familias importantes. Pero todo se rompe con la Guerra de la Independencia, aunque hay una cierta influencia de los masones en las Cortes de Cádiz, muy leve, porque también estaba mal vista por ser causa afrancesada. Ahora bien, hay algo que descuadra: en la prensa de la época sale la masonería cada dos por tres. Incluso hay un periódico, ‘El Sol’, que se crea para luchar contra la masonería.

–Como Franco, que la relacionaba con el marxismo...

–Marxismo y masonería es como agua y aceite, aquello fue un disparate total. Pero todo se mete en el mismo saco en la ley de represión: ahí se metió a todo el mundo que estorbaba. Un saco en el que cayeron mucha gente. Franco magnificó todo eso para crear un enemigo interior contra el que luchar y, al mismo tiempo, servirle a él como un parapeto para darle la categoría de masón a todo aquel que le pudiera estorbar. Es cierto que había una cierta obsesión de Franco con la masonería.

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