El tsunami del 28F de 1969
Historia
En la madrugada de aquel día la tierra tembló con fuerza y un maremoto no destructivo pudo adivinarse en la costa y sentirse en los buques que navegaban en alta mar
En los antiguos talleres de Diario de Cádiz, en la calle Ceballos, se estaba terminando de cerrar la edición de aquel día. Eran las cuatro menos veinte del viernes 28 de febrero de 1969 cuando de pronto, al compás de una intensa vibración, los fluorescentes del techo comenzaron a balancearse como si fueran los trapecios de la carpa de un circo. No tardó mucho en que la centralita empezara a sonar y colapsarse. Solo en la primera hora se recibieron en la redacción ochenta y cuatro llamadas telefónicas de particulares, incluso de Sevilla y El Puerto de Santa María, solicitando información de lo que acababan de sentir en todas partes.
La alarma cundió en la barriada de la Paz, donde los bloques de pisos recién construidos empezaron a temblar como flanes. El pánico fue generalizado también en el barrio de Santa María, donde la gente salió y permaneció en las calles con el miedo a retornar a sus hogares. Por el contrario, el terremoto apenas se sintió en San Fernando, aunque el sismógrafo del Observatorio se saliera de los márgenes del papel.
Curiosamente, en el Campo de Gibraltar los pájaros se habían mostrado muy inquietos durante la tarde anterior. Pasó lo mismo en lugares tan distantes como Soria, donde miles de gallinas se escaparon de los corrales en los instantes previos a la llegada de las ondas sísmicas.
El reloj del Ayuntamiento de Cádiz se paró al salirse de su sitio los engranajes de la maquinaria que daban movimiento a las manecillas. Ocurrió igual con los de los ayuntamientos de El Puerto de Santa María y Palencia, así como el de la Compañía de Seguros de la plaza de Neptuno en Madrid, el de la catedral de la Merced en Huelva, y el de la Estação do Sul de Lisboa. Al unísono, muchas campanas tañeron solas en diversos puntos distantes de España.
En la capital andaluza, la población se amontonó en las plazas y en los parques como el de María Luisa, apenas con un abrigo y algunas mantas, dispuestos a pasar allí el resto de la noche sin importarles que el suelo estaba mojado por la reciente lluvia. Tres personas murieron por fallo cardíaco, a lo que cabe añadir un aborto prematuro en San Juan de Aznalfarache. Los muebles volcaron y el agua de las cisternas se salió de los inodoros.
Lo de Huelva fue peor. La gente corría y gritaba consignas improvisadas: “¡Puede repetirse!”, “¡A las plazas, al campo!”, “¡En las casas, no!”. Los faros de los coches iluminaron la noche ante la caída del fluido eléctrico. Iban, venían, se paraban, giraban, sin una dirección clara. Cientos de viviendas quedaron dañadas y varias de ellas derruidas o declaradas en peligro de hundimiento. Moguer, Trigueros, Punta Umbría, Cartaya, Ayamonte, Isla Cristina...
Pero lo que pocos vieron fue el tsunami que generó. Se dice que unos obreros de los astilleros de Matagorda que hacían el turno de noche se inquietaron al ver cómo el mar se retiraba de pronto, volviendo a subir a los pocos minutos para continuar con su ciclo normal de marea como si nada hubiera sucedido. Puede que sea algo más que un rumor, porque en Rabat las aguas del río Bu Regreg, de una influencia mareal parecida a la del Guadalete o el río San Pedro, se comportaron de la misma forma, con corrientes que circulaban en sentido contrario al de la desembocadura.
El riesgo mayor estuvo en mar abierto, alrededor de la llanura abisal de la Herradura, en torno a la que varios buques vivieron situaciones comprometidas. El petrolero noruego ‘Ida Knutsen’ navegaba en lastre sobre él, notando que una fuerza extraña lo elevaba en el aire dejándolo caer y provocándole daños estructurales tan severos que le obligaron a regresar a duras penas, con una de las dos hélices anulada, hasta el puerto de Lisboa para evaluar los desperfectos sufridos. Presentaba un torcimiento general del casco, con chapas del casco, vigas y mamparos hundidos, resquebrajados o deformados, filtraciones en los tanques e instrumentos de radio, radar y navegación inutilizados. Peritación: siniestro total.
El carguero ‘Manuel Alfredo’ no estaba muy lejos del anterior y, sin esperarlo, olas descomunales envolvieron al barco sumergiendo la proa. Eran columnas de agua castaña y espesa que a punto estuvieron de llevarles al fondo; no muy distinto a lo que notaron en el petrolero ‘Esso Newcastle’, donde el capitán calificó el incidente de inusual y terrorífico, con la sensación de que el barco se estaba elevando fuera del agua.
Menos pavoroso fue el efecto sentido por la tripulación de la corbeta ‘Diana’ (F-63) de la Armada española, que a la hora del terremoto regresaba de las Islas Canarias hacia Cádiz gobernando la mar, tras haber participado en las maniobras internacionales Atlántide-69. A bordo viajaba el alférez de navío Francisco José Súnico Varela, conocido gaditano y amigo de muchos de nosotros. Fue una sensación muy extraña, como si el barco estuviera siendo agitado por una poderosa fuerza acompañada de un sonido grave y sordo, no metálico, procedente del interior del buque y no del exterior, como cuando alguien agita un tarro de cristal lleno de arena. Examinaron la sala de máquinas y las cartas náuticas, pero no hallaron ninguna explicación a lo ocurrido.
Hubo tsunami, sí, aunque nadie lo recuerde. La demostración está en los mareógrafos portugueses y españoles, que registraron alturas de ola de hasta 1,2 m en Casablanca, 0,93 m. en Cascais, 0,84 m. en Lagos, 0,3 m. en Chipiona, 0,28 m. en Cádiz, 0,17 m. en Santa Cruz de Tenerife y 0,12 m. en La Coruña. Es la prueba también de que no todos los tsunamis son destructivos, sino que muy pocos lo son. Y no siempre tiene que ocurrir en el Día de Andalucía, aunque los desastres tienen especial querencia por los días señalados en el calendario.
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