La veinteañera nueva ‘vía’ que creó el soterramiento
Hace dos décadas que acabaron las obras y los vecinos y comerciantes recuerdan cómo les cambió la vida
Hace 20 años la ciudad dijo adiós a su división en extramuros. El soterramiento de la vía del tren volvía a unir a los barrios entonces separados y conectados por incómodas pasarelas y pasos a nivel. Acabados los trabajos de esta magna obra, el cambio fue drástico y trajo una mejor calidad de vida a los vecinos. Barrios que eran catalogados como problemáticos, incluso con marchamo de guetos aislados al otro lado de la vía, dejaron de serlo. La profunda transformación, dos décadas después, y ahora rematada por la construcción de la avenida transversal, sigue siendo valorada en positivo por la ciudadanía. 20 años que han dado para mucho, incluso para que la avenida nueva, así llamada popularmente, haya tenido hasta dos nombres: Juan Carlos I y, ahora, de la Sanidad Pública.
El Avecrem y la Barriada España son zonas colindantes a la avenida resultante del soterramiento, en el siglo pasado pegadas a la vía del tren. Allí, en García de Sola, 23, lleva 32 años Eusebio Torres, más conocido como Peyo, regentando un ultramarinos-bar que data de 1957, cuando lo abrió su abuelo. “Se notó desde el primer momento que el soterramiento provocó una mayor movilidad entre las personas. Yo estaba en el lado bueno de la vía, junto a la avenida de Valencia, pero también para nosotros la obra fue un castigo”, destaca. La apertura de la frontera no supuso mayores ventas para Peyo. “Aquí siempre vienen los mismos, gente de la zona. Yo vendía lo mismo, pero entiendo que fue especial para los del otro lado”, apunta.
Milagrosa Granados. Vecina de la calle Parlamento.
“Los domingos iba la gente a echar el día a la vía del tren, que tenía arena y hierbas”
Mila Granados vive en la calle Parlamento, aunque su terraza da a la avenida veinteañera. En ese piso, que fue de sus abuelos, creció y ahora lo comparte con su hermana Aranchi. Dice que, en el lado negativo, la nueva avenida trae consigo “más ruido”. Nada más inaugurarse tuvo que colocar ventanas de doble cristal. Pero en lo positivo el soterramiento “cambió por completo la ciudad, dando su dignidad a la otra parte de la vía e integrándola en Cádiz”.
Mila cuenta curiosidades que le refiere Pilar, su madre. “Antes de que hicieran las pasarelas existían unas cuestas para cruzar. Los domingos iba la gente a echar el rato a la vía. Pasaban pocos trenes y aquello tenía hierbas y arena. Como ir a Las Canteras”, explica. Y los vecinos se guiaban por los trenes para sus quehaceres diarios. “Cuando pasaba el Talgo era hora de comer”, recuerda. Posteriormente, los jóvenes de los 80 y los 90 hacían cosas impensables hoy en día. “Yo he pasado muchas veces la pasarela de Loreto con el Vespino”, asegura entre risas.
En la Frutería Rosi, en Marinero en Tierra, 1, con entrada por la avenida en cuestión, y en pleno Guillén Moreno, el conileño Sebastián Rodríguez cumplirá en noviembre 27 años de trabajo. “Esto ha cambiado mucho. Antes estábamos aquí medio encerrados”, afirma mientras señala el lugar, justo delante del negocio, donde estaba la pasarela para cruzar a la orilla ‘buena’. “Antes de esto en la vía tiraban enseres y el barrio era conflictivo, pero ahora Guillén Moreno está muy bien”, dice. Sebastián ganó clientes del otro lado. “Entonces había que pensárselo para cruzar”, apostilla.
Antonio Peinado. Presidente de la AVV Segunda Aguada.
“Por el paso a nivel había mucho trasiego de niños que iban a los colegios de la avenida”
Con anterioridad, este frutero trabajó en la calle Enrique Calvo, pero allí era distinto “porque gracias al puente de San Severiano era más fácil cruzar”.
Esperando para comprar en esta frutería está Rosario, vecina de Guillén Moreno “de toda la vida”. Reconoce que el reportaje que nos ocupa le trae “buenos recuerdos de cuando era niña y bajaba a la vía a jugar con mis amigas, y cruzábamos sin pasarela, porque era más corto el camino”. Ahora “todo esto ha cambiado para bien, con parques y jardines en lugar del tren, pero me falta mucha gente del barrio, de mi familia”. Eran tiempos en los que “había mucha droga”, con la heroína haciendo estragos. Son épocas felizmente superadas. Recuerda Rosario que el autobús, conocido como el coche de Puntales, pasaba por detrás del barrio.
Sebastián Rodríguez. Frutería Rosi.
“Guillén Moreno era antes un barrio conflictivo, pero ha mejorado mucho”
Antonio Peinado, presidente de la Asociación de Vecinos Segunda Aguada, vive en la zona desde 1974. Allí, la conexión con el otro lado de extramuros se efectuaba por el paso a nivel. “Había mucho trasiego porque muchos niños del barrio estudiaban enfrente, en Salesianos o los colegios de la avenida”, señala. Asegura que el tren “simbolizó una barrera divisoria entre los barrios de extramuros y fracturaba la convivencia entre sectores. El soterramiento hizo que mejorara la vida social de los vecinos, del tráfico y de los transportes”, Porque eran “como dos ciudades divididas y desarrolladas de forma diferente en equipamientos y servicios”.
Admite Peinado que la obra del soterramiento se vivió “con cierto escepticismo entre los vecinos de Segunda Aguada porque pensábamos que podría afectar a las infraestructuras de los edificios colindantes”. Pero “a partir de este cambio urbanístico vivimos la creación de la nueva avenida, dejando de ser una parte de la ciudad sin sobresaltos, sin accidentes provocados o por imprudencia”. Para Peinado la Segunda Aguada “comenzó a tener una mayor calidad de vida, menos inconvenientes a la hora de acudir al médico, nuestros hijos al colegio y nuestros temores desaparecieron. La suciedad, el ruido al paso del tren, el sonar de las campanitas de los pasos a nivel y de la bocina del tren a primeras horas de la mañana, pasaron a la historia provocando, casi sin notarlo, una mejora notable de nuestra calidad de vida”.
Remedios Vázquez. Trabajadora de la escuela infantil Virgen del Rosario.
“Lo que nos dividía era el tren, no la clase social de un lado y otro”
Mejoraron las calles y los comercios de la zona comenzaron a notar la conexión de los barrios, “aumentando sus clientelas y las viviendas ganaron en valor, pasando Segunda Aguada de ser un complejo bodeguero en los sesenta, a una zona donde proliferaron los negocios y de comunicaciones fluidas y seguras”. Y está “seguro” de que de no haberse realizado esta gran obra “hoy en día nuestra asociación estaría pidiendo con urgencia y necesidad prioritaria el soterramiento de la vía del tren”.
Remedios Vázquez trabaja en el servicio doméstico de la Escuela Infantil Virgen del Rosario, con entrada por la calle Murillo, aunque colindante con la avenida nueva. Y en el siglo pasado, junto a la vía del tren. Lleva allí 30 años. “Yo vivía en Santa Teresa y estaba todo el día cruzando la pasarela porque tenía a mi hija en la guardería de Amas de Casa en la Barriada de la Paz. Y lo mismo le pasaba a las familias del otro lado de la vía que traían a sus hijos a nuestra guardería, era muy incómodo”, declara. “Y antes de las pasarelas era más peligroso con el paso a nivel. Recuerdo al principio en la guardería mucho ruido con el tren, pero con el tiempo te acostumbrabas, A los chiquillos les hacía ilusión que pasara el tren”. “Decían que la otra zona era más problemática, pero lo que nos dividía era el tren, no la clase social. A la vista está que ahora ya todos somos iguales. La obra del soterramiento fue dura, pero valió la pena”, argumenta por último.
Veinte años después a ambos lados de la avenida, antes orillas alejadas por el tren, los vecinos de extramuros tienen una perspectiva aún mayor que les sirve para valorar lo que la gran obra supuso en sus vidas.
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