Vestimentas y buenas costumbres

Tiempos de luto y alivio en la sociedad gaditana 

Paseo dominical por las calles Ancha y San José 

Escándalo ante la presencia de una turista que dejaba su espalda al aire

Domingo por la tarde en la calle Ancha. al fondo el Bar Cádiz con los resultados de fútbol
Domingo por la tarde en la calle Ancha. al fondo el Bar Cádiz con los resultados de fútbol
José María Otero

14 de julio 2024 - 07:00

Cádiz/Cuando hablamos de costumbres antiguas corremos el peligro de enjuiciarlas con arreglo a criterios actuales. Las normas y costumbres que rigieron la vida de los ciudadanos hace cincuenta o cien años nos causan asombro y en muchas ocasiones nos mueven a risa. Pero conviene tener presente que muchas de las costumbres actuales, que consideramos ‘modernas’, serán causa de risa para nuestros nietos. 

Con esa perspectiva podemos citar algunas reglas y costumbres de tiempos pasados que hoy nos parecen verdaderamente curiosas. Es el caso, por ejemplo, del luto que seguían los familiares de un fallecido. Un luto que consistía en vestido negro riguroso para las mujeres y traje oscuro, corbata negra y brazalete negro sobre la chaqueta para los caballeros. Muy adentrado el siglo XX, la prensa local informaba de estos tiempos de luto, que debían seguirse escrupulosamente bajo pena de ser excluido de la sociedad.

Por parientes muy cercanos, padres, hijos, hermanos y cónyuge, un año de luto y seis meses de alivio; por abuelos, seis meses de luto y tres de alivio; por tíos , primos y sobrinos, un mes de luto y nueve días de alivio; por la familia política, el mismo tiempo que los anteriores, pero en este caso no por parentesco, sino por ‘delicadeza y atención. En caso de fallecimientos de amigos, un mes de luto y nueve días de alivio. Este alivio de luto consistía en unas vestimentas menos rigurosas y admitía la posibilidad de salir a la calle y llevar a cabo ciertas actividades de relación social. 

Con estas normas ocurría en muchas ocasiones que señoritas ‘en edad casadera’, con la muerte de varios familiares, pasaban varios años de luto sin posibilidad de relación alguna y quedaban condenadas irremisiblemente a la soltería.

Las costumbres de una población quedan reflejadas perfectamente en la vestimenta que llevan sus habitantes. Hasta los años sesenta del siglo pasado era impensable en España que un hombre pudiera salir a la calle sin chaqueta y corbata, y solamente en verano podía llevar algunas prendas más ligeras. En Cádiz, por ejemplo, la costumbre, seguida unánimemente por toda la población, mandaba llevar ropa de invierno a partir del día de los Tosantos y pasar a la de verano el día de Corpus. Con independencia del tiempo que realizara en esos días, el cambio de ropa era obligado.

Y ataviado correctamente con arreglo a la costumbre, los vecinos acudían al “paseo”, uno de los grandes entretenimiento para la población. En casi todas las poblaciones, grandes y pequeñas, existía un lugar y horas determinadas para el “paseo”, que existió en Cádiz hasta los años sesenta y que permaneció algo más algo más en los pueblos de la provincia. Tenía lugar el domingo por la tarde, ya que los sábados era día laborable y la mañana del domingo quedaba reservada para el cumplimiento de las obligaciones religiosas. 

En nuestra ciudad el paseo comenzaba en la calle Ancha, frente a San Pablo, y seguía por la calle San José hasta la farola situada en la plaza de Mina en la esquina de Enrique de las Marinas. Este paseo se prolongaba en verano hasta la Alameda y plaza del Palillero. Como en un circuito los paseantes desfilaban circulando por la derecha, saludando a amigos y conocidos.

La llegada de los turistas impusieron un cambio en las costumbres de la ciudad.
La llegada de los turistas impusieron un cambio en las costumbres de la ciudad.

Los mayores de recordarán estos paseos dominicales de los que surgieron más de un noviazgo, en una sociedad en la que apenas había otra posibilidad de relación entre desconocidos.

Las costumbres en el vestir comenzaron a cambiar con el paso del tiempo y con la indudable influencia de los turistas, que comenzaron a llegar a Cádiz en la década de los cincuenta. En agosto de 1952 una expedición de forasteros causó un gran revuelo en la ciudad. El periodista Curro Plaza, que mantenía en Diario de Cádiz la sección diaria “La palestra”, publicó un a artículo denunciando la “intolerable infiltración”. El redactor denunció que una turista había paseado por la calle Columela “con un vestido amarillo y un escote que era puro escándalo” y que grupos de extranjeras hacían ostentación de “descamisados torsos y olímpicas piernas”. Añadía que los gaditanos tenían derecho a velar por nuestras costumbres.

Plaza terminaba su artículo señalando que esos turistas creían que “el Sahara está en la calle Ancha” y solicitaba medidas para acabar con esos casos.

El citado artículo fue leído con la natural indignación por el obispo de la diócesis, Tomás Gutiérrez Diez, que envió una nota a Diario de Cádiz que fue publicada, como correspondía, en primera página bajo el epígrafe “intolerable infiltración”.

El prelado señalaba que había leído el articulo y que para velar por la santidad y decoro de los templos había ordenado que en todos ellos se recordara a los fieles las normas sobre vestimentas tanto en los oficios religiosos como para visitarlos. 

En consecuencia el obispo ordenó que, además, fuera colocado en las puertas de las iglesias un cartel señalando que:

“Las mujeres que entren en el templo han de llevar bien cubierto el cuerpo, hasta bastante debajo de las rodillas, hasta el cuello y todo el brazo y antebrazo.

En este santo templo no se permitirá la entrada de mujeres sin llevar medias.

Queda prohibida la entrada de mujeres, aunque sean extranjeras, con hábitos de hombres”.

Y no solo eran las autoridades civiles y religiosas las que se escandalizaban con las modas extranjeras. En muchas sociedades náuticas o con piscina figuraba el famoso cartel . “Prohibido el bañador de dos piezas”.

Costumbres que resultan curiosas como resultaran las de hoy dentro de unos años.

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