Las víctimas silenciosas
la incidencia de la crisis en la infancia 3 Las historias reales
La solidaridad del profesorado está siendo fundamental para solventar algunos casos de necesidad extrema en los más pequeños, como el pago de material escolar o incluso de comida
Los más pequeños de la casa también son víctimas silenciosas de la crisis económica que azota España desde hace cinco años y que para muchos ha cambiado la forma de ver la vida. Hemos pasado de una generación del derroche, a la que, en su mayoría, no le faltaba de nada, a otra que huye obligada de los "lujos" y aguanta cada jornada con lo justo. Una generación para la que no hay viajes, ni casi juguetes y, en el peor de los casos, apenas hay ropa o comida.
No es una visión sesgada y alarmista de la sociedad española, y gaditana, de 2013. Los niveles de pobreza se han disparado y ya está tocando de lleno y con fuerza a esa clase media que era sustento de la economía de todo el país. Los comedores sociales, las asociaciones benéficas, las entidades vecinales no dan abasto para atender a las peticiones de familias necesitadas. El Ayuntamiento recorta su presupuesto en todas las partidas menos en la asistencial. Cerca de dos millones de euros al año se gasta el Consistorio en ayudar a pagar recibos, hipotecas, libros, comedores escolares...
La decisión de la Junta de Andalucía de activar un plan para alimentar a los niños que están en riesgo de exclusión social, garantizando tres comidas al día, llega cuando estas asociaciones privadas y la administración local llevan tiempo en estado de alerta.
No hay datos, o al menos no se ofrecen públicamente, de cuántos niños de la ciudad (hay 10.360 entre 0 y 10 años de edad, según el padrón a 1 de enero de 2012, una cifra que curiosamente se mantiene estable desde hace cerca de una dácada, a pesar de la pérdida de población de la capital) están en esta situación de riesgo, pero este periódico ha sondeado a diversos colectivos ciudadanos que constatan que son muchos, centenares, los que sufren necesidad, muchos los que acuden cada día al colegio sin haber probado bocado en su casa y retornan a mediodía con la duda de si habrá un plato con comida caliente sobre la mesa. No es sensacionalismo ni tremendismo. Es parte de la realidad de Cádiz, y España.
"Un pequeño iba al colegio sin tomar nada. Cuando lo descubrimos se le dio leche. Él cogió una botella, la agarró con fuerza y dijo: "Esta botella es mía". Es el relato de una dirigente vecinal que pone ejemplo a la precariedad. Omitimos en este y en todos los casos que se ofrecen en este reportajes nombres de barrios y de colegios afectados, aunque ésta es una epidemia cada vez más extendida en una ciudad en la que, afortunadamente, no existen fronteras sociales entre una zona y otra del término urbano.
Lo cuenta otro presidente de una histórica asociación: "Sabemos de profesores que han llegado a pagar de su bolsillo el desayuno de sus alumnos, que no tenían nada de comer. Y si no tienen para el desayuno, ¿qué pasará con la comida o la cena?". La solidaridad del profesorado es fundamental para solventar muchos casos extremos. "Se nota que hay más necesidad y que muchas familias sin bonificaciones no pueden permitirse tener a su hijo o hijos en el comedor. Hay que tener en cuenta que el menú escolar cuesta 4,5 euros, y al mes supone un coste de 90 euros. Si encima tienes a dos niños almorzando en el comedor, son 180 euros... y hay familias que no pueden afrontar ese gasto", comenta una directora, aunque esta misma reflexión la comparten otros responsables de centros gaditano. Eso sí, también apuntan que son muchos los progenitores que reciben bonificaciones.
Asimismo, algunos señalan casos puntuales que evidencian cómo la crisis ecónomica se hace notar en las escuelas. Una docente cuenta que entre varios maestros recaudaron en una ocasión algo de dinero para comprarle unos zapatos a un alumno, puesto que la madre reconoció que no podía afrontar ese gasto. Otro profesional también relata que alguna vez se ha ayudado, de forma anónima, a pequeños con la adquisición de material escolar, o que incluso el centro ha hecho un esfuerzo para repartir cuadernillos a coste cero entre el alumnado de una unidad.
"Es muy grave que muchos de nuestros pequeños lleguen al colegio sin poder desayunar. Entre todos debemos localizar a las familias, ver los problemas que tienen y buscar soluciones. Hay algunas asociaciones de padres y madres de alumnos que han llegado a poner dinero para estas comidas. Nosotros, desde la asociación -comenta la interlocutora- intentamos dar la comida que nos llega de organizaciones nacionales e internacionales, porque más allá de la picaresca, el que pide comida es porque la necesita. No es un lujo, es comida". No obstante, alguna entidad vecinal opta por dejar en manos de Cruz Roja o Cáritas este tipo de reparto ante la incapacidad por saber quién lo necesita de verdad. En este sentido, una de las asociaciones más activa de la ciudad está elaborando, junto a la sección de Cáritas de su parroquia, un informe para 'limpiar' de sus listados de ayuda "a los casos de picaresca que veníamos detectando". En otra se dan cifras alarmantes: en apenas dos años las familias atendidas han pasado de 200 a 400, con más de una treintena de niños afectados. Y hasta hace poco éste era un barrio con un elevado porcentaje de clase media.
Los comedores escolares cada vez están más llenos de pequeños cuyas familias no pueden hacer frente a sus costes, por lo que son sufragados por las administraciones públicas. Pero la incidencia de la crisis ha sido tal que incluso centros concertados están ayudando en el pago de matrículas a familias que han perdido todos sus recursos.
Más allá de la gravedad de acudir al colegio con el estómago vacío, directores y profesores de centros educativos de la ciudad consultados por Diario de Cádiz lamentan también que muchos escolares se hayan borrado de listas por falta de recursos económicos. Listas como la del aula matinal o la del servicio de comedor, pero sobre todo del listado de actividades extraescolares. Y que haya menos niños a primera hora de la mañana en las aulas, o menos niños en el comedor, o menos niños realizando actividades fuera del horario lectivo significa también menos monitores trabajando.
Cada vez cuesta más celebrar actos de graduación puesto que no todas las familias pueden desprenderse del dinero que conlleva ese evento. E igualmente, el listado de alumnos que se apuntan a excursiones recoge cada vez menos nombres.
Y no todo es de puertas para dentro. Un colegio gaditano, consciente su profesorado de las necesidades existentes en el barrio donde se ubica, planteó hace unos años destinar la comida sobrante en el comedor escolar a la asociación de vecinos de la zona, pero finalmente esta iniciativa no prosperó por falta de apoyo administrativo.
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