Los “viriatos” en la Guerra Civil

Historia

Sin estructura propia eran soldados portugueses que se enrolaban en las milicias falangistas o requetés para ayudar a Franco en su lucha contra los republicanos

Mandos portugueses en Salamanca, en 1939.
Mandos portugueses en Salamanca, en 1939.
José María García León - Historiador

03 de septiembre 2022 - 17:56

En la Guerra Civil española intervinieron fuerzas extranjeras, que, en función de su credo ideológico, optaron por un bando u otro. A favor de Franco, principalmente la Italia fascista y la Alemania nazi, por quien pronto se decantaron nada más empezar la contienda, mientras que por el lado gubernamental, fueron las Brigadas Internacionales y la Rusia comunista de Stalin, quien no solo prestó su ayuda material, sino también asesoramiento técnico y político. De nada sirvieron los llamamientos del recién constituido Comité de No Intervención, auspiciado por Francia e Inglaterra, para evitar esta presencia foránea en España.

Titular extraído de Diario de Cadiz del 12 de mayo de 1939.
Titular extraído de Diario de Cadiz del 12 de mayo de 1939.

Sin embargo, en comparación con todo ello, menos interés desde el punto de vista histórico ha despertado la intervención de Portugal en nuestra pasada contienda. Gobernada por Antonio Oliveira Salazar, que instauró el llamado Estado Novo en 1933, era en realidad un régimen autoritario corporativista, mezcla de conservadurismo, tradicionalismo y colonialismo, con un evidente control del poder legislativo. Por lo demás, siendo Antonio Oliveira Salazar católico, el régimen siempre contó con el apoyo de la Iglesia, aunque marcando ciertas distancias. Así pues, si bien no respondía propiamente a las características de un fascismo convencional, el Estado Novo, siempre con una cautelosa, cuando no ambigua, política internacional (con Inglaterra siempre gravitando sobre ella) nunca negó sus simpatías por los regímenes fascistas, mientras que mostraba su firme rechazo a cualquier dictadura comunista.

Nicolas Franco junto a Oliveira Salazar
Nicolas Franco junto a Oliveira Salazar

Salazar, notable economista y brillante catedrático de la Universidad de Coimbra, era un hombre misántropo y socarrón, que siempre actuó desde una postura academicista, displicente y algo distante con su pueblo. Con el tiempo acabaría diciendo que Portugal era el país de la tres "efes": Fátima, fado y fútbol.

El apoyo de Portugal a Franco

Ni que decir tiene que si en la vecina España arraigaba el modelo político de la Segunda República, tarde o temprano podía ponerse en entredicho toda su estructura, amenazando su estabilidad y hasta su propio futuro. Según el embajador republicano español en Lisboa, el lerrouxista José Juncal (1933-1936), con este nuevo régimen Portugal sería "un estado rico habitado por ciudadanos pobres".

Así pues, desde el inicio de la guerra Salazar prestó una gran ayuda moral al bando nacional, siendo de destacar las transmisiones en español que hacía Radio Club Portugués, en las que destacaba la locutora María Isabel de la Torre. A veces en colaboración con Radio Sevilla, donde eran bien conocidas las charlas del general Queipo de Llano, habida cuenta de que los medios de comunicación lusitanos, en especial su prensa, no dudaron en apoyar desde el principio a la España nacional. Fue precisamente el Diario de Lisboa quien publicó detalladamente el asesinato del general Eduardo López Ochoa a manos de incontrolados del Frente Popular, cuando estaba convaleciente en un hospital de Madrid. Se daba la circunstancia de que dicho general había sido enviado por la propia República para reprimir las revueltas de Asturias en 1934.

Por su parte, el gobierno portugués dio toda clase de facilidades para el envío de material bélico a la España rebelde poco después del 18 de julio de 1936. El 20 de agosto el encargado de negocios nazi informaba que dos barcos alemanes habían salido desde Lisboa para España "sin ninguna dificultad". Es más, Salazar se jactaba de eliminar "todas las dificultades por iniciativa personal" y, conforme las tropas nacionales avanzaban desde Andalucía rumbo el norte, no ahorraba ocasión para mostrar su animadversión hacia la causa republicana española. El 24 de septiembre ponía en duda la eficacia del Comité de No Intervención, alegando que "el comunismo está trabando en la Península una formidable batalla". El 4 de octubre el ministro de Asuntos Exteriores español, Julio Alvarez del Vayo, se quejaba ante el gobierno portugués de "abastecer a los rebeldes de material de guerra sin limitación alguna" y de facilitarles "toda clase de auxilios". También de que los refugiados políticos adictos a la legalidad republicana fueran entregados, desde el país vecino y sin mayores miramientos, a los militares golpistas que los sometían "a un régimen feroz".

La Legión Viriato

A partir de aquí, los acontecimientos se precipitaron en las, ya extremadamente tensas, relaciones entre Portugal y España, pues el 10 de octubre de 1936 los delegados portugueses, en clara discrepancia con la Unión Soviética, se retiraban del Comité de No Intervención. El 23, Portugal rompía sus relaciones diplomáticas con el gobierno del Frente Popular y, un mes después, llegaba a Salamanca un amplio convoy de 186 camiones con víveres y medicamentos en auxilio de Franco. Nicolás Franco, hermano del general, se instaló en Lisboa para encargarse de la compra de armas y convirtiéndose "de facto" en embajador de España, desplazando así al titular, Claudio Sánchez Albornoz. En 1938 lo sería oficialmente, disponiendo aún más de todos los recursos inherentes a su nuevo cargo.

En cuanto a la participación militar propiamente dicha, aunque hubo algunos voluntarios portugueses que apostaron por la causa republicana, resulta evidente que la ayuda militar que Salazar podría prestar a Franco sería más bien escasa, resarcida, eso sí, por ofrecer su país como un refugio para los conspiradores contra la República y una frontera como medio de comunicación para ellos. La información al uso que poseemos de dicha participación se circunscribe a la llamada "Legiao Viriato", una denominación puramente eufemística, habida cuenta que nunca contó con una estructura propia y sus miembros se enrolaron en otras diferentes fuerzas españolas como las milicias falangistas o requetés, la legión o en unidades del ejército nacional. No se sabe, pues, con certeza el número de soldados portugueses que la componían, la forma en que estaban organizados y las batallas en que participaron, pues los datos son poco fiables y aún quedan bastantes aspectos por investigar. Mucho menos el número de heridos o caídos en combate. Las cifras oscilan entre un simple batallón hasta los 30.000 que ofrece el diplomático Franco Nogueira, o los 10.000 del ex ministro salazarista Botelho Moniz. Por cierto, no deja de resultar curiosa esta poca precisión viniendo de los propios historiadores portugueses. Por su parte Hugh Thomas, aunque en principio apostó por unos 20.000 voluntarios, no tardaría en reconocer que su cálculo era bastante abultado. En el fondo, es muy probable que estos voluntarios no pasaran de los 8000 combatientes, aunque la propaganda salazarista magnificó su número al acabar la Guerra Civil, sin duda para enfatizar la ayuda portuguesa prestada a Franco.

En cambio, contamos con un dato certero que puede contribuir a clarificar algo la entidad de la "Legiao Viriato", como es la denominada "Missiao Militar Portuguesa de Observaçao em Espanha", que Salazar envió a nuestro país para supervisar a estos voluntarios. Compuesta en total por 140 integrantes, con un general al frente, Raúl Esteves, junto a dos coroneles, tres tenientes coroneles y buen número de oficiales, nos hace pensar que, con una misión de este calibre, el número de "viriatos" no debió ser muy bajo. Con todo, existe cierta confusión respecto al general Esteves, destacado ingeniero militar, pues en algunos autores aparece también, sin duda por error, como el máximo jefe de la "Legiao". Ni que decir tiene que Portugal insistió siempre en el carácter voluntario de aquellos hombres, habida cuenta de que oficialmente no participó en la guerra.

Los actos de gratitud española

Recién acabada la contienda civil en 1939, se sucedieron pomposos homenajes por parte de los vencedores a los soldados italianos y alemanes de vuelta ya a sus respectivos países, si bien, de forma más discreta y, desde luego, menos elocuente, se llevaron a cabo ciertos actos públicos en agradecimiento a la ayuda portuguesa.

En Burgos, se emitió un programa por parte de Radio Nacional dedicado a ensalzar la legión Viriato, con la intervención principal del poeta Eugenio Montes. Más solemne resultó la concentración del 6 de junio en la Plaza Mayor de Salamanca, en la que se pasó revista a los legionarios portugueses por parte de los mandos españoles, entre ellos el general Kindelán. Se impusieron diversas condecoraciones y se sucedieron los discursos, tomando la palabra por parte portuguesa el capitán Botelho. Hasta, dentro ya de lo que entendemos como un caso de taumaturgia derivada de una propaganda mística, muy propia del nacional catolicismo, la prensa se hizo eco de un "hecho milagroso" ocurrido en Zaragoza. Se trataba de que un voluntario portugués, Américo Emilio, ciego a consecuencias de heridas en combate, después de orar en la basílica del Pilar, había recuperado totalmente la vista ante la perplejidad de los médicos. Incluso hubo en Sevilla un partido de fútbol entre Portugal y una selección de Andalucía.

El 12 de junio una delegación española, a cuyo frente estaban José María Pemán y el general Millán Astray, celebró en Lisboa un acto solemne en reconocimiento oficial de la ayuda portuguesa. Después de la actuación del célebre pianista gaditano José Cubiles, que interpretó varias piezas de música española, tomó la palabra Pemán ("Hemos venido de España un soldado y un poeta"), para expresar que "nunca podrá agradecer bastante a Portugal lo que esta nación hizo en los momentos más difíciles y de mayor incertidumbre". Tras un poético canto a los caídos portugueses, prosiguió: "Portugal fue madrugadora, la hermana del primer momento, la que nos debía la seguridad de una frontera, en tanto que en la raya de Francia pandilleros aburguesados contemplaban el espectro de un país en llamas". Aunque reconociendo que esta cooperación lusitana había sido menos espectacular y vistosa que la de otros países, en el fondo había resultado "igualmente eficaz como factor importante y de decisiva influencia", de tal manera que Portugal "nos ahorró un gran esfuerzo en el camino de la victoria de nuestros soldados en Extremadura. También alabó "la valiosa prestación de Radio Club".

Lo cierto es que, desde prácticamente el inicio de la guerra, José María Pemán se había convertido, poco menos, que en el orador por antonomasia de la causa nacional. Sus discursos, tanto en la retaguardia como en los frentes de combate que visitaba, ensalzaban la España tradicional, "dispuesta a salvar la civilización", con fuertes ataques no solo ya al marxismo y todo lo que representaba una dictadura comunista, sino también al liberalismo y a la masonería, a los que continuamente interrelacionaba. En un discurso pronunciado el 9 de septiembre de 1936 en el Conservatorio de Música de Cádiz, Pemán, que había estado recientemente en Portugal, proclamaba que alemanes, italianos, españoles y portugueses "vibraban unidos por el mismo sentimiento".

Finalmente, aunque siempre hubo un evidente recelo y hasta desconfianza entre ambos dirigentes, sobre todo en los años de la Segunda Guerra Mundial, en que se llegó a temer en Portugal una invasión por parte de España, el gobierno luso impuso a Franco la máxima condecoración de aquel país, el Gran Collar de la Orden de la Torre.

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