Brotes verdes otoñales
Cádiz - Espanyol | Ambiente
La afición vibra, disfruta, sufre y ruge en un partido que tuvo de todo
Cádiz/El cadismo vivió su segundo partido de octubre y del otoño en la Tacita de Plata, una tarde soleada y con buena temperatura para, más allá del periodo estacional, tratar de reafirmar los brotes verdes de las jornadas precedentes, en Zorrilla ante el Valladolid por el resultado (0-1) y en casa contra el Villarreal casi más por el juego que por el punto conquistado (0-0).
Contienda con especiales connotaciones porque el Espanyol salvó al Cádiz la pasada temporada al empatar en Los Cármenes con el Granada, porque el debut de Sergio González en el banquillo cadista se produjo el anterior curso precisamente contra los blanquiazules (2-2), por el pasado periquito del técnico y, por último, porque el partido se presentaba como un cara a cara ante un rival directo al que se podía superar en la tabla clasificatoria para abandonar la zona de descenso. Motivos de sobra, más que nunca, para no escatimar el mínimo esfuerzo en los gritos de aliento.
Quizás algo menos de público que en anteriores encuentros, ligeramente más que en el choque frente al Villarreal, igual de animoso desde los prolegómenos. Suena el himno oficioso del club, el pasodoble “Me han dicho que el amarillo…” de la Familia Pepperoni, obra del inolvidable Manolito Santander. Arranca por megafonía el compás y la afición toma la palabra con una letra ya memorizada para orgullo del cadismo. Pelos de punta antes de que el balón eche a rodar.
El empuje inicial del equipo amarillo contagia a la grada, crítica con cualquier decisión del árbitro contraria a los intereses locales. Ni que decir en una acción como la protagonizada en el minuto 11 por Bondonga, víctima de un posible penalti. Como habitualmente, la parte baja de Fondo Sur, los Brigadas, lideran los cánticos, no dejan que decaiga el ambiente al son del incansable bombo. Por momentos, el Nuevo Mirandilla, el Ramón de Carranza de siempre, se convierte en una pequeña olla a presión para cualquier visitante.
Y así hasta la explosión de júbilo en el minuto 41 con el gol de Víctor Chust, el primero de amarillo del central procedente de la cantera del Real Madrid. Un 1-0 al que siguió el pequeño susto de la tarde al precisar asistencia médica un seguidor de Preferencia baja. Angustiosos tres minutos, con el recuerdo muy presente de lo sucedido el día del Barcelona, hasta que la situación quedó bajo control y el duelo pudo reanudarse. Mejor así.
Después, ya en la segunda mitad, cuando las cosas se torcieron con el 1-1, el respetable mantuvo el tipo y el bloque de Sergio se sostuvo durante algunos instantes porque era espoleado para que no bajara los brazos ante la superioridad del adversario y también gracias al movimiento de piezas desde el banquillo. La impotencia por las constantes imprecisiones se tornaron en ovaciones y aplausos a Ledesma cuando por dos veces evitó el 1-2. Pero tanto fue el cántaro a la fuente que acabó rompiéndose. El segundo gol del Espanyol provocó los primeros pitos de los aficionados.
Pese a la frustración que supone para los seguidores comprobar que cualquier rival con poco logra mucho, que cuesta un mundo llegar, no digamos marcar, la grada siguió empujando. A fe nadie gana al cadismo. Y en esas, en el último cuarto de hora, empató Lucas Pérez y volvió a rugir Carranza. El estruendo se volvió bronca al trencilla en la recta final, con dos posibles penaltis a favor no señalados. El VAR, una vez más, no entró en escena y los brotes verdes se quedaron en otoñales. Algo es algo.
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