Un Carranza chiquito junto a la playa

Los bares gaditanos viven repletos de aficionados un partido histórico En Ka Guti se convierte en el epicentro del cadismo del Paseo Marítimo con una fiesta memorable

Una imagen del interior de la hamburguesería En Ka Guti, convertida ayer en templo del cadismo en extramuros.
Una imagen del interior de la hamburguesería En Ka Guti, convertida ayer en templo del cadismo en extramuros.
Pedro M. Espinosa Cádiz

27 de junio 2016 - 05:02

Cerquita del Carranza, al otro lado de la avenida, una coqueta hamburguesería del Paseo Marítimo escenificó el mejor ejemplo de lo que se vivió en otros muchos establecimientos hosteleros de la capital gaditanas. Cánticos, bufandas, mucho amarillo, alegría, lágrimas, nervios, alcohol, niños, familias enteras dispuestas a celebrar la gran gesta en Ka Guti. Incluso las cámaras de una televisión nacional preparadas para recoger ese momento de éxtasis en que el Cádiz, nuestro Cádiz, regresaba a la aristrocracia del fútbol español, a esa Liga de Fútbol Profesional que es un paraíso comparado con ese desierto sin fin en el que hemos vivido las últimas seis temporadas. Y además se ascendió sin sufrir. Podríamos decir que no fue un partido épico, aunque no me negarán que no tiene base para un romance medieval el hecho de que sea Dani Güiza el autor del gol que certifica el final de las penurias cadistas. El caso es que el guión parecía escrito desde siempre. Por eso, cuando ese gitano, al que más de uno ya quiere convertir en regidor perpetuo del Carranza, enfiló el camino de los vestuarios sustituido por Lolo Pla, en Ka Guti se le rindió pleitesía, se coreó su nombre y se le hizo un sitio en el santuario de héroes del equipo del Hércules y los leones, los mismos que aparecen en la bandera andaluza. Otro jerezano, como Kiko Narváez en su día, hacía estallar al cadismo en palmas por bulerías, con ese compás que suena idéntico en Santa María que en el barrio de Santiago.

No hubo ambiente de drama en los bares de Cádiz en ningún momento. Ni cuando un cabezazo hercúleo al larguero amenazó la renta amarilla. Porque cuando un equipo tiene la suerte de cara no hay nada que hacer. Y el Cádiz, ese mismo conjunto descorazonador por el que no apostábamos un céntimo en la temporada regular, ese cuadro sin alma, sin confianza, ha protagonizado una de las mayores metamorfosis del fútbol nacional. Cinco triunfos de seis, un gol encajado en seis partidos, como para no saltar, bailar, gritar, como para no hacerle un monumento a Álvaro Cervera, un hombre del que muchos se acordaban anoche. "El entrenador ha tenido mucho que ver. Cogió un equipo con muchas dudas y lo hizo crecer desde atrás, juntito, cerca de su área, hasta llevarlo al ascenso. Es una alegría inmensa y merecida para esta ciudad", decía Manolo Rueda, entrenador de fútbol, gaditano de religión y cadista que veía junto a su hijo Pablo un partido memorable.

El resbalón de Alex Muñoz y el gol de Güiza hizo estallar la casa del Guti. Un tsunami de brazos en alto, de abrazos, de jóvenes cadistas de 2 a 90 años que vivían un ascenso tan inesperado como justo, porque ya está bien de que salga cruz. "Nos lo merecíamos, por persistentes, porque esta ciudad merece una alegría, porque somos el Cádiz, una de las mejores aficiones de España y porque no podíamos estar ni un minuto más en Segunda B", decía Carmelo, un fijo en Ka Guti junto a su mujer Lourdes y sus hijos, Melo y María.

Y mientras el Cádiz caminaba hacia Segunda sin sufrimiento Félix Cantos y su hijo, y el Chino, y Domingo con Marta, y Diana con Pedro y Jaime, y Dani y el Portu y Tomás Manteca y tantos otros se preparaban cantando el pasodoble de los Pepperoni, y haciendo la ola, y diciéndole adiós con coreados a esa maldita Segunda B a la que hemos visto demasiado en los últimos años, porque ya está bien de sufrir, que todo tiene su límite en esta vida, y es mejor reír que llorar, y saltar de alegría brindando con cerveza.

Y a las once menos diez de un domingo 26 de junio, mientras toda España estaba pendiente de quién gobernará nuestros destinos los próximos cuatro años, en Cádiz todo importaba un poquito menos porque el fútbol, el mejor juego del mundo, el que es capaz de dar sorpresas como el ascenso de un equipo que parecía medio muerto hace un mes y medio, daba una alegría indescriptible a una ciudad que está harta de perder. Ayer, En Ka Guti, nadie se acordaba de las urnas, Rajoy, Sánchez, Iglesias o Rivera apenas eran un eco lejano en esa península unida a Cádiz apenas por una lengua de tierra, sólo por el dolor que le supondría al continente estar separado de nosotros, de una tierra que tiene un equipo de Segunda. Y los habrá tristes, pues claro, y los habrá que criticarán el pan y circo, los que pensarán que el fútbol es una catetada para bárbaros, pero cuánta alegría proporciona el fútbol cuando se juega bien. Tanta que hasta un bar de Cádiz se disfraza de un Carranza en pequeñito.

stats