Pedro M. Espinosa
¿Dónde están los tíos?
Aterrizaje forzoso del Cádiz CF
El niño venía de lado. Durante semanas los empleados del Cádiz CF se habían coordinado con el gobierno de El Salvador para rendir homenaje a la mayor leyenda del club, Mágico González, en su tierra. Un trabajo exhaustivo y muy complicado para cuadrar todos los actos en San Salvador durante tres días y movilizar desde España a noventa personas, entre jugadores, trabajadores, periodistas e invitados.
De aquello, se esperaba, iba a salir un recuerdo imborrable de una figura atípica en el mundo del fútbol, un futbolista que podría haber sido lo que quisiera en el Universo Fútbol y que prefirió ser eso, un recuerdo imborrable para los aficionados de un modesto club del sur de España y un emblema en un país de poco más de cinco millones de habitantes.
Para el gobierno de El Salvador la fecha era ideal y había sido meticulosamente escogida, coincidiendo con la semana en la que su exitoso presidente, Bukele, famoso en todo el mundo por haber acabado con las violentas maras encarcelando a 60.000 personas iba a ser investido como incontestable líder del país. Para el Cádiz, no tanto.
Se iba para El Salvador arrastrando no sólo el descenso confirmado hace dos semanas sino esos sonrojantes 45 minutos en Almería, el peor equipo de la categoría, en los que encajó seis goles. Las caras de los jugadores lo decían todo. A ninguno de ellos parecía apetecerles ni lo más mínimo ese viaje.
La organización había contratado un vuelo chárter con una agencia de viajes designada por El Salvador, que, a su vez, escogió una compañía portuguesa, Euroatlantic Airways, que aportaba un bimotor Boeing 767-300, segunda versión de una línea de aeronaves que se puso en marcha en 1986 para cubrir vuelos transoceánicos sin escalas. No es que el avión fuera de 1986, pero desde luego no era el último grito, contando con que Boeing había lanzado una nueva versión, el 767-400, en el año 2000.
El vuelo se había programado para las 13 horas del lunes, lo que suponía llegar a San Salvador sobre las 17 horas, hora local. Unas diez horas y pico de vuelo con escala en Lisboa. Esto se debía a que la pista de despegue de Jerez no es demasiado larga, poco más de dos kilómetros y un Boeing de este tipo, totalmente cargado de combustible, pesa lo suyo. Y hay que levantarlo.
Hace tiempo que el aeropuerto de Jerez, la Diputación de Cádiz y la Confederación de Empresarios claman por obras para que puedan aterrizar vuelos con turistas transoceánicos. Por eso lo natural era despegar en Jerez con el combustible justo y, posteriormente, repostar en Lisboa para cruzar el océano ya con el depósito lleno.
Pero esto no sucedió porque el avión fue acumulando retrasos. Lo primero que se dijo es que venía de Sudáfrica y se había encontrado con una tormenta que obligó a retrasar sus planes. Luego se dijeron más cosas y no me enteré de cuál de todas era la correcta. La cuestión es que entre una cosa y otra, tras una espera de casi tres horas, el avión no salió hasta las 19,30. Lo haría desde Jerez y no habría escalas. Habían calculado el peso y consideraban que podría despegar desde Jerez sin problemas con el depósito lleno.
La hora era la peor posible para un futuro jet lag. Se llegaría a San Salvador sobre las 22,30 hora local. Es decir, se volaría durante diez horas en nuestra madrugada para encontrarte nada más llegar con otra madrugada y, además, madrugar al día siguiente paras empezar la cascada de actos previstos en destino.
La disposición en el avión fue poner a los jugadores en la parte delantera, a los invitados en la parte media y a los periodistas en la cola. En ese grupo de periodistas viajaba un debutante. Uno de nosotros estaba ante su bautizo de vuelo. Había decidido embarcarse a El Salvador como terapia porque su plan era viajar a Japón, el país que su miedo a volar no le permitía conocer. Había respirado hondo y allí estaba. El miedo a volar me inspira ternura porque yo no me lo curé hasta que hace treinta años una tripulación borracha me hizo disfrutar en un vuelo local en México de un viaje repleto de loopings y bandazos con los que las azafatas nos iban derramando los contenidos de las bandejas de comida encima. Aquel avión era una tartana. Tras sobrevivir a ese vuelo me convencí de que los aviones no se caen nunca. Aunque sé que alguno se cae. Pero lo suyo era explicarle al novato un hecho que es cierto: no hay forma de viajar más seguro que volar, se mata mucho más gente en accidentes de coche, e incluso de tren, que en aviones, las estadísticas, etcétera, etcétera. Lo que se suele decir, vaya. No ayudaban las noticias de días anteriores del incidente en un vuelo entre Londres y Singapur, en la que una gigantesca turbulencia había hecho caer al aparato como desde un rascacielos medio, lo que provocó el infarto de un pasajero y decenas de heridos. A la noticia le siguieron otras sobre que el cambio climático provocaba turbulencias nunca antes conocidas por motivos científicos que ahora no recuerdo. No, eso no ayudaba.
Así que allá vamos con un despegue inmaculado después de haber hecho todas las bromas habidas y por haber sobre si íbamos a acabar en la Venta Esteban. Es sabido que antes de volar es una especie de ritual hacer bromas macabras. Pero todo iba bien y ya parecía haber salido triunfante la estrategia de tranquilización al compañero cuando, de repente, sin haber alcanzado la altura en la que el avión se endereza y toma la velocidad de crucero cuando sonó un fuerte chasquido en el motor derecho. Fue un golpe seco que alimentó la teoría del pájaro, aunque otros discutían que era improbable que un pájaro volara a esa altura. La cuestión es que el golpe hizo que el avión se tambaleara durante un instante y ya no se elevara más, perdió algo de altura y volvió a estabilizarse. Algo había pasado y el problema no era ya que el tono de piel de nuestro compañero hubiera pasado de beige a blanco como el papel, sino que los azafatos no transmitían mucho más sosiego en sus rostros.
Vamos a ver, no es que hubiera sido un golpe muy violento, pero había sido raro. Eso no era una turbulencia, a la que cualquier viajero aéreo está acostumbrado, había sido otra cosa, aunque la misión de los tranquilizadores del debutante era mentirle y decir que aquello era de lo más normal. No exageremos tampoco, no es que hubiera escenas de pánico ni gritos de “¡vamos a morir todos!”, pero era una intranquilidad que se respiraba en el ambiente.
Minutos después las luces del avión se apagaron. No duró mucho tiempo, pero se hizo el silencio más absoluto. Todos a oscuras, todos callados. En realidad, explicaron después, ese fue el momento clave del incidente. El piloto estaba reiniciando todo el sistema del avión. La operación salió bien, el aparato respondió. ¿Podía no haber salido bien? Hubiera sido raro, pero podía haber pasado. Lo que ese chequeo daba por seguro es que uno de los dos motores había quedado totalmente inutilizado. El piloto no se lo pensó dos veces: no atravesaría el Atlántico con un solo motor.
Es entonces cuando en la parte delantera, donde estaban los dirigentes del club, van obteniendo más información. Y la información, si no es buena, multiplica el miedo. Atrás podíamos estar inquietos e inventando teorías, pero no teníamos ni idea de lo que había pasado. Lo explicó posteriormente Manuel Vizcaíno: “Esa rotura del motor la sentimos todos, pero ninguno somos pilotos y sabemos lo que eso significaba. Han sido momentos de incertidumbre y susto. Usamos la brújula y vimos que estábamos dando la vuelta y que el avión no ganaba altura. Al final también ha sido una noche mágica porque si pensamos lo que pudiera haber pasado… Ha sido mágica porque no ha pasado nada”.
El miedo se apoderó de la plantilla. Vizcaíno dijo que los jugadores estaban en shock y uno de ellos, Alex Fernández, reconoció en el aeropuerto de Sevilla que se les había pasado por la cabeza que de esa no salían.
Rápidamente el piloto se comunicó con el pasaje una vez que había negociado con los controladores de Sevilla un aterrizaje de emergencia inmediato. “Hemos tenido un problema con un motor, pero ya está solucionado. Vamos a aterrizar en Sevilla”. Después de tres horas de espera y menos de una hora de vuelo íbamos a aterrizar a cien kilómetros de donde habíamos salido.
En su cuenta de X los controladores aéreos explican la maniobra de manera más técnica: “La tripulación del vuelo saliendo de Jerez con destino Centroamérica, en frecuencia del centro de control de Enaire en Sevilla, nos indica que tienen un problema técnico a bordo y que necesitan desviarse al aeropuerto Sevilla en emergencia. Para priorizar su operación instruimos a otros tres vuelos a realizar esperas. Tras realizar comprobaciones y descender en la espera, posicionándole para aproximación directa a la pista 27. Aterriza posteriormente sin incidencias y libra pista. Una vez finalizada la emergencia posicionamos al resto de vuelos para aproximación. Agradecemos al resto de tripulaciones su colaboración”.
Todavía queda un último momento de pavor. Al acercarse el avión a Sevilla en la parte de atrás observamos cómo desde ambas alas sale un humo blanco. Algunos prefieren bajar las ventanillas, prefieren no verlo. En realidad, es el momento de menor riesgo de todo el incidente. El avión no puede aterrizar cargado hasta arriba de combustible. Lo está expulsando. Toneladas de queroseno al aire sevillano.
Antes de pisar suelo, la decisión del Cádiz está tomada. Se suspende el viaje. El primer motivo es que después del susto no iba a ser fácil convencer a la mayor parte de la plantilla que se volvieran a subir a un avión. El segundo motivo era que, aunque se les convenciese, habría que retrasar el vuelo un mínimo de 24 horas. Cuando se le comunica a las autoridades salvadoreñas, ya con el avión parado en la pista del aeropuerto de Sevilla, la suspensión de los actos la desolación es absoluta.
Dos salvadoreños que acompañaban a la expedición en nombre del gobierno de Bukele me explicaban que el esfuerzo económico que había hecho El Salvador para celebrar estos actos había sido enorme. Hoteles, comidas, transportes… Iba a ser un gran escaparate para su país y estaban eufóricos con el reportaje que el periodista Paco Grande, presente en el pasaje, iba a hacer para la Televisión Española. Había algo de molestia por que el Cádiz hubiera tomado esa decisión unilateralmente. Pero lo cierto es que el Cádiz no podía tomar otra decisión posible. Pese a lo frustrado del viaje, la actuación de los organizadores durante esas horas fue impecable.
Cuando uno de los invitados al viaje preguntó a una azafata qué hubiera sucedido si la avería se hubiera producido en el Atlántico la respuesta no pudo ser más franca. Con un gesto de la mano dibujó el signo internacional de zambullida.
Ya de regreso en los autobuses de cada uno a su lugar de origen nuestro compañero que tenía pensado viajar a Japón ya había decidido que este año veranearía en Tarifa.
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