La fortuna es un fiel aliado (1-1)

Huesca-Cádiz

Los amarillos arreglan un pésimo partido con un milagroso gol de Ortuño en la última jugada que otorga un punto vital para continuar en la zona alta

Las imágenes del Huesca-Cádiz / LOF
Jesús Jaques Nuche

15 de abril 2017 - 20:02

El Cádiz jugó a empatar, que es lo mismo que jugar con fuego, y a punto estuvo de quemarse. De hecho, tenía el partido perdido hasta que en el minuto 93, en la última jugada antes del pitido final, cuando estaba a un tris de consumar una derrota que no hubiese sido inmerecida, emergió Alfredo Ortuño en modo salvador y con un cabezazo certero firmó el tanto de una igualada milagrosa que asegura una semana más la permanencia del conjunto amarillo en la zona de play-off. Un punto de oro por el modo y por el rival que tuvo enfrente, candidato a entrar en la zona noble.

Y no sólo eso. Tan importante como el empate es mantener al Huesca por debajo en la clasificación y con el goal average particular a favor de los andaluces, un factor que puede llegar a ser determinante en una competición tan igualada.

El cuadro oscense, que comparecía en su feudo sexto clasificado con dos puntos menos que el Cádiz, estuvo a pocos segundos de superarlo en la tabla e ingresar en la zona de los elegidos de la que los gaditanos hubiesen quedado al borde del abandono a expensas de que lo hoy hiciese el Getafe en Alcorcón. Pero sí alguna virtud acredita el Cádiz es que pelea hasta el final. Nunca se da por vencido. Si algo tiene el Cádiz es a un matador del área como es Ortuño, que anotó su 17ª diana del curso y además en el momento más oportuno. Y si algo tiene además este equipo es esa dosis de suerte necesaria que también hay que saber buscar. La fortuna ejerció de perfecto aliado de un conjunto que se mostró rácano, conformista, que salió a empatar aunque evitó a lo justo una derrota en el único a tiro a puerta que hizo en la segunda parte.

El planteamiento ultraconservador hizo desaparecer al Cádiz en ataque hasta que, obligado por el gol de los locales, no le quedó otro remedio que buscar cambios con hombres de ataque y Aketxte como director de orquesta. Tampoco estuvo fino el equipo, pero al final llegó el premio.

Álvaro Cervera sorprendió de inicio con una apuesta inédita en la 34ª jornada de Liga. No fue novedoso el trivote que implantó con Jon Ander Garrido -reapareció una vez superada su lesión-, José Mari y Abdullah, conocido de otros partidos, pero sí la a priori extraña renuncia a la rapidez por las bandas, la seña de identidad a lo largo de toda la temporada. Dejó en el banquillo a los veloces Salvi, Nico Hidalgo y Aitor y se decantó por Jesús Imaz y Ager Aketxe con la idea de atesorar más el cuero y buscar el pase a Ortuño, demasiado solo arriba.

La intención era clara. Acumular hombres en la medular para tratar de trabar el juego de un equipo local que avisó en el minuto 6 con un disparo lejano de Melero repelido por un acertado Alberto Cifuentes, que no tardó en evitar el primer tanto. El Cádiz carecía de clarividencia en ataque hasta que en el 12 apareció Ortuño. El delantero, tras un servicio largo de Sankaré, ganó la espalda a la defensa y su remate, desde dentro del área, lo atrapó Herrera. A falta de goles, en ese instante reinaba un empate en ocasiones en un duelo encorsetado por los sistemas defensivos. Ni siquiera el Huesca, que necesitaba el triunfo para acceder a la fase de ascenso, se lanzó a tumba abierta a por el gol. Le pudo más la prudencia.

El miedo a perder podía más que las ganas de vencer en ambos bandos. Había mucho en juego y el exceso de precauciones dificultaba la llegada del balón a las áreas. Ortuño, una isla arriba, mandaba fuera un tiro con la bota derecha en el 18 y un minuto después Sankaré abortaba un lanzamiento de Vinicius en la primera acción trenzada de los oscenses.

Los amarillos no arriesgaban lo más mínimo. Les costaba hilvanar pases en tres cuartos. Se sentían cómodos en labores de destrucción pero el hasta entonces eficaz entramado defensivo se desajustó por momentos e irrumpió el sufrimiento. En el 26, un balón perdido por Garrido en el centro del campo propició una contra que Melero, con un tiro desviado con el exterior de su pie, no supo culminar en una posición inmejorable dentro del área. Aún no se había repuesto el Cádiz del susto cuando un minuto después Vinicius pillaba desprevenida a la zaga y con su potente derechazo, cerca de la portería, estrellaba el esférico en un poste después de un providencial desvío de Cifuentes. La fortuna se alió con un equipo amarillo que comprobó que cualquier error podía dar al traste con sus aspiraciones de puntuar.

El empate favorecía los intereses de los gaditanos, que apretaban los dientes en la recta final de la primera mitad para alcanzar el intermedio con el marcador intacto. Sin luz en ataque, la única carta fiable era la de la defensa a ultranza de las tablas en un choque equilibrado. El cero a cero al descanso hacía justicia a los méritos de dos contendientes concentrados al cien por cien en no recibir un gol a la espera de una oportunidad en ataque.

La segunda parte arrancó con el guión cambiado de manera radical. El Huesca se liberó de los anclajes de la cautela y acorraló a un Cádiz sin argumentos que achicaba agua y nada más.

Mientras los amarillos dieron cien pasos atrás, los de Anquela arrinconaron a su rival contra las cuerdas y buscaron el gol con ahínco y lo encontraron en el minuto 55. Samu Sáiz penetró en el área como Pedro por su casa y Sankaré, sin control, derribó al atacante y cometió un penalti tan claro como inocente. El propio Samu Saiz transformó el máximo castigo con un lanzamiento a lo Panenka ajustado a un poste.

Cervera había planteado un partido para empatar y, con el marcador en desventaja, reaccionó de inmediato al dar entrada a Salvi y poco después a Aitor. Con los dos extremos intentaron los amarillos nivelar la contienda, pero sin disparar era imposible. Alguna internada del sanluqueño y poco más. Cervera se jugó la carta de Santamaría. La última. Sin José Mari ni Abdullah sobre el césped, Aketxe retrasó su posición a la media y se echó el equipo a la espalda. El partido estaba perdido. El reloj rozaba el minuto 93 cuando llegaba la última oportunidad. No había tiempo para más que un saque de esquina. Aketxe puso la pelota en el corazón del área y allí apareció Ortuño, quién si no, con un salto majestuoso para cabecear y colocar el esférico dentro de la portería después de dar un bote. Los milagros existen pero hay que creer en ello y el Cádiz siempre creyó, aunque tuviese que rectificar sobre la marcha.

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