La alegría más contagiosa
La celebración de la afición
El cadismo se echa a la calle para celebrar el ascenso
Mucha mascarilla y mucha felicidad en una fiesta sin incidentes y en la que, eso sí, no se guardó el distanciamiento social
Cuando Oli la rompió en Chapín muchos de los cadistas que esta madrugada celebraban el retorno a la élite, a esa aristocracia futbolística tan deseada, apenas si habían echado los dientes. Por eso, porque parecía que nunca iba a llegar, porque pocos equipos, pocas aficiones, se merecen más este premio, el cadismo inundó las calles de la ciudad como un río apasionado. La alegría es una de las cosas más contagiosas del mundo y ni las mascarillas pudieron frenarla. Porque la felicidad se adivina en los ojos, en las miradas de esos padres que se apostaban en las aceras de la avenida principal acompañados de niños pequeños para asistir al desfile de cadismo, en los veinteañeros que vivían por primera vez un ascenso a la máxima categoría. Coches y motos sonando sus cláxones, bocinas, aplausos, un atasco monumental a las doce y media de la noche sin una sola protesta, gente celebrando en familia, con cautela, pegándose codazos sin temor a que un árbitro sieso enseñe tarjeta amarilla. Todos tenían claro cuál era su destino:la fuente de las Puertas de Tierra.
La fiesta que debió ser el sábado se aplazó una jornada. El Cádiz es así. Hace las cosas a su manera. Le gusta ponerle suspense a la vida. Así que al disgusto ante el Fuenlabrada le siguió la ilusión de ver como el Oviedo, el rival enconado en los últimos años, el mismo que nos dejó en Segunda B otra temporada, le metió un buen tute a un Zaragoza en estado de shock desde que arrancara esta era post-covid. Los bares del Paseo Marítimo se habían ido poblando poco a poco. Obviamente no hubo el ambiente del sábado. No jugaba el actor principal, pero en el aire había cierto runrún de que podía ser el día. El 0-2 con que acabó la primera parte en La Romareda hizo saltar las alarmas. Ojo que estamos ahí. Los grupos de whatsapp empezaron a echar chispas. Los bares se llenaron. La gente se puso su mascarilla y comenzó el peregrinar. El tercero del Oviedo fue la señal que todos esperaban. Ya no había miedo. El Cádiz estaba en Primera. Algún carnavalero avispado tuvo un recuerdo para dos cadistas que nos dejaron en 2019:Santander y Aragón. Uno autor del himno oficioso del cadismo, el que se entona ya en toda España. Otro que sin cantarle tan en serio dejó pasodobles memorables y cuplés inolvidables. Porque el destino quiso que dos pinchazos de rivales directos en la lucha por el ascenso en Santander y Aragón llevaran a los amarillos a Primera.
El dispositivo de seguridad constaba de dos equipos de la UPR y agentes de los Grupos de Atención al Ciudadano de Cádiz y del área metropolitana la Bahía de la Policía Nacional coordinados con Policía Local. Se instaló sobre todo en las Puerta de Tierra, cuya fuente, vallada, se vio pronto cercada por una marea humana. La Policía tuvo que hacer algún amago de carga cuando veía que los ánimos se exaltaban demasiado, lo que provocó alguna carrera que no llegó a ser estampida pero que tampoco permitió vivir la fiesta con demasiada tranquilidad.
Agentes de la Policía Local habían situado controles a lo largo de toda la avenida. El primero de ellos a la altura de la calle Ciudad de Santander en sentido hacia el casco histórico;el segundo frente al Pirulí y un tercero en dirección contraria en la Plaza de Sevilla. El objetivo era permitir que las miles de personas que querían participar de la fiesta pudieran hacerlo con más espacio, si no manteniendo ese cacareado distanciamiento social al menos teniendo espacio para no compartir alientos ni virus mamarrachos y cortapuntos.
En el Paseo Marítimo la algarabia iba por zonas. En la más cercana a Cortadura mucho veraneante miraba con cara de pensar:están locos estos cadistas, mientras adolescentes con banderas anudadas a sus cuellos imberbes se bañaban en las aguas oscuras del Atlántico en una noche hermosísima que recodarán toda sus vidas.
En Ingeniero La Cierva, muchos padres con hijos celebrando el logro de los de Cervera. Fotos, cánticos y mascarillas bajadas para que la voz tuviera más tronío.
Por las aceras centenares de personas en una romería interminable. En los balcones los vecinos saludando. “Que estamos en Primeraaaaaa...”. Una terraza de la esquina de la calle Brasil prácticamente no dejaba un hueco sin teñir de amarillo con mensajes de ánimo hacia un equipo modesto que se codeará con los grandes la campaña que viene. Porque la lucha no se negocia, y este Cádiz ha sabido sufrir en los peores momentos, reponerse a baches y hasta a pandemias para salir victorioso.
La fiesta continuó hasta altas horas de la madrugada con algún patoseo propio del momento pero sin grandes incidentes dignos de resaltar.
El Cádiz ha vuelto a Primera División en medio de mascarillas y de críticas de tuiteros feroces y expertos epidemiólogos. La cuestión es que hay pocas cosas tan imparables como la alegría. Y Cádiz, que siempre ha sabido reírse de sus penas, no pudo evitar echarse a la calle para celebrar una gesta histórica.
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