Pedro M. Espinosa
¿Dónde están los tíos?
Cádiz/Han pasado más de 35 años pero los cadistas de más edad lo recuerdan como si fuera ayer. Los más jóvenes, aquellos que eran sólo niños o incluso aún no habían nacido, no lo vivieron como un presente pero saben que forma parte de las páginas más gloriosas de la historia del club. Y no es para menos. El 24 de mayo de 1981 el Cádiz firmó una gesta irrepetible, una de esas hazañas que perduran en la memoria por siempre. Aquel encuentro en Elche supuso el segundo ascenso a Primera División pero algún ex como Hugo Vaca afirma sin dudarlo que en realidad representó el primer ascenso de Cádiz como provincia, como ciudad, una Tacita de Plata que se identificaba con un equipo plagado de gaditanos que desbordó la ilusión de manera casi inesperada.
En efecto, el inolvidable Manuel Irigoyen había apostado en su tercer proyecto como presidente, el de la campaña 1980/81, por el serbio Milosevic en el banquillo para afrontar la temporada con una plantilla de la casa, repleta de canteranos y apuntalada con algún que otro foráneo. Así, aunque el conjunto cadista ocupó las plazas de honor desde el pistoletazo de salida, el transcurso de las semanas confirmó que podían faltarle tablas y su irregularidad le devolvió a la realidad en la 12ª jornada, cuando tras caer con el Levante por 1-0 encadenó cuatro encuentros sin ganar y se vio por primera vez fuera de los tres puestos que por entonces daban el ascenso en una competición en la que se sumaban dos puntos por triunfo.
A partir de ese momento, los amarillos combinaron marcadores positivos con otros negativos, cayendo hasta la 11ª posición en la 18ª jornada, tras ser goleados por el Burgos (4-1), y cerrando la primera vuelta octavos y a tres puntos de unas plazas de ascenso que ocupaban Castellón, Racing de Santander y Rayo Vallecano. En la 21ª jornada, el 3-1 cosechado en Ceuta se tradujo en la peor clasificación del curso, el 12º puesto, y si bien en la 27ª el triunfo en Vitoria frente al Alavés por 1-2 posibilitó el regreso a la tercera posición, en las siguientes semanas los malos resultados alejaron de nuevo el reto.
El marcador de la jornada 33ª resultó un auténtico punto de inflexión porque, aunque después del incontestable 3-0 al líder Castellón aún se perdió por la mínima en Linares, lo cierto es que el Cádiz encadenó después de eso tres victorias consecutivas ante Recreativo (3-1), en Santander (0-1) y contra Burgos (3-0) que permitieron afrontar la 38ª y última jornada en el tercer puesto y con tantas opciones como el que más para dar el salto de categoría. Eso sí, la empresa se antojaba harto complicada.
De este modo, el fin de semana del 24 de mayo se presentó con seis escuadras optando a las tres posiciones de ascenso. Castellón y Elche contaban con 45 puntos, Cádiz, Racing y Rayo con 43 y Sabadell con 42. Los tres primeros dependían de sí mismos, pero ilicitanos y gaditanos se medían en un cara a cara del que difícilmente saldrían felices los dos.
El Martínez Valero, por entonces Nuevo Estadio inaugurado apenas cinco años atrás con miras el inminente Mundial de España'82, presentaba un lleno a rebosar, con los 55.000 espectadores que por aquella época registraba su aforo. Al cuadro local le bastaba con el empate para celebrar una fiesta ya preparada con el champán aguardando en el vestuario. La presión, por el ambiente y por la exigencia impuesta, era para los franjiverdes. Para el Cádiz, en cambio, estar ahí era ya de por sí una recompensa al buen trabajo realizado con los jóvenes valores. Como Irigoyen había repetido hasta la saciedad días antes de la contienda, con los mimbres que había el equipo subiría ese año o el siguiente.
Sin televisión en directo y con apenas alguna que otra emisora radiando el choque, los aficionados siguieron desde la distancia las evoluciones de un duelo que, visto sobre todo con la perspectiva del tiempo, la mayor parte del tiempo tuvieron controlado los pupilos de Milosevic, aunque por los nervios del momento pudiera dar otra sensación. De hecho, Zúñiga adelantó al Cádiz pasada la media hora y, pese a que Txomin devolvió las tablas a la vuelta del descanso, Pepe Mejías propinó el golpe definitivo a poco más de 10 minutos para la conclusión, sin que el Elche, que pecó de conformista con el 1-1, mostrara la menor capacidad de reacción.
Con el pitido final se desató la fiesta visitante sobre el campo, en contraste con un conjunto y afición local incrédulos y desolados porque el sueño se había esfumado, ya que el Racing cumplió su parte al superar por 1-0 al Levante y acompañó a Primera a castellonenses y gaditanos.
Del césped, al vestuario y ni que decir tiene a la Tacita, en donde la improvisada celebración de la hinchada llenó de coches con banderas y pitando la avenida, principal arteria que literalmente se colapsó al día siguiente en el recibimiento a los héroes con estampas que se repetirían a lo largo de la historia en otras ocasiones, más bien contadas y entre las que merecen ser destacadas igualmente el ascenso de la temporada 2002-03, cuando el empate en Canarias ante la Universidad de Las Palmas supuso abandonar el pozo de la Segunda B, o el reciente e inesperado ascenso conseguido a finales del pasado mes de junio ante el Hércules en Alicante, sin duda una provincia de grandes recuerdos para el cadismo.
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