Cerrado por vacaciones
Yo parí a Juan Carlos Aragón
Balance. ¿Mereció la pena dejar la chirigota por la comparsa? Y después de hacer balance, ¿ahora qué?, ¿qué me queda?, ¿sigo? Y en caso de seguir, ¿cómo? La comparsa me tiene un poco hastiado
Bueno, ya está bien por este año. Ahora me toca pasarme unos diítas descansando en los coniles de mi frontera, en amor y compaña, disfrutar de lo que me queda de paro y regar con viento fresco mis neuronas, que ya empiezan a estar un poquito cansadas de carnaval. Y más cansadas esta vez, por sacar de la memoria todo lo que os he contado -y todo lo que no-, que era más de lo que yo esperaba. Al destapar el tarro, de algún modo he revivido veinte años de carnaval en veinte días, y eso te deja como si hubieras corrido una especie de Tour mental.
Cuando Alicia me hizo la entrevista que precedió a estas entregas, me dijo que ahora tenía la oportunidad de redimirme; pero creo que más bien he hecho todo lo contrario. Una de las mayores miserias del carnaval es que, cuanto más tiempo estás arriba, más riesgo corres de aumentar tu legión de seguidores, pero también de detractores y enemigos. Cuando yo estaba abajito del todo, no entendía por qué los que ganaban los concursos tenían a tanta gente en contra. Ahora ya si lo entiendo, pero no me va esa marcha. Vamos al Falla como a la guerra. Si dices lo políticamente correcto sin mojarte ni hacer pupa, la gente dice que no has dicho nada y pasa de ti. Si dices lo que te sale del alma tal y como te sale, la gente te convierte en un héroe y un villano a la vez. Si estás abajo, quieren verte arriba. Pero cuando te ven arriba, quieren verte abajo. Y yo, que tengo muchos defectos -pero no incluyo la egolatría- no quiero que la gente me vea, ni arriba ni abajo: por eso, cierro por vacaciones.
De hecho, cuando he ido escribiendo estas memorias, he disfrutado tanto como he sufrido. Y os confieso que lo malo que he contado -que es mucho menos de lo que en realidad ha habido-, lo he contado del modo más suavito posible, sobre todo por hacerme un favor a mí mismo. Cada vez que llegaba la hora de narrar un episodio áspero o desagradable, reconozco que me invadía una sensación de arrepentimiento por haberme metido en este mundo. El único sentido del carnaval es disfrutarlo; sufrirlo y padecerlo, me parece de idiotas, sinceramente. Y aunque todos los que estamos metidos hasta el gorro en esta cruzada tenemos algo de idiota, yo quiero tener lo menos posible.
Y ya puesto a hacer balance, tengo que decir que, entre mis experiencias negativas en carnaval, las peores son las relacionadas con el mundo de la comparsa. Por mucho que quieras cuidarte y retirarte, los malos rollos te terminan salpicando. Y lo peor no son los malos rollos en sí, sino los motivos que los provocan. Esto es un símil en miniatura de La Hoguera de las Vanidades. En vez de comparsas, parecemos bandas rivales al estilo de The Warriors. Cuando ganamos, no hay quien nos soportes: nos sentimos dioses y nos reímos de nuestros rivales. Cuando perdemos, arremetemos contra el público, el jurado, la prensa y las ninfas, si hace falta. Ponemos vestido de limpio al primero que se nos pone enfrente, pero al año siguiente nos estamos comiendo el piquito con él. Muchas veces, es el propio público -el sector fanático, el enfermo- el que provoca los enfrentamientos entre los grupos y los autores, como si fueran los hooligans del Liverpool pero con una diferencia: estos nunca se cambian la camiseta. Y todo esta vorágine de malos rollos es absurda, no tiene sentido (o al menos yo no se lo veo).
Pero no todo ha sido malo. Tengo que decir que con las chirigotas he disfrutado mucho, y de ese reino y de esos años es de donde guardo y conservo lo mejor de mi memoria. Los años de Un peasso coro y Los Tintos, fueron inolvidables. Hacíamos un carnaval sano, cachondo, gamberro, desinhibido, callejero… como entiendo que debe hacerse el auténtico carnaval. Los tres años siguientes también fueron muy positivos en ese sentido, pero reconozco que ya sufría más porque me había empezado a picar por conseguir finales y premios. Pero aun en los malos momentos, la amargura no era tanta, y se pasaba pronto. La modalidad de chirigotas es la más noble y sana, y eso facilita mucho la superación de los sinsabores.
Pero los cuatro años siguientes, con Los Yesterday, Flamenkito, Los Panteras y Vota PICHA, fueron sin duda los mejores. Por aquella gente y aquellos años mereció la pena lo vivido y parte de lo por vivir. Y cuanto más tiempo pasa, más me repito la misma pregunta: ¿Me mereció la pena ir dejando la chirigota en favor de la comparsa? Quizás, si hubiera seguido con la chirigota, me habría quemado antes, porque el humor quema con más rapidez que la prosa. Y, además, si no hubiera catado la comparsa en toda su esencia, puede que me hubiese quedado algo-bastante frustrado de mi andadura por el carnaval. Así que la respuesta no la tengo clara. Lo único que tengo claro es que siento mucha nostalgia de las últimas chirigotas nombradas, y de los ratitos vividos con la gente que formó parte de aquellos grupos, sin desmerecer en absoluto mucho de lo aún presente.
Pero en estos momentos la pregunta obligada es otra. Una vez repasada mi historia carnavalesca, ¿ahora qué?, ¿qué me queda?, ¿sigo? Y en caso de seguir, ¿cómo? La comparsa -su mundo en general- me tiene un poco hastiado. Con el cuarteto no me atrevo, lo reconozco. Al coro, seguro que no vuelvo. El romancero me encanta, pero el ambiente de la calle, no tanto. Me siento aún muy joven para pregones y antifaces. La chirigota siempre estará ahí; pero no sé si segundas partes van a ser buenas. Total, que más vale que despeje mi congestionada mente y decida cuando el aire cálido de la primavera haya secado mi propia laguna. Un beso, querido lector. Nos vemos.
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