El más golfo de Cádiz
Yo parí a juan carlos aragón
‘El golfo de Cádiz’. Al Teatro ese año no iba nervioso, sino agobiao de saber que tendría que estar 25 minutos en bambalinas sin fumarme un cigarro y sin poderme ir por respeto al grupo
Hubo una época, una época de esas en las que te parece que el mundo se va a acabar, en la que me bebía la vida de un trago; por si se cumplían las profecías de Nostradamus, que me cogiera confesao y hartito de tó lo güeno. Y los fines de semana echábamos campeonatos de golfo, pa ver quién era el más golfo de Cádiz. Pero confieso que, por mucho que me lo curraba, nunca pasaba de la medalla de bronce, porque tenía siempre al lado a dos rivales invencibles: a Manolo el Largo y a Miguelito el de Los Pabellones que, cada vez que salía, ganaba la medalla de oro y batía el récord de Cádiz en pista “cubierta”. Con él no podía nadie. Pero vaya, que yo siempre hacía un papel más que digno en esos torneos. Y de ahí surgió el estribillo de esta comparsa:”Parece mentira que yo/ con tó lo golfo que he sío/ niña de mi corazón/ en tus redes he caío”.
Pero también quería hacerle un homenaje a la infinita inmensidad casi divina que siempre vi reflejada en las violentas y tibias aguas del Golfo de Cádiz, y al valiente marinero que pasó la vida bregando con ellas. Y pa inspirarme, cojo y me voy a vivir a Chiclana…., a un chalé donde lo más marinero que tenía era la Quilla que le puse de nombre a mi perrita labradora. Seré cabrón… un año que salgo de marinero... Y cuando cogía el papel y la guitarra na más que veía moscas, terruños y fango; y en vez de calmar mis ansias con el ruido de las olas, me cabreaba oyendo ladridos, camiones, martillazos y alaridos agrónomos. Reconozco que, para inspirarme, de vez en cuando me venía a la Punta San Felipe y aparcaba el coche a la altura de la estatua de Gades, que tiene dos cachas como mi parienta, pero con un brochazo de sal. Y ni aún así.
Ese año comprendí el estribillo de aquel cuarteto del Libi que decía “yo salgo delante, nunca detrás… Cadiiiiiiiii: qué de tontería pa salí en er cannavá”, porque el montador de ese año, Miguel Ángel García Cossío, el Búho, puso detrás al Soleta y al Piojo, y ambos se fueron con Bustelo: menos mal que el Pillo se conformó con tocar el bombo en su sitio de siempre, porque si no…
Ensayábamos en una casa vacía. El único mueble que había allí era el Búho, que afinaba mu bien, pero aburría hasta al que pasaba por la calle. Un día, denunciaron al dueño de la finca, pero no por el ruido, sino por el coñazo que era escuchar 125 veces seguidas el mismo pasodoble. Yo na más que iba al ensayo un día a la semana porque, además de estar viviendo en Chiclana, trabajaba en Ubrique. Y el día que iba no aguantaba más de medio ensayo. Confieso que cuando empezaba el punteao, yo me iba a la Barraca a comprar gusanitos y, cuando volvía, todavía no habían llegado al trío. Y al Teatro ese año no iba nervioso, sino agobiao, de saber que iba a tener que estar 25 minutos entre bambalinas sin fumarme un cigarro y sin poderme ir por respeto al grupo. Y, por cierto, el repertorio que compuse no tenía nada que ver con lo que salía de las gargantas de los marineros. Y eso que ya por aquel entonces había dejado la droga. Pero por momentos creía que había acabado de tomar LSD.
Como verás, querido lector, no estoy muy orgulloso de aquella comparsa. Menos mal que el insufrible tedio de aquel año lo alivió el pregonero, un tal Alejandro Sanz que era coleguita mío y que me había paseado dos canciones por los cinco continentes. Que sepa el Ayuntamiento de Cádiz, que si algún día me quiere convencer para ser pregonero, yo no voy a cobrar en metálico. Solamente le voy a pedir que me pongan, para inspirarme y trabajar concentrado, el mismo chalé que le pusieron en Roche a mi coleguita. Si con uno de afuera tienen el punto, con más razón lo tendrán conmigo, que soy de aquí, ¿no?
Qué detalle tuvo el tío. Sólo apareció por el Teatro para presenciar el debut de mi comparsa. Y encima tuvo el gesto de meterse entre bambalinas para escuchar conmigo el popurrí. Qué arte. La verdad es que me hizo un hombre en 8 minutos. Al director del Instituto de Ubrique le dije que iba a faltar un par de días porque estaba de “mudanza”. Pero cuando el gachó vio las fotos del Diario, me llamó y me dijo que le hiciera el favor de llevarle algún documento que lo acreditara. Menos mal que en Mudanzas Aparicio tengo buenas relaciones y me arreglaron la papela.
Yo no quería que llegara el pregón, porque todas las tardes nos íbamos al chalé de Roche para “ayudar” a Alejandro. Y Alejandro también nos ayudaba a nosotros, sobre todo a la Paqui, que estaba embarazada, y para que no tuviera que andar, la subía en su Jaguar negro descapotable y nos daba unas vueltecitas por aquellos parajes que valen más que todo lo que escribí aquel año. Es un tío cojonudo, en serio. Lástima que no tuve todo el tiempo para él, porque también tenía que ir al Teatro cuando cantaba mi comparsa. Y tó, pa pasar a la final de prestao y llevarme un churro de quinto premio, que no lo sentí ni mío. Cuando el jurado dio su veredicto, me sentí igual que cuando veo en la tele el sorteo de la bonoloto. Ya ves.
De aquel año recuerdo que también se jodió la cabalgata –ya iban dos seguidas, y esa vez no había sido mi suegra–. Recuerdo también que me juré que nunca más dejaría el montaje del repertorio en manos de nadie. Pero si me quedo con algo, por supuesto, fue con el placer que me causaron las tardes en el chalé de Roche “preparando el pregón” con Alejandro. Estimado concejal de Fiestas y amigo Vicente Sánchez. Si, como se rumorea, un año de estos me ofrecéis el pregón, al lado de aquél chalé hay otro más apañaíto y que tiene la playa más cerca. Y no necesito ni cocinero, que la Paqui hace unos chocos con papas que no te veas.
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