Mi piel es mi tierra
Yo parí a Juan Carlos Aragón
'Los americanos'. La falta de sintonía de aquel año quedó patente desde el principio, aunque al final el amor propio de todos nos hizo sacar una comparsa que fue primera hasta la última función
COMO dije ayer, al final decidí comprometerme un año más con la comparsa. Pero confieso que yo ya no tenía las ganas ni la ilusión de cuando empecé con ellos. Los motivos ya los he contado en los capítulos anteriores. Y aunque el grupo confiaba en que mi dedicación exclusiva sería un potente ardid, esto no garantizaba nada. En ese sentido, el grupo era -o pretendía ser- muy posesivo, algo que nunca entendí, ya que ellos me ficharon con la condición de que yo pudiese seguir compartiendo repertorio con la chirigota.
Y de hecho, la falta de sintonía de aquel año empezó a quedar patente desde el principio. Me costó la misma vida que vieran el tipo de 'Los Americanos', otro tipo mítico, repleto de elementos líricos y legendarios para confeccionar un repertorio de los que yo denomino trascendentes. Y, sinceramente, creo que unos cuantos nunca llegaron a ver dicho tipo. Más aún, conociendo el pasodoble desde el mes de junio y llevando más de un mes de ensayo, quisieron que les trajera otro pasodoble. Me resultó extraño y caprichoso (después supe el motivo). Y yo, un poco calzonazos, empecé a hacer otro. Menos mal que al final se quedó el original que, aunque no era un pasodoble -era una canción adaptada-, era de las mejores melodías que había traído a la comparsa.
El ambiente estaba enrarecido. Yo pasaba otra época crítica en lo personal, y ello me provocaba desmotivación y alejamiento del grupo. Pero no sólo era lo personal. Tampoco estaba ya lo suficientemente a gusto en la comparsa. Mi actitud les afectaba, obvio, y se iba traduciendo en una tácita acritud mutua, que no era la mejor forma de encarar una comparsa con aspiraciones. Recuerdo, especialmente, que me pedían más cuplés y más cuplés. Y yo ya, un poco en plan patoso, decía que, de momento, no; que le metieran mano a los que había, que los cuplés no hacen reír por sí solos: había que currárselos e interpretarlos (y los comparsistas, los de este grupo y los de la mayoría, reconozcamos que le tememos al cuplé como a una vara verde).
Pero esta anécdota, en sí poco importante, reflejaba ya un común y evidente malestar. Lo que ocurre es que el amor propio de ambos salió a relucir al final, y creo que entre todos conseguimos presentar en el Concurso una comparsa muy bien vestida y plantada y mejor cantada, y con un repertorio muy completo. De hecho, el debut fue un éxito que certificamos en semifinales.
No obstante, yo observaba que ese año el director estaba más atacao que de costumbre (que ya es decir). No sé si es que el autor lo tenía hasta los huevos por sus continuas desobediencias, o es que estaba recibiendo información confidencial del jurado que no auguraban el triunfo (siempre no se puede ganar). A la liga particular con los otros grupos favoritos se habían sumado otras comparsas que al principio no contaban, como 'Guadalupe', que sería la ganadora aquel año.
Y si el cabreo del director era por lo segundo (por lo primero, seguro que también), tenía fundamento. Nos dieron el cuarto premio. Hasta ahí, vale. Lo extraño es que cuando publicaron las puntuaciones del jurado oficial, resultó que habíamos ido primeros durante todo el concurso, y que entramos en la final como primeros. Y, paradójicamente, en la final, que fue el día que mejor se cantó, nos hundimos desde el primer puesto hasta el cuarto. A este respecto sólo quiero aprovechar para solicitar la modificación de este innecesario cachondeo que nadie se cree. A una agrupación de carnaval no se la puede calificar como si estuviese haciendo un examen de matemáticas.
Supriman ya la aritmética del concurso y aproxímense al veredicto consensuado en función de valoraciones cualitativas, no cuantitativas; que en carnaval, como en fútbol o en medicina, dos y dos no tienen por qué ser cuatro. Y el sistema infonumérico de sobre cerrao y pamplina de la plazamina no hace más que destapar absurdos y levantar desconfianzas.
Y al final, pasó lo que tenía que pasar. Yo terminé ese año más quemao que la pipa de un indio (por lo del tipo). Ellos, seguramente también. No se veía la cosa muy clara para el año siguiente por ninguna de las dos partes. Y una mañana de primavera, recibí una llamada de mi amigo Javi Bohórquez que me cogió en mal momento (o bueno, según se mire), proponiéndome lo que yo propuse un año antes: recuperar a parte del grupo de la chirigota para sacar una comparsa. Y ese fue el principio del final de un romance de tres años que, como el de Lola Flores y Manolo Caracol, empezó con una luna de miel y acabó como el Rosario de la Aurora.
Yo reconozco que no lo hice bien. Quería asegurarme de que la quimera de Javi tenía buena infraestructura. Seguía valorando todo lo bueno que tenía aquel grupo, que era mucho (aunque los malos rollos ya me pesaban más que lo bueno). No es que estuviese jugando a dos barajas, aunque pudo parecerlo. Es cierto que estaba loco por volver a casa, pero tampoco quería precipitarme tomando una decisión de la que luego tuviese que arrepentirme.
Pero como Cádiz es mu chico, se enteraron del proyecto por una boca que no fue la mía. Me faltaba poco para tomar la decisión, y la violenta decisión de parte del grupo me la puso en bandeja: prefiero quedarme en la calle con mi gente que ganar diez primeros premios más con vosotros. Ha sido un placer. Nos vemos. Lo gracioso fue que, al año siguiente, con mi gente… me quedé en la calle.
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