Anabel Rivera en el Café de Levante
JULIO MALO Fue el pasado jueves en el Café de Levante, pero los ecos de esa voz mágica aún envenenan los sueños del público que colmataba tan coqueto lugar. Entre palmas y alegría, Anabel Ribera sedujo por su belleza morena, el porte elegante y sensual, y sobre todo esa voz desgarrada y profunda, propia de las grandes del flamenco más auténtico y emocionante. Envuelta en negro, con un leve mantón de seda color rojo sangre de flecos largos y finos, los zarcillos de coral iluminaban una cara que parece entrar en trance cuando canta. El compás de sus manos cual ágiles mariposas, la expresividad del baile sobre altos tacones muy finos, la sutileza de sus gestos, acompañaron una voz que emborracha los oídos. Especialmente afortunada su versión de "Alfonsina y el Mar", un tema de Mercedes Sosa dedicado a la poeta y escritora argentina Alfonsina Storni (1892-1938) quien se suicidó en Mar del Plata entregándose con parsimonia a las aguas, tal como había anunciado a su amigo poeta Horacio Quiroga; un canto romántico que Anabel desgrana con leve tinte flamenco. Una actuación que apena cuando termina porque uno escucharía durante más tiempo la exquisita voz de Anabel, sirena gitana, con la misma tenacidad mediante la cual Ulises puso en peligro su regresos a Itaca. Por eso la despedimos con una larga ovación; atentos a su próxima actuación en vivo, esta cantaora es un regalo de los dioses de la música flamenca. TRES DE JAVI OSUNA Las características de la Escuela de Cádiz son varias. Y como en el vino, hay detallitos diferenciadores; matices propios que arrojan aromas, los cuales te dan valiosas pistas de la tierra de su crianza, ora albariza de gañanías jerezanas, ora salinera de la Bahía y sus Puertos atlánticos. La bulería de Cádiz contiene (al menos) estos aspectos. Rapidez rítmica; velocidad endiablada (detalle que comparte con Jerez). Mayor profusión de acordes mayores: La mayor, Mi mayor y Re mayor, sin desdeñar la clásica cadencia andaluza (La mayor, Si bemol...). Glosolalias: repiqueteo de sílabas sin significado; trabalenguas que trastabillan la copla, dotándola de una gracia inconfundible y una dicción particular (agüita de ningún re-gue-be-be-ro) en este bello recorrido buleaero de La Perla a Manolo Vargas. Añadan una extraordinaria afinación. Enorme rato. Anabel Rivera & Juan José Alba, con las palmas de Miguel Angel Mera Katumba y Noelia Valdés que tiene el mismo arte y desparpajo que tenía su padre 'El Luiti' Valdés. Vídeo: Eugenia De Lacour Vazquez. DOÑA MARIANA (Bulerías de Cádiz) El Café de Levante es pequeño. Los parroquianos se 'arrejuntan'. Piernas y codos tropiezan, se reparte el aforo como en un gran sofá del salón; como un adicional puñao de arroz que amplía comensales. Copas que se rompen. Moscateles de Gloria que se derraman y el entusiasmo se alcanza: silencio en bulerías por soleá; éxtasis por cantiñas; emoción inmesa con Alfonsina. Vainilla en la pared. Retratos vintage. Ribetes de rojo pasión. Un banco azul. Y tres artistas en un escenario improvisado: Anabel Rivera, de negra noche y rojo carmín; Juan José Alba y Miguel Angel Catumba. Tuve el honor de acompañar por bulerías de Cádiz a Anabel Rivera, en unas chuflichas que le compuse en música y letra a la gran Mariana Cornejo, a quien le dedicamos la velada con todo el cariño y respeto. ANTIGUA CRÓNICA GUARDADA EN UN CAJÓN DE CÓMODA) Teresa Torres, Juan José Alba. Llegó, templó, se puso sus flamenquísimos atuendos, se sentó, mandó, sedujo y transmitió, –el más difícil de todos los anteriores pretéritos– perfectos y simples, como sus requiebros. Café de Levante de la calle Rosario, propuesta estival de Tere Torres, la dama de los cafés. Una artista no se mide sólo por su voz, hay otros parámetros, tan o más importantes que las cuerdas vocales, para conseguir la emoción en el público. Hay un lenguaje artístico, gestual, de caras y de manos, de expresión corporal, la misma forma de sentarse e, incluso su interacción ante el público, que complementan el arte y convierten su propuesta en un espectáculo lleno de matices: “lo difícil no es ser artista, lo difícil es ser autónoma”, sentenciaba Anabel Rivera (parafraseando a Ana López Segovia) no se sabe si con más razón que gracia. Anabel Rivera, se rebusca en cada tercio y se encuentra, por seguiriyas o por soleá; y justo cuando la voz parece que no va a alcanzar la cima de la nota, al vertiginoso filo del semitono, su mano se extiende rígida, doliéndole lo que dice y dándole tanto sentido a cuanto canta, que lo que dice te encanta. Entera de negro. Como la definición lorquiana del cante. Abanico también negro, que sabe moverlo con naturalidad, sin ojana. Y desgrana (y oro) la granada fresca de su propuesta: cantiñas saladas en tono de Mi Mayor; bulerías de La Perla, "por medio", que saltan de acordes, mayores y menores, porque “la luna también vino a su ventana / y miraba a sus chavales”: su chaval estaba con el abuelo, mientras mamá se levantaba y nos regalaba un replante precioso, irrepetible, porque nunca volverá a ser igual, con una palmada precisa, endiabladamente exacta, a compás, que lleva el sello de Anabel. Y a su lado izquierdo, un chaval joven, Juan José Alba, con un pulgar envidiable y falsetas propias, increíblemente armónicas, que la lleva en volandas, para que el público registre en su memoria una velada preciosa. Sus aplausos, su cara y su entusiasmo, y el de todos los presentes, confirmaron que la artista viñera tiene un arte, equiparable a su planta de mujer racial.
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