Cambio de hora. Por Yolanda Vallejo

Opinión

Pongámonos en situación: son las nueve de la mañana, no se ha sacudido aún los restos de la noche y ya hay quien le ha dicho –varias veces– que en realidad, son las ocho y ya le ha advertido que irá durante todo el día con el pie cambiado. Que no sabrá bien a qué hora comer, a qué hora planchar la oreja en el sofá, y que luego todo se le harán prisas cuando el reloj marque las nueve –de la noche– y su cabeza aún esté pensando por qué demonios seguimos cambiando la hora cuando el Parlamento Europeo

aprobó hace ya tres años acabar con esta costumbre que, al parecer, nos ayudaría a reducir el consumo energético –a buenas horas–, y a prescindir de luz artificial durante las últimas horas de la jornada laboral . Un ahorro que, dicen los que saben, representaría un cinco por ciento –menos da una piedra– de la factura de la luz y que nos ayudaría a alinear nuestros horarios con el Sol y nos haría más ecologistas y sostenibles y hasta más madrugadores; y como usted sabe, porque lo dice el refrán «a quien madruga...» lo ayudan desde el más allá. El caso es que aquí estamos, tres años después, con una prórroga indefinida sobre el acuerdo tomado en el Parlamento Europeo, cambiando los relojes y lamentando que, un año más, alguien nos ha robado una hora.

Hay cosas que no corren prisa, por mucho que se adelanten los relojes. Y otras que, invocando a la hora del cambio parecen muy urgentes. Lo urgente, usted lo sabe, no es siempre lo importante. Basta con ver los plenos municipales para darse cuenta; y sí, es cierto que a pesar de que trasciende de las competencias locales, hay asuntos que merecen una votación, aunque sea una votación estéril, y hasta un debate –siendo bastante generosos– lleno de lugares comunes, posturas inamovibles y resultados previsibles. Pero también es cierto que cuando alguien señala la luna, las miradas se van inevitablemente al dedo. El dedo que nunca, o casi nunca, está en la llaga, para qué vamos a engañarnos. Aquello de distinguir las voces de los ecos no va con estos tiempos, y mientras los funcionarios interinos, el pasado viernes, daban voces a la puerta del salón de Plenos, dentro, los concejales eran incapaces de escuchar su propio eco, «esta es la realidad del equipo de Gobierno» decían algunos miembros de la oposición. Esta es la realidad del Pleno, al completo y sin excepción, añadiría yo.

Porque mientras la casa sigue sin barrer, nos dedicamos –se dedican– a cambiar los cojines de sitio. Ya ve, desde el pasado viernes, nuestras playas son oficialmente «naturistas» porque así se ha aprobado en una ordenanza irrelevante, que no modifica la ley superior ya vigente, que permite el nudismo en cualquier playa de España. Porque, no hay que olvidar, que aunque naturismo y nudismo se usen como sinónimos, ni son lo mismo, ni siquiera son un correlato eufemístico uno del otro, pero en fin. Vuelve la burra al trigo, que siempre queda muy bien quedar de animalista, naturista, ecologista y todo eso. En nuestras playas hace mucho que no es «criterio excluyente ninguna consideración respecto a la indumentaria» –en la playa, y en la calle–, y que a nadie le espanta, a estas alturas, que cada uno vaya a la playa y tome el sol como le dé la gana. Otra cosa, claro está, es que quien practique el nudismo se sienta más o menos cómodo entre sombrillas de familiones, tortillones de patata, niños gritones y bicicletas paseando. Por eso, la ordenanza aprobada el pasado viernes, con la tímida oposición del Partido Popular y la tibia abstención de PSOE y de Ciudadanos, sí mantiene la recomendación de que sea Cortadura, el tramo comprendido entre el fuerte y Torregorda, la que tenga uso preferente para el nudismo. Lo mismo que antes, vamos, que ya lo ha dicho el presidente de la Federación Española de Naturismo «Kichi es muy conservador. Es muy poco revolucionario para lo que se vendía al principio».

Ahí lo tiene. Conservador, poco revolucionario... quién nos lo iba a decir. Parece que no son los relojes lo único que cambia. Y siguen elevando el tono las voces. Esta semana no han sido solo los funcionarios interinos los que han recordado a nuestro alcalde que el megáfono es patrimonio material de la humanidad y que todos sabemos usarlo. Los vecinos de San José–Playa reventaron la presentación del Observatorio del Agua porque «del alcalde lo único que podemos decir, es que ni está ni se le espera»; los de Marianista Cubillo aguaron –y se aguaron con tanta lluvia– el acto de retirada del escudo franquista en la estatua de San Martín, para asombro del cónsul argentino que no entendía absolutamente nada, con bocinas, pitos y pancartas, recriminando al alcalde la falta de diálogo. Y es que, como cantaba Malú antes de juntarse con Albert Rivera, «me has enseñado tú, tú ha sido mi maestro, aprendí de ti».

Qué quiere que le diga. Miro el reloj y son las nueve y media, que en realidad son las ocho y media y se me viene a la cabeza que los tiempos adelantan que es una barbaridad y que el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, y que ya pasó tu tiempo, ya pasó tu hora, y que tiempo es una palabra que empieza y que se acaba, y que reloj no marques la horas... y que el mundo, a pesar de todo, no se ha parado ni un momento.

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