La empanadilla de Cádiz. Por Yolanda Vallejo
Hay días que vivo sin vivir en mí y no porque espere alta vida como la santa de Ávila, que con la vida que tengo me basta –y, a veces, me sobra- sino porque se me van acumulando las expectativas y los árboles, qué quiere que le diga, no me dejan ver el bosque, ni siquiera los matojos que lo anticipan. Abro cada día los periódicos y e intento ir de mi corazón a mis asuntos –la poesía, en estos caos, que no nos falte-, pero no puedo, porque la realidad me supera y me enreda en una eterna conversación con Encarna, las empanadillas y Móstoles. No me da tiempo a sacar la cabeza del agua cuando ya viene otra ola y, antes de que me revuelque hasta la orilla, han subido el IVA de la luz, a pesar de que el Gobierno había anunciado a bombo y platillo, en diciembre pasado, que mantendría las rebajas fiscales en la factura de la luz «para todo el año 2024». Pues no, debía haber alguna letra pequeña que no me dio tiempo a leer, pero desde el pasado viernes, por lo visto, se acabó lo del IVA reducido para la luz, quizá porque el precio de la misma está bajando, o quizá porque hay cosas que este Gobierno anuncia sin bombos ni platillos, camufladas en los platos de cáscaras de marisco. El caso es que, desde el pasado viernes, estamos pagando más impuestos –y aviso, de paso, que el gas también sube en breve- pero ya casi nada nos turba ni nos espanta, usted lo sabe.
También comenzó el viernes la campaña de escolarización con menos niños y niñas que se recuerda o desde que hay registros, que es lo que se dice ahora. A ver qué hacemos con las casi cuatro mil plazas que van a sobrar en el primer curso de Educación Infantil, porque el deseo es una cosa, pero la realidad es que la Junta de Andalucía oferta 12.389 plazas para nuestra provincia y el INE dice que en 2021 se registraron 8.904 nacimientos. Luego podremos decir lo que queramos sobre la escuela pública, la concertada y sobre el lucero del alba, pero la situación es la que es, y la capital tiene ciento cuenta niños menores de tres años menos que en 2023, que, a efectos de ratio, viene a ser como diez unidades escolares que no se van a poder cubrir en nuestra ciudad. Tremendo panorama el del Cádiz actual, que contrasta con las imágenes tomadas por León Gaumont en 1911 y que esta semana se han convertido en uno de los entretenimientos de las redes sociales, jugar al «Quién es quién» y al «dónde está Wally» en los apenas tres minutos y medios de un Cádiz bastante reconocible, a pesar de lo desconocido, inmortalizado para siempre y conservado en un archivo francés. Impresiona ver la ciudad como una feria, llena de gente mirando y dejándose ver en las mismas calles que pisamos cada día, impresiona ver los vestidos, los oficios y hasta un niño fumando –sí, fumando y sí, es un niño- que corre, ajeno a la cámara, por la calle Pelota. Impresiona ver las azoteas preñadas de ropa y en el horizonte, el mar. A los gaditanos nos vuelven locos las imágenes del ayer; esa es nuestra gloria, y también es nuestra cruz, porque de tanto mirar al pasado ya casi se nos ha olvidado cómo es el futuro.
Pobre ciudad la nuestra, convertida en el geriátrico de la Europa jubilada, obligada a cargar con el peso de la «gracia» y el ingenio de todo el país. Teniendo que justificarse a cada tuit, a cada comentario, llamando libertad de expresión a lo que, un día, solo fue libertad. Que el mal gusto es una cosa, la falta de sentido común, otra, y el carnaval otra muy distinta; que, si no fuera el efecto multiplicador de las redes sociales, nos habríamos ahorrado que media España nos llamara «miserables» y «sinvergüenzas», y, sobre todo, nos habríamos ahorrado escuchar el cuplé malísimo de los Intocables. Es el precio que pagamos por estar donde ni la economía, ni la industria, ni la vivienda, ni el trabajo nos esperan. Una ciudad perdida dentro de un paraíso que otros ven, pero que a nosotros nos está prohibido.
La glorieta que está junto a las Puertas de Tierra, se va a llamar Glorieta de la Educación Pública –como en su día la avenida del soterramiento pasó a llamarse de la Sanidad Pública-como si apellidando a los derechos universales nos sacudiésemos las culpas de tener una sanidad y una educación como las que tenemos. La excusa me vale tan poco como la oportunidad, porque la cercanía con el instituto «en el que durante 158 años se han educado distintas generaciones de gaditanos» me lleva a la calle san Francisco, donde estuvo durante cien años el instituto Columela, trasladado, en 1962, a donde hoy se rinde tributo a la educación pública. No entiendo nada y creo que tampoco merece la pena hacer el esfuerzo, porque si el Ayuntamiento ha anunciado que los cinco famosos millones de euros para Valcárcel serán incluidos en el presupuesto de 2024, y el Rector de la universidad todavía se lo está pensando, «en mayo o junio tomaremos una decisión final sobre Valcárcel», no seré yo quien tire la primera piedra.
Si Luis Carandell levantara la cabeza, no tendría que recurrir a Torrente para hacer una nueva edición de su «Celtiberia Show», le bastaría con venirse a Cádiz para ver que algo tendrá el agua cuando la bendicen, o la disparan con pistolas de agua en mitad de una misa, como el cura de Algeciras.
Lo que le decía al principio, Encarna y las empanadillas.
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