La partición del Sáhara ¿ última oportunidad? Por Carlos Alarcón
El reciente anuncio del presidente Trump sobre el reconocimiento por parte de los EEUU de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental, es un nuevo golpe para las ansias de los saharauis independentistas por conseguir un estado propio. Al control de Marruecos de la mayor parte del territorio, grandes inversiones y el asentamiento de una población ya muy superior en número a la originaría saharaui, hay que añadir la dejadez y pasividad de la comunidad internacional. Al incumplimiento de las resoluciones de la ONU, se añade esta decisión norteamericana que complica enormemente, las ya de por sí escasas posibilidades, de la celebración de un referéndum de autodeterminación en el territorio y la posterior creación de un estado propio. Una de las pocas y realistas opciones para la creación de un estado para la población saharaui que no quiere pertenecer a Marruecos puede ser la reactivación de la propuesta que ya el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annam llegó a plantear al Consejo de Seguridad en el 2002: La partición del territorio entre Marruecos y el Polisario, tomando como base (haciéndolo más equitativo entorno al paralelo 25) el reparto territorial el que en 1975 acordaron Marruecos y Mauritania, una de las propuesta que el entonces secretario general estuvo dispuesto a imponer vista la parálisis de la solución del conflicto (las otras eran; el abandono de la misión de la ONU, referéndum, autonomía). Para Marruecos, que es la parte más fuerte en el contencioso en el que gasta grandes sumas de dinero y efectivos militares y que tiene el asunto de “las Provincias del Sur” como absoluta causa nacional podría suponer: la finalización del contencioso internacional, la conservación de gran parte del territorio (la parte más rica y productiva) con el consiguiente rendimiento económico y el asentamiento oficial de su dominio en el Sáhara Occidental, además de la disminución de la tensión con Argelia que posibilitara la reapertura del comercio entre ambas naciones. Para el Polisario (que aún paga su enorme pecado de juventud de no aceptar a principios de 1975 las ofertas españolas de cogobierno) supondría: el reconocimiento de la RASD, la creación de un Estado en el ámbito del derecho internacional con capital en Dajla (antigua Villa Cisneros), la mejora de las duras condiciones de vida de la población saharaui. Un Estado homologable que reconociera las libertades políticas y que tendría en España su mayor garante, cooperante y protector, con ayuda en todos los ámbitos inclusive el militar para garantizar su independencia (ante naciones cercanas…) y seguridad (ante el yihadismo presente en zonas colindantes). Argelia: Para la gran potencia en la zona y principal nación de apoyo a la causa saharaui, la solución del asunto puede suponer una normalización de sus relaciones con su vecino y el fin de la presencia, a veces comprometida, de la población saharaui refugiada en los campamentos de Tinduf. España: Que parece actuar rehén de ciertas presiones de Marruecos, y que se muestra como un actor secundario en un tema que tanto le atañe, podría impulsar este acuerdo que cumpliría en parte sus promesas históricas a los saharauis. Las previsiones de las autoridades españolas era que en 1980 en un estado propio los saharauis alcanzaran, con la explotación de los fosfatos y de la pesca un PIB por habitante igual al de la propia España. Se quedan fuera del posible nuevo estado las minas de fosfatos, principal producto de la zona, eso obligaría a España a prestar toda la técnica posible para el asentamiento de la nueva nación y algo muy importante: haya o no acuerdo, aumentar sus capacidades en el ámbito de la Defensa, porque en el momento que se “solucione” el conflicto del Sáhara, la siguiente ofensiva de Marruecos será sobre Ceuta y Melilla. Mauritania: Es considerado el país más débil de la zona, sufre el acoso del yihadismo y el tráfico de armas y droga por su extenso territorio. Renunció a su parte otorgada en el Tratado de Madrid por no poder mantener el territorio ante el acoso del Polisario, evitaría las tensiones a las que está sometida su sociedad entre partidarios de ambos bandos. A la altura enquistada en que se encuentra el conflicto, ninguna parte saldría vencedora absoluta (Marruecos) ni absolutamente derrotada (Polisario). Sería realista (por ejemplo, nadie reclama ya los enormes territorios de EEUU que fueron parte de México). El Magreb solucionaría un gran problema, España, con el necesario acuerdo de Francia y EEUU, si asume el reto y es capaz de una política exterior de estado, ayudaría a ello. Carlos Alarcón. Redactor de la Cadena SER.
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