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Rafael Monge, el "agricultor sinvergüenza"

Es hijo de uno de los últimos agricultores que cultivaban en Sanlúcar un navazo

El navazo de Sanlúcar, un patrimonio rural en peligro

Rafael Monge, en su navazo. / EFE
EFE

24 de abril 2022 - 13:05

Rafael Monge se define como un "agricultor sinvergüenza", pero es más bien un agricultor inquieto y atrevido que ha recuperado los antiguos cultivos de navazo en los suelos arenosos y salobres de su pueblo, Sanlúcar de Barrameda, para desarrollar una producción gourmet.

"El primer oficio de la historia de la humanidad tiene futuro, pero no se trata de producir más y más barato, sino de producir mejor y de aprovechar la singularidad", dice, en una entrevista con EFE, este agricultor cuyo trabajo se ha convertido en otro de los ingredientes que han hecho de Sanlúcar de Barrameda la Capital Española de la Gastronomía 2022.

El agua salobre riega el navazo

Y lo dice el hijo de uno de los últimos agricultores que cultivaban en Sanlúcar un navazo, un singular sistema casi endémico de esta localidad, de cuyo origen se han encontrado referencias bibliográficas en el siglo XVI y que aprovechaba el agua salobre del subsuelo del sistema dunar del litoral para permitir un riego natural que se mece con las mareas para nutrir las plantas.

Al puerto de Sanlúcar llegaron barcos procedentes de las Américas con nuevas verduras hasta entonces desconocidas en Europa y que en estos suelos se desarrollaron con una especial calidad, entre ellas sus célebres patatas.

En los años setenta y ochenta, cuando el futuro de la agricultura se dirigía hacia el monocultivo intensivo, muchos navaceros buscaron adaptarse a los tiempos incorporando sus terrenos a una canalización de agua dulce, otros los vendieron en aquellos tiempos de expansión urbanística, y un reducto, como el padre de Rafael Monge, continuó con la tradición.

El diseñador de cultivos

"Yo a los 21 años me fui, quería evitar vivir de la agricultura. Me gustaba, pero veía que era un gran esfuerzo que luego no era valorado, no era digno", cuenta.

Se marchó a Barcelona, donde trabajó para varias multinacionales; luego a Reino Unido, donde estudió Administración de Empresas y Tecnología, y más tarde a Madrid, donde acabó trabajando para IBM y estudió diseño de producto para dar rienda suelta a su faceta creativa.

Aprender que "los diseñadores somos los que debemos aportar soluciones a la sociedad", le sirvió cuando en 2016 sus padres, ya mayores, quisieron vender el navazo.

"Entonces me planteé hacer algo, desde mi visión de diseñador me pregunté qué podía hacer para no perder una parte de mi identidad y la de mi familia. Había jugado aquí, era perder algo de mi historia y busqué un proyecto para mantenerlo y justificar que se tenía que mantener", explica.

Como diseñador se enfocó en el "elemento diferenciador" de la agricultura del navazo, las propiedades que aporta el agua salobre. Investigó su historia y, con su afición a la gastronomía, añadió a la aventura viajes en busca de verduras exóticas o extintas que pudiera cultivar en su navazo como la espinaca roja, las collejas, hierba del rocío, kale chino, albahaca limón, remolachas de distintos colores, ajenjo o zanahoria morada.

De lo especial que puede ser su agricultura da idea el precio de uno de sus productos, los guisantes lágrima, que, sin baina, pueden costar 300 euros el kilo.

Además de nuevas verduras, Rafael Monge explora nuevas formas de consumirlas, en alianza con refutados chefs. Una de las últimas es comer los cogollos de girasoles como si de alcachofas se tratara.

En la actualidad cuenta con 4.000 metros cuadrados y abastece a unos 60 restaurantes. "No se trata de producir más, se trata de producir mejor, producir un producto que carece de competencia", dice mientras cuenta que un agricultor intensivo de la zona puede obtener un beneficio de 5.000 euros al año por la producción de mil metros cuadrados, que en su caso se eleva a 16.000.

"Al principio era todo burla e incredulidad, por eso uno de mis esloganes es sin vergüenza y sin complejos. Luego empezaron las referencias y el reconocimiento y creo que ya algunos me tienen respeto. Espero que otros, si tienen navazos, se unan y al final formemos una cooperativa como la había antes que cubra toda la demanda que tengo, porque no doy abasto", señala sobre cómo sus vecinos han reaccionado a su proyecto.

El arte de las verduras feas

De su faceta de diseñador queda clara constancia en la web, "Cultivo Desterrado", y en proyectos para poner en valor las verduras feas.

"Según la FAO, 1.200 millones de toneladas de verduras se tiran en el campo cada año porque no cumplen el estándar estético del mercado. Muchos consumidores no son conscientes, pero cuando un agricultor saca una zanahoria con dos patas, la tira, a pesar de que tiene el mismo sabor y las mismas propiedades que una normal". explica.

"Se le exige algo a la agricultura y al agricultor que es malo para la tierra y para la salud. Buscando esa estandarización el agricultor, para no tener esas mermas, acude a químicos que hacen que cuando la planta alcanza su madurez su piel se endurezca".

Por eso él ha llevado a cabo un proyecto de fotografía para dar visibilidad a las verduras feas: "para mi son como obras de arte, no son homogéneas porque la naturaleza ha dado algo que no se puede repetir, que es único", subraya este agricultor/diseñador que asegura que, como en este rincón a orillas de la desembocuadura del Guadalquivir en el Atlántico, no echa de menos "nada" de su vida en ciudad.

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