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La flor cortada, una burbuja inflada al amparo de las ayudas europeas

Enfoque de Domingo. El europeísmo visto desde Cádiz

Luis Manuel Rivera en su invernadero de Chipiona. / Javier Franco
Javier Franco

17 de marzo 2019 - 16:06

La historia del sector de la flor cortada en la Costa Noroeste gaditana es la historia de una burbuja que creció al amparo de las ayudas de la UE y demás administraciones, y que acabó pinchando. Sólo se salvaron –y no sin dificultades- los agricultores de verdad. Es el caso, por ejemplo, de Luis Manuel Rivera, un chipionero de 46 años que lleva ya más de un cuarto de siglo en esta actividad.

Cuando se incorporó al sector haciéndose cargo del negocio de su padre hacía ya una década que la flor cortada había dado sus primeros pasos firmes. A comienzos de los años 80 se hicieron los primeros ensayos con empresas holandesas en la desaparecida Cooperativa Frutempse ‘Niño de Oro’ de Chipiona, que hasta entonces se había dedicado a la producción de hortalizas.

“Los resultados fueron espectaculares y, a partir de ahí, las hectáreas dedicadas al clavel y la clavellina fueron creciendo de una forma imparable”, cuenta Rivera, gran conocedor del sector por pura experiencia. “El cultivo del clavel requería de mucha mano de obra, lo que contribuyó a la bajada del paro en la zona; atrajo a personas de otras profesiones, y el Estado concedió ayudas para incentivar su producción”, recuerda.

En una coyuntura en la que “se primaba la cantidad y la superproducción, en lugar de la calidad”, la superficie total llegó a alcanzar las 1.300 hectáreas a finales del siglo pasado. Según Rivera, “muchos propietarios eran personas que no provenían del campo y se habían sumado al sector por el interés económico puntual y las ayudas públicas sin un control importante”. La burbuja explotó y, en la actualidad, las poblaciones de Chipiona, Sanlúcar y Rota no suman más de 350 hectáreas que cultivan otros tantos agricultores con problemas considerables como la fiscalidad. Los módulos impositivos “están estancados en los años en los que los cultivos generaban grandes beneficios y los costes eran un 70% más bajos que hoy, siendo los precios actuales de las flores los mismos o más baratos que hace 20 años”. El sector lleva años reclamando a la Administración central la “bajada definitiva” de los mismos para ajustarlos a “los tiempos que vive” la flor cortada, cuyos precios vienen marcados por Holanda, el país europeo de referencia en este ámbito.

En cuanto a las subvenciones, buena parte de las mismas proceden, efectivamente, de Europa. El sector, conformado por pequeñas explotaciones, “no se puede acoger a la Política Agraria Común (PAC) como el algodón y los cereales”, pero sí tiene la posibilidad de acceder, por ejemplo, a las ayudas para jóvenes agricultores, concebidas para propiciar un relevo generacional que se antoja muy complicado. “Que nadie se piense que con estas ayudas se están incorporando muchos nuevos agricultores en la zona. La juventud no quiere campo, porque no ve beneficios, sólo el sacrificio de sus padres. De hecho, parte de esas ayudas tienen que ser devueltas por falta de solicitudes”, asegura Rivera.

A este agricultor de Chipiona las subvenciones que ha recibido le han venido “muy bien” para adquirir terrenos e invertir en la obligada modernización de sus invernaderos por la evolución que ha venido experimentando el mercado con el paso de los años. Destaca que actualmente hay incluso más ayudas, pero tantas como trabas. “Te aburren de papeles, hasta el punto de que hay agricultores que terminan desistiendo de solicitar ayudas”, lamenta Rivera, que demanda a las administraciones que simplifiquen la burocracia. En este punto subraya las labor de asesoramiento que realiza COAG, la organización agraria a la que pertenece.

Sin olvidar problemas específicos de la zona, como el elevadísimo nivel freático del acuífero, que ha dejado improductivas las mejores tierras, el sector de la flor cortada mira más a las administraciones estatal y autonómica que a Europa. La nueva Asociación de Agricultores de la Costa Noroeste, de la que forma parte Rivera, es el último intento de unir a un colectivo que está necesitado de soluciones de las instituciones.

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