"Mucha obra anónima atribuida a hombres la pintó una mujer"
Manuel Jesús Roldán | Historiador del Arte
El investigador sevillano confirma en su nuevo libro, editado por El Paseo, que el silencio en torno a la actividad artística femenina es una realidad posterior a sus creaciones
El historiador del arte y profesor de Secundaria Manuel Jesús Roldán (Sevilla, 1970) acaba de publicar Historia del Arte con nombre de mujer (El Paseo Editorial), una obra que aspira a hacerse un hueco importante en el panorama de la divulgación cultural. En ella trata de compendiar lo publicado y poner en relación a las artistas entre sí y con su contexto histórico. "Este libro -avisa su autor- tiene vocación de abrir mentes y miradas: los alumnos de Bachillerato todavía estudian unos textos en los que apenas hay una o dos mujeres citadas en la asignatura de Historia del Arte, asignatura fundamental quizás demasiado arrinconada por los funestos planes de estudio y que, encima, carga con esta carencia".
-En esta Historia del Arte no hay hombres, sólo mujeres, y se abre con una reivindicación del trabajo de las creadoras en la Prehistoria y durante la Edad Media.
-Es llamativo que estas épocas, al igual que otras, siempre se han mirado con ojos masculinos. ¿A nadie se le había podido ocurrir que eran las mujeres que quedaban en las cuevas las que pintaban sus techos con animales o las que silueteaban sus manos? Afortunadamente, algunos estudios universitarios recientes así lo constatan. Y si analizamos la Edad Media, posiblemente la etapa histórica más cargada de tópicos y prejuicios, ocurre algo parecido. Hubo mujeres que, en paralelo a las comunidades masculinas, convirtieron los conventos en auténticos centros culturales donde aprendían lenguas antiguas, música, canto o técnicas de ilustración de libros. Olvidémonos del cliché superficial de monjita. El caso de Hildegarda de Bingen, en pleno siglo XII, es bien significativo: escritora, teóloga, científica, filósofa, compositora… Está a la altura de los sabios masculinos de su tiempo. Y es amplísimo el listado de mujeres que se atrevieron a dejar sus huellas en libros bellamente ilustrados para las comunidades religiosas.
-El autorretrato recorre todo este relato articulado cronológicamente. ¿Qué papel cumple este género para la mujer artista?
-En un libro anterior apuntaba que el autorretrato de los artistas podía verse desde el uso actual de las redes: amable en Facebook, directo en Twitter, idealizado en Instagram… En las mujeres creo que se incide mucho en un aspecto reivindicativo, especialmente de su propia condición de artistas y de su sólida formación intelectual: Lavinia Fontana se retrata tocando la espineta, instrumento musical de la época; con la vihuela se pintó Artemisia Gentileschi; se pintan con sus pinceles Catharina van Hemessen, Elizabeth Louise Vigée, Angélica Kauffman, Ana Bilinska o Luisa Vidal. También hay denuncias y reivindicaciones en sus autorretratos, buena muestra de ello son aquellos cuadros en los que se pintan desnudas. Ya no es un hombre el que mira el cuerpo de Suzanne Valadon, de Frida Khalo, de Paula Modersohn o de Florinne Stettheimer, sino que ellas mismas exploran su propia piel. Es un cambio en la mirada.
-¿En qué momento la mujer artista llega a un plano de igualdad con el hombre y qué nombres resultan esenciales para cartografiar esa conquista?
-Hay casos muy aislados en los que, estudiando el contexto y aceptando las circunstancias de la época, podemos hablar de pintoras y escultoras en plano de igualdad en siglos pasados. Ojo, son casos excepcionales y aislados, pero la realidad es que Sofonisba Anguissola retrató al mismísimo Felipe II, que Diana Scultori recibió privilegios papales, que Elizabeth Vigée retrató y se codeó en lujos con toda la aristocracia europea del siglo XVIII o que Luisa Roldán, con todas sus penurias económicas, trabajó para la corte de Carlos II y de Felipe V. Pero son islas, además, silenciadas, total o parcialmente, con posteridad. Creo que no se llega a una aceptable igualdad hasta bien avanzado el siglo XX, no antes de la Segunda Guerra Mundial. Hay nombres esenciales por su libertad de acción y de creación, como el de Tamara de Lempicka, toda una pléyade de autoras que acudieron a la Academia Julian (permitía la formación a mujeres) en los años finales del siglo XIX, fotógrafas de la calidad de Dorothea Lange (creadora de un icono del siglo XX) o Leni Riefenstahl (la estética del nazismo no sería la misma sin ella), o abanderadas de la liberación creativa como Maruja Mallo o Ángeles Santos. Curiosamente la gran aportación y apuesta reivindicativa del siglo XX, la de Frida Khalo, va unida más a sus circunstancias personales que a su propia creación pictórica: sus graves problemas de salud, sus relaciones con los círculos comunistas, su matrimonio con Diego Rivera, sus traumas infantiles, su estética personal… Es algo frecuente, el envoltorio y el contexto acaban ahogando la propia creación.
-En este trabajo califica el siglo XIX como "una centuria especialmente dada al arrinconamiento de las mujeres en tareas domésticas". ¿Qué artistas destacan en el tránsito de la Edad Moderna a la contemporánea y en qué estéticas descuellan?
-Hay mujeres que saben retratar el fin del Antiguo Régimen y la llegada de una nueva sociedad en el siglo XX. Pienso en Marie Guillemine Benoist, formada en el neoclasicismo de Louis David pero que acabará retratando a una mujer semidesnuda y negra. Pionera es Rosa Bonheur, que luchará contra una sociedad que no acepta su homosexualidad, retratando de forma magistral algo tan "masculino" en la mirada tradicional como los animales y hasta consiguiendo permiso para poder ponerse pantalones. Lucharon contra los prejuicios de la sociedad victoriana -pues pocos siglos hay tan machistas como el XIX- Emily Mary Osborn o María Bashkirtseff. Creo que fue excepcional la aportación de las impresionistas, siempre relegadas a un plano secundario a pesar de su calidad, con nombres como Mary Cassat, Marie Bracquemond o Berthe Morisot.
-¿Supusieron las vanguardias históricas un salto adelante en el reconocimiento de la artista?
-Es un reconocimiento posterior. Las mujeres estuvieron en las vanguardias históricas pero fueron muy silenciadas, incluso por aquellos compañeros masculinos, librepensadores y avanzados, pero que seguían reproduciendo esquemas del pasado. Fue pionera del dadaísmo Hannah Höch, pero estuvo pronto apartada; fue creadora de la pintura abstracta Hilma Af Klimt, pero todas las glorias se las quedó Kandinsky; fue pionera Lee Krasner, pero conocemos la abstracción norteamericana con el nombre de Jackson Pollock, su pareja. Una constante habitual, como habitual es relacionar el surrealismo como Dalí o con Buñuel, y que nos olvidemos de Maruja Mallo, de Remedios Varo o de Ángeles Santos, tres autoras de primer nivel.
-Exposiciones como la de Artemisia en la National Gallery o Invitadas -en cartel en el Museo del Prado- ponen el foco en el olvido durante siglos de la mujer artista aunque, como en el caso de Gentileschi, en vida tuvieran prestigio, clientela y fama. ¿Vamos por buen camino? ¿Qué exposiciones han sido decisivas en la apreciación de las creadoras?
-Vamos por buen camino, aunque el proceso es lento y seguimos cayendo en algunos tópicos. La exposición de Artemisia en Londres es excepcional, pero cuando se informa del tema se sigue repitiendo el trance de la conocida violación de la pintora y todo el proceso posterior, en vez de centrarnos de una vez en la calidad de su pintura. Fue de gran interés la exposición de Lavinia Fontana y Sofonisba en el Prado y es una grandísima aportación la actual exposición de Invitadas en el Prado, no por mostrar a pintoras sino por contextualizar todo el papel de la mujer en el arte español del siglo XIX. Hasta la retirada de un cuadro mal documentado hay que entenderla como un acto reflejo lleno de inteligencia y flexibilidad de su comisario, Carlos G. Navarro, que ha aportado una visión muy necesaria, soportando los intentos actuales de apropiación que hay de la reivindicación femenina en el Arte. Politizar la causa o limitarla a clichés actuales sería un flaco favor a la definitiva normalización. También entiendo que se debería, a pesar de los escasos recursos actuales, intentar mostrar a esas mujeres que tenemos invisibles: que la Roldana no esté en el Museo de Bellas Artes es imperdonable, existiendo obras suyas en conventos inaccesibles o en casas de hermandad.
-Un reto: si tuviera que dejar en una decena sus artistas favoritas de todos los tiempos, ¿cuáles serían y por qué?
-Difícil elección, pero la hago sin pensar mucho… Luisa Roldán, como excepcional escultora a la altura del taller de su padre. Artemisia Gentileschi por su captación del mejor drama teatral barroco y por su color. Angelica Kauffman y Elizabeth Vigée como grandísimas retratistas de su época, Berthe Morisot por su captación de la pincelada impresionista, Juana Romani por su mirada a la mujer fatal, la fotógrafa Frances Benjamin Johnston por sus espacios y sus poses, Tamara de Lempicka por crear todo un icono femenino y por la sugerente elegancia de su composiciones, Ángeles Santos por su fantasía, Niki de Saint Phalle por su alegría de vivir… Si me pongo a meditarlo, seguro que opto por otras.
-Su libro arroja luz sobre creadoras silenciadas a la vez que atiende a las grandes figuras que, como Frida Kahlo, se han convertido en iconos muy reconocibles. ¿Qué nombres han sido especialmente inspiradores durante la escritura de la obra y cuáles los más gratificantes por la posibilidad de reivindicarlos?
-En las lecturas para el libro me han emocionado obras como las de Ana Bilinska, a la que hemos dedicado la portada que es un autorretrato que cuenta una vida, la fantasía de Sonia Delaunay, los sugerentes retratos de Juana Romani, la apasionante vida de escultoras como Gertrude Vanderbilt o de Anna Vaughn Hyatt, tan cosmopolitas y con obra en Sevilla y Huelva… aunque muchos no lo sepan.
-A menudo la fama por cuestiones biográficas ha opacado la obra y la aportación estética de algunas creadoras. ¿Qué siente ante esa injusticia tras compendiar tantas figuras de relieve para esta particular Historia del Arte?
-Recuerdo al profesor Serrera en la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla cuando nos insistía en que "todo está por hacer". Es la mejor lección. La gran mayoría de las pintoras deberían ser más reconocidas y dejar de ser esposas de, amantes de o alumnas de. Sobra el Sálvame cotilla en torno a muchas biografías y es necesario el estudio y la catalogación científica de mucha obra anónima atribuida a hombres.
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