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Cádiz | hércules · la crónica
Esta vez no fue el caso. Ni mala suerte ni falta de pegada. Ni errores del árbitro -ayer estuvo mal pero no influyó en el resultado- ni la fortuna del rival. El Cádiz perdió ante el Hércules de manera merecida. Y fue así porque jugó uno de sus peores partidos como local de esta temporada. Al equipo de Antonio Calderón no le salió nada por culpa de sus propios errores. Se ahogó en su mediocridad porque, entre otras cosas, fue incapaz de dar dos pases seguidos. Las piezas denominadas claves de la columna vertebral anduvieron ayer desconocidas. Desde Paz pasando por Bezares y Enrique y acabando por la dupla atacante, el equipo fue sólo un amago de lo que puede aportar un once entrenado por Calderón.
Muy pronto se vio que no era el día y que sacar adelante el encuentro iba a costar sudor y lágrima. Además de las prisas por ganar y por salvar la cabeza a Goikoetxea, el Hércules se plantó con orden y buen criterio en todas las zonas del campo. Los defenestrados Farinós y De los Santos rememoraron mejores tiempos, aunque ayer no era muy difícil teniendo enfrente a un Cádiz demasiado desconocido. Pero por si todo esto no fuera suficiente, un ariete blanquiazul que estuvo a punto de vestir de amarillo se motivó para dejar su huella en Carranza. Ion Vélez anotó un gol y se quedó a las puertas de ampliar su cuenta. Un delantero que no se le escapó al Hércules.
Los pitos del respetable empezaron a poblar la grada. La espesura del equipo iba en aumento y la bronca estaba asegurada cada vez que Bezares, Enrique o Dani fallaban un control o una entrega. Por sus gestos desde el banquillo tampoco a Calderón le agradaban algunas cosas. Y como si fuera la crónica de un partido visto otras veces pero con otros personajes, primero marcó el que más lo mereció y al que más pasillo se le dejó. Ismael nada más que tuvo que profundizar para echarse todo el mérito a su espalda con un lanzamiento muy colocado.
Hasta jugando rematadamente mal el Cádiz tuvo el empate en la cabeza de Fleurquin, que con mucho a favor demostró por enésima vez que lo suyo no es el gol. Pero apelando al virgencita déjame como estoy, Ismael sembró el terror general cuando se plantó ante Contreras y resolvió de la peor manera posible. Pudo ser el 0-2.
Con Raúl López abandonando el campo al descanso con problemas físicos, Calderón se lío la manta a la cabeza para buscar revulsivos donde es difícil encontrarlos. Apeló al eterno despertar de Parri y a De Quintana, a pesar de que en el banquillo estaba De la Cuesta -¿el próximo en salir?-, para que el Cádiz fuera otro.
Y lo fue porque César Caneda pasó a jugar por la izquierda y Parri casi de enganche, ya que en cuanto a mejoría, nada de nada. La historia no cambiaba y el Hércules, más entero y ofreciendo mayor sensación de equipo, trataba de matar el partido. Rodri no lo consiguió por mala suerte al estrellarse su lanzamiento en la cruceta. El magnífico chut mereció acabar dentro.
En plena tarde-noche Enrique vio la luz en el único error en todo el encuentro del intratable Graff. El argentino llegó tarde y se llevó por delante al extremeño. Como bien recordó la grada: penalti y expulsión. Pero se quedó en lo primero y gracias a la correcta visión del asistente. Si llega a depender de Pérez Riverol...
Parri mantuvo la frialdad que siempre le acompaña para ejecutar a Unai Alba con engaño incluido. La inercia provocó que los amarillos trataran de encontrar la identidad y el espíritu perdidos ayer. Tal fue el ímpetu que, un minuto después de igualar, Gustavo López y Enrique combinaron a lo ancho del campo como no hicieron en todo el choque pero el centro del extremeño se paseó por delante de la portería tras superar al meta del conjunto alicantino.
El empuje duró apenas nada y de nuevo el Hércules, sin haber efectuado todavía un cambio, se armó de físico y calidad para poner a cada uno en sitio. Al que puso de mediapunta fue Calderón a Bienve, que se perdió entre las torres del Hércules hasta que se erigió en el protagonista de la mejor jugada ofensiva del equipo en la segunda parte.
No había ritmo ni control ni victoria parcial en alguna línea para pensar en la remontada. Lo sabía el Hércules y también el público, que no cesaba de protestar lo que estaba sufriendo ayer bajo el formato de partido. Entre lo mucho criticable, la defensa se llevó la palma. Al juego desconocido y la velocidad impropia de Paz sólo le faltaba la guinda que puso De Quintana, que continúa demostrando con creces que hoy por hoy no reúne las condiciones necesarias para jugar en la defensa de un equipo con ciertas aspiraciones de ascenso. Se complicó la vida e hizo lo propio con sus compañeros.
Cuando Ion Vélez confirmó con su gol que por algo era el deseo de media Segunda A, el público tomó una decisión distinta para dejar de meterse con el equipo y centrar sus iras sobre el palco y su política de fichajes.
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