Roberto Scholtes
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Muere Diego Armando Maradona
Los genios viven deprisa, como si necesitaran poner a prueba su condición mortal. Maradona, el Dios argentino, el mejor jugador de fútbol de la historia para los que experimentamos el flechazo del balompié en el Mundial de Naranjito, se apagó este miércoles tras décadas de excesos, de búsqueda incansable del ser excepcional que dejaba de ser cuando salía de las canchas, del ángel caído. Dice Valdano que Messi es más que el Diego porque el rosarino “es Maradona todos los días”. No estoy de acuerdo. Maradona era un líder, vivía y jugaba con pasión, con rabia, con desesperación, como cuando Menotti lo dejó fuera del Mundial 78. Jamás se lo perdonó al Flaco. Y curiosamente, nunca fue más Maradona que entrenado por la antítesis del fútbol que proponía Menotti. Al Narigón Bilardo y a su selección los hizo campeones del mundo en México 86. Aquel Mundial se recordará por la Mano de Dios, pero también por su otro golazo ante los ingleses, aquel en que el comentarista Víctor Hugo Morales se preguntaba atónito de qué planeta viniste barrilete cósmico para dejar a tanto inglés tirado por el camino.
Sin duda levantar aquel anhelado trofeo en el Azteca mexicano fue el momento culminante de su carrera, un Maradona feliz, divino, que ajustaba cuentas con el pasado y se quedaba en paz con los que aún dudaban de su gloria. Él, que de pequeño no tuvo más peluche que abrazar que un balón ajado, que vivía en la casa más humilde del más humilde barrio de Buenos Aires, había desafiado a los poderosos, a los ricos, había hecho campeón de Italia al Napolés, un equipo sureño, de pobres, despreciado por la Juve, el Milán, el Inter, al que insultaban cuando abandonaba su refugio del San Paolo. Y Maradona se rebelaba. Hijos de puta, gritaba mientras la afición del Olímpico de Roma pitaba el himno argentino en la final del Mundial del 90 que perdería ante Alemania. Hijos de puta, voceaba retador mirando a la cámara, vocalizando como quizá no lo hizo mejor en su vida.
Pero Maradona fue mucho incluso en su declive. Adicto a la cocaína desde su paso por Barcelona, amigo de la Camorra napolitana, azote de periodistas, amante de las mujeres, de la noche, de las canchas, era un ídolo con pies de barro. Tras el Mundial de Italia llegó la primera sanción por dopaje en Italia por consumir cocaína en un partido ante el Bari el 17 de marzo de 1991 y fue castigado hasta el 30 de junio de 1992. El Napolés se cansó y lo traspasó al Sevilla en una operación rocambolesca, en la que intervinieron como mediadores hasta el propio Blatter, y que se cerró por unos 7,5 millones de dólares (unos 750 millones de pesetas de la época). Su vuelta al fútbol español, su última experiencia en Europa, dejó imágenes inolvidables, no todas agradables, pero ver su zurda en acción fue un regalo. Era otro fútbol no obstante. A Maradona lo cosían a patadas. Iban al tobillo. Goicoetxea marcó el camino y otros carniceros lo imitaron. En San Mamés, donde debutó con el Sevilla, ya le dejaron varias muestras. Y vinieron más. Recordadas son sus broncas al ser expulsado en Tenerife, donde incluso tuvo que intervenir la Policía Nacional. Aquella tarde en el Heliodoro el colegiado González Lecue se equivocó. Tras una dura entrada de Fernando Redondo en el centro del campo al Diego expulsó por doble amarilla a Pizzi, mientras Maradona le agarraba y le gritaba: el ciiiiincooo, fue el ciiinnnncooo. No hubo manera. Ante la insistencia del 10 el árbitro le mostró la roja directa. Fue una batalla que, con Bilardo en un banco y Valdano en el otro se trasladó a la banda, dejando algunas de las secuencias más bochornosas de la historia de la liga española.
Era el ocaso del astro, pero al igual que ocurre con las estrellas, cuya luz sigue llegando hasta nosotros a pesar de haberse extinguido hace mucho, Maradona nunca dejó de brillar. Los que nos enamoramos de su fútbol siempre lo recordaremos como se recuerda a ese primer amor. Luego vinieron más, claro que sí, pero el cariño por aquel muchacho pobre que soñaba con ser Dios siempre perdurará.
Maradona ha muerto. Viva siempre el 10.
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