De Barcelona al infierno

Momentos en la historia de los Juegos

Tras el éxito olímpico también hay vidas rotas como la del medallista Jesús Rollán, plata en waterpolo en el 92 

Gavá, Rollán, Estiarte y Pedro González, en la inauguración de los Juegos.
Gavá, Rollán, Estiarte y Pedro González, en la inauguración de los Juegos.
Pedro Ingelmo

01 de agosto 2024 - 09:00

El destello de las medallas ocultan un lado oscuro. A España le pasó principalmente en Barcelona 92, donde hace años que se sospecha que fue el dopaje de Estado lo que nos catapultó al mejor resultado olímpico de nuestra historia. El gran gurú del dopaje, el doctor Eufemiano Fuentes, creador de ingeniosas fórmulas para driblar los controles, ha asegurado a una cadena alemana que fue el Comité Olímpico el que le animó a “llegar hasta donde fuera”. Desde entonces han desfilado los nombres de ganadores de milagrosos metales entre los posibles conejillos de indias de Fuentes.

La selección española de waterpolo también decidió llegar hasta donde fuera. Pero no lo hizo a través del dopaje, sino contratando al sargento de hierro de la especialidad, el entrenador croata Dragan Matutinovic.

En aquella competición hubo dos hostilidades muy marcadas. Una era la que existía entre el propio Matutinovic y el entrenador de la gran favorita, la selección italiana, Ratko Rudic, de nacionalidad serbia. En 1992 la guerra de los Balcanes se encontraba en su momento más crudo. El croata y el serbio se enfrentaron en las salas de prensa con agresiva esgrima verbal y acabarían viéndose en la final.

La otra se encontraba dentro del seno del propio combinado español. España iba a llevar a Barcelona a la base de la cantera del Canoe, todos catalanes capitaneados por la gran figura del momento, Manel Estiarte, que por entonces jugaba en la liga italiana, la mejor del mundo. El croata decidió mezclar a los catalanes con las emergentes figuras salidas de un proyecto social que convirtió en estupendos jugadores a chavales del madrileño barrio obrero de San Blas. El cóctel Barcelona/Madrid acabó funcionando, pero hasta llegar a ello la discordia fue constante entre los niños de clase bien barceloneses y los niños macarras del extrarradio de Madrid. Así lo cuentan en “42 segundos”, una película que se recrea en todos los clichés del género de la épica deportiva y que se centra en esta historia. La encarna en los personajes de Estiarte y Pedro González, el goleador madrileño. Aunque son ciertas las tensiones, en realidad esto no sucedió así, ya que algunos de estos madrileños, incluido Pedro González, ya habían estado en Seúl.

Un momento de la película 42 segundos
Un momento de la película 42 segundos

El título hace referencia al periodo de tiempo que pasa entre que Estiarte marca en la primera prórroga el penalti que parece que nos va a dar el oro olímpico ante los italianos y el empate del equipo rival que conduce a otras dos prórrogas y a la derrota final. Tras ella, en la película, Estiarte y González se funden en un abrazo, sellando una amistad que se prolongaría hasta los juegos de Atlanta, de donde saldrían campeones. Esa amistad entre barceloneses y madrileños no sería sólida. Pedro González ha contado que, mientras los campeones olímpicos italianos celebran una cena anual en la que se reencuentran y hablan de los viejos tiempos, ellos no se han vuelto a reunir.

En la película aparece un personaje secundario. Es Jesús Rollán, el portero, uno de los héroes de aquellos Juegos y del que posteriormente se hablaría mucho por otro motivo: ser la persona que le presentó a la infanta Cristina a Iñaki Urdangarín en Atlanta. Rollán era compañero de juergas en la Blume de Urdangarín y había tenido una corta relación sentimental con la infanta. Pese a juntarlos, no fue invitado a la boda.

Rollán era amigo de la infancia de Pedro González en San Blas. Descubrieron casi al mismo tiempo el waterpolo y la cocaína y el speed. Disfrutarían a fondo de lo uno y lo otro. La historia de Rollán, el mejor portero español de waterpolo de la historia, es verdaderamente triste y se pasa de puntillas sobre ella en el filme.

Su carrera como waterpolista fue larga, tan larga como su adicción. Tras la medalla de plata en 1992 en Barcelona se mantuvo en activo hasta el 2004 y durante todo ese periodo fue tan deportista como cocainómano. González, también adicto, consiguió salir de eso y ha narrado en su libro “Mañana lo dejo” las noches de sexo, drogas y rocanrol en la residencia Blume. Rollán quedó atrapado. Cuando anunció su retirada, todo fue cuesta abajo. Se separó de su mujer, que le prohibió visitar a su hija. La federación de Natación le ofreció un trabajo al que apenas acudió. “Desde los catorce años años yo sólo he nadado. No sé hacer otra cosa”. Sumergido en una profunda depresión, se integró en el programa del COE para olímpicos en problemas llamado Tutoría para Deportistas. Consistía en internarse en el centro de rehabilitación que existe en el balneario Blancafort, un precioso edificio de dos plantas en un paisaje idílico de La Garriga, en Barcelona. Desde una de sus ventanas saltó Rollán el 11 de marzo de 2006. Tenía 37 años.

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