El enemigo inesperado

Ais Reig, con la absurda expulsión de Santamaría y un penalti riguroso, dinamita a un equipo amarillo que, con un jugador menos, pierde una ventaja de dos goles en una mala segunda parte

Desolación de los jugadores del Cádiz tras uno de los goles marcados por el Mirandés.
Desolación de los jugadores del Cádiz tras uno de los goles marcados por el Mirandés.
Jesús Jaques Nuche

04 de septiembre 2016 - 05:02

Cuando un equipo dedica toda la semana a preparar un partido estudia con detalle al rival para tratar de neutralizar su fortaleza y explorar sus debilidades. El Cádiz demostró haber hecho los deberes porque desactivó al Mirandés y ganaba con autoridad por 0-2 pasada la media hora. Con lo que no contaba era con la nefasta actuación del colegiado Saúl Ais Reig, alicantino de Alcoy que hizo añicos las aspiraciones del equipo amarillo de conseguir su primera victoria en el regreso a Segunda División A. El árbitro se convirtió en triste protagonista al expulsar a Gorka Santamaría en el minuto 35. Una de las rojas más absurdas que se han visto en un campo de fútbol. Tres minutos antes le había amonestado al delantero por ¡¡beber agua!! en la banda para combatir el fuerte calor. No tuvo la suficiente mano izquierda para entender la situación y aplicó tan a rajatabla el reglamento que se cebó con el futbolista. A los jugadores locales sí les permitió hidratarse. En el acta no tuvo la valentía de reflejar la verdadera causa, la que explicó verbalmente a la expedición cadista. La segunda amarilla la mostró por un leve agarrón a un rival y también se la pudo haber ahorrado.

El trencilla arruinó el encuentro. Nunca se sabrá qué hubiese sucedido con equilibrio numérico. La consecuencia de la expulsión fue que el partido, que comenzó 11 contra 11, derivó en 12 contra 10 durante 55 minutos. Los locales se encontraron con la inestimable colaboración de Ais Reig, quien no dudó en favorecer una y otra vez al Mirandés. El penalti que dio alas a los burgaleses al comienzo de la segunda parte fue de esos que si no se señalan no pasa nada porque agarrones en las áreas hay muchas en todos los partidos. Pecó de rigurosidad y perjudicó con claridad a un Cádiz que tampoco estuvo a la altura con un hombre menos. Jugar con diez es una dificultad pero no como para ser aplastado con tanta contundencia. Los amarillos descarrilaron en la segunda parte frente a un rival desmelenado. Tiraron por la borda el brillante trabajo realizado durante los 45 minutos iniciales. Hubo un Cádiz con 11 jugadores y otro con 10. Un Cádiz con dos caras bien diferenciadas. El sólido y solvente de la primera parte y el endeble y vulnerable de la segunda huérfano de velocidad sin Salvi y Álvaro García.

Anduva empieza a convertirse en un campo maldito para el Cádiz. Segunda visita y segunda derrota cruel, de esas que duelen. En 2011 tuvo la eliminatoria ganada y la perdió en la prolongación. Ayer tuvo la victoria en sus manos. Se fue al descanso con un claro 0-2 pero acabó perdiendo en un calamitoso segundo acto y sumó la primera derrota de la temporada en un partido condicionado por la absurda expulsión del debutante Santamaría, más capricho del árbitro Ais Reig que otra cosa. El Cádiz, muy superior en la primera parte, fue borrado del mapa en la reanudación por un Mirandés arrollador al que le bastaron 20 minutos para voltear el marcador.

Más allá de las discutibles decisiones del colegiado, que barrió siempre para casa, los gaditanos no supieron manejarse con uno menos y se toparon con la dura realidad de la Segunda.

Los habituales minutos de tanteo cobraron más sentido que nunca al medirse el Cádiz a un rival con sólo tres defensas que acumuló numerosos hombres arriba. Una cosa era verlo en el vídeo y otra vivirlo sobre el césped. Fue el conjunto local el que tuvo la posesión del cuero en los compases iniciales aunque sin inquietar los dominios de Cifuentes. De nada sirve tener la pelota sin llegar al área contraria y en cambio a los amarillos les bastó un par de toques para llegar y marcar en su primera acometida en ataque. En el minuto 8, Ortuño empezó y terminó la jugada. Quién si no iba a ser. El delantero controló el esférico en tres cuartos, abrió a la izquierda a Álvaro García y el utrerano centró al interior del área para que el de Yecla, más listo que nadie recogiera un mal despeje de Kijera para fusilar a Sergio a un metro de la portería. El ariete, en estado de gracia, olisquea el peligro como pocos y una vez más estuvo en sitio adecuado a la hora oportuna para adelantar a los gaditanos y repetir el guión de los dos partidos anteriores.

El Cádiz se colocó con ventaja al igual que en Almería y en el choque contra el Mallorca. Una magnífica oportunidad, la tercera, de estrenar el casillero de victorias en su retorno a la categoría de plata.

El gol no varió el guión. La pelota siguió bajo mandato de los anfitriones pero las ocasiones, muy claras, las crearon los visitantes. En 15, un latigazo de Salvi lo tocó Kijera y a punto estuvo de convertirse en el 0-2. Poco después, en el 22, Brian subió con una rapidez endiablada y se inventó un zurdazo que rozó la escuadra. Respondió de inmediato Maikel con un disparo que repelió Cifuentes.

Los amarillos empezaron a soltarse con el balón a la media hora ante un adversario que no daba con la tecla. El verde de Anduva se teñía de amarillo por clara superioridad de un Cádiz que se puso con 0-2 gracias a una obra de arte improvisada por Salvi. En el 32, Ortuño sirvió a la derecha al sanluqueño, quien remató tal y como le llegó el balón, a bote pronto y con el exterior de la bota derecha para poner la pelota al palo contrario y firmar un auténtico golazo, uno de esos que salen en los resúmenes de final de curso entre los mejores tantos. Garrido y Juanjo, testigos de la acción, se llevaron las manos a la cabeza asombrados por la maravilla de Salvi.

La vida sonreía a un Cádiz que encarrilaba el partido con autoridad hasta que en el minuto 35 el camino hacia el triunfo empezaba a torcerse con la expulsión de Gorka Santamaría, que vio la segunda tarjeta amarilla tras un leve agarrón a Eguaras en el centro del campo que el colegiado entendió como amonestación en rigurosa interpretación del reglamento. Así lo entendió desde la banda Álvaro Cervera, indignado por la anterior tarjeta por beber agua. El cuadro amarillo alcanzó sin sufrimiento el descanso aunque le quedaba toda una segunda parte por delante con un hombre menos.

Apretaron con tal intensidad los burgaleses en la reanudación que en apenas diez minutos ya habían equilibrado el marcador. Carlos Terrazas puso más madera con Sangalli y Bustos en una medida a la desesperada que le salió bien. No tardó el Cádiz en encontrar un desahogo a la contra que no se tradujo en el 0-3 de milagro. Salvi, Ortuño y Álvaro García conectaron arriba y el misil del utrerano, ya dentro del área, se estrelló en el lateral de la red. Del posible tercer tanto, que hubiese sido casi definitivo, se pasó a la realidad del 1-2 en el minuto 50 fruto de un penalti por agarrón de Garrido a Fofo dentro del área. Son de esos penaltis que pueden pitar o no pero las decisiones del árbitro se escoraron hacia el bando local. Eguaras no perdonó desde los 11 metros pero lo peor estaba por llegar. Casi sin respiro, cuatro minutos después, Maikel rubricó el empate con disparo que se coló en la portería tras rebotar la pelota en un defensa. El Cádiz, diezmado, no sólo perdió su ventaja. Se vio desbordado por el vendaval ofensivo de los rojillos y Cervera apostó por tratar de conservar el empate. Renunció a la velocidad de Salvi y Álvaro García e hizo debutar a Sankaré y Abdullah. De nada sirvieron las sustituciones.

Fofo perdonó la vida con un remate a limbo en boca de gol (minuto 58) pero en el 65 el que sí acertó fue Guarrotxtena con un certero cabezazo dentro del área y libre de marcaje. El Cádiz no reaccionó. Ni siquiera el estreno de Rubén Cruz reactivó a un equipo amarillo entregado a su destino. Sin velocidad, sin chispa, fue incapaz de llegar a puerta. Lo intentó pero de manera tímida, sin llegar a tirar a puerta.

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