Golpe en la mesa del Cádiz CF Mirandilla en La Línea (0-2)

Fútbol | Segunda Federación

El filial se lleva toda la pesca en el río revuelto de la Balona y refuerza sus aspiraciones de permanencia

Raúl Pereira aprieta para escapar de la marca de Carlos León.
Raúl Pereira aprieta para escapar de la marca de Carlos León. / Andrés Carrasco
Rubén J. Almagro / La Línea

16 de marzo 2025 - 21:25

Dieciséis individuos a los que sabe Dios por qué se le permite seguir vistiendo la sagrada camiseta de la centenaria Real Balompédica Linense protagonizaron este domingo una de las derrotas más humillantes que haya soportado la afición de La Línea en mucho tiempo. Y por desgracia esa grada, generosa como pocas, sabe del 7-1 en Andorra, de los cuatro de este mismo curso en Almería o en Estepona… pero esto no. Esto no se puede permitir. Los que dicen que no son capaces de soportar la presión y el murmullo doblaron la rodilla ante un grupo de chavales (adolescentes la mayoría) que por lo visto han aprendido a manejar la responsabilidad de una mañana para otra. Ya podían imitarles.

Ese estadio, que su gente vio construirse con tanta ilusión, ha dejado de ser un fortín para convertirse en una mancebía a la que todo el que llega sabe que saldrá contento. El 0-2 deja señaladísimo a su preparador, Javi Moreno, que a la hora de publicar esta crónica aún sigue en el cargo. Pero que, salvo sorpresa mayúscula, tiene las horas contadas. Una cosa es tener un ataque de entrenador, que de eso no se libra ninguno, y otras tomar decisiones que el sentido común no entiende.

Una final decían. Una final fue para el Cádiz Mirandilla. Para un equipo que jugó desde el minuto uno con ganas de llegar al campo contrario, con un punto (bueno, uno no, varios) más de intensidad, con amor propio. De Vergüenza. Conscientes todos y cada uno de los que saltó al césped de que lucían la camisola del Cádiz. Y que por todo todo se llevó hasta el golaveraje.

Enfrente habrá que preguntar a Íker Jimenez por la naturaleza de unos seres que parece que ni sienten ni padecen. Descompuestos desde el minuto uno, incapaces de enlazar una jugada. De tener un acto de bravura. Nadie quiere la pelota. Se evidencian desprovistos de todo lo que durante más de un siglo ha definido a esta entidad rebautizada por la Recia.

El sinsentido comenzó en el once. A ver, que era el día en el que había que ganar o ganar. El que no es que te pueda costar el puesto, que todo indica que va a ser así, pero que no deja de ser problema suyo, sino el descenso, la Balona, que no conoce otro fútbol que el balonazo largo prescinda de Jack Harper en un desafío a la lógica. Dani Villa parecía un personaje de esos de videojuegos dando vueltas sobre sí mismo sin alcanzar una pelota. Como si el hipotético joystick que lo manejased se hubiese quedado cogido.

En ese día de susto o muerte el entrenador también prescindió de Álex Hernández. Que nadie dice que sea Pedri, pero que es junto al ausente Fran Carbià de los poquitos que consigue tocar el balón sin que éste amenace con denunciarle por maltrato. Por si faltaba algo a Sergio Chica le tocó jugar esta vez de lateral derecho. David Hernández no es que lo estuviese haciendo mal, sino peor. Pero teniendo en el otro costado de la zaga a Fran Moreno -un central reconvertido- dejar al equipo huérfano de profundidad en banda cuando te juegas la vida… o igual es que en la caseta, empezando por el propio míster, no se habían enterado de cuáles podían ser las consecuencias de una derrota. Otra explicación razonable no alcanza. Porque la que se viene a la cabeza está rozando en el delito.

Queda dicho que desde el primer minuto el Cádiz Mirandilla fue mejor. Más ordenado, con más criterio en la circulación de balón, más participativo. Más todo ante una Balona timorata, asustada, incapaz. La cara de la mayoría de los futbolistas era un poema. Que eso también es responsabilidad del entrenador, que tiene que hacer llegar su mensaje a la plantilla para quitarle el miedo. Otra cosa no sirve. El siempre presente Gabriel Navarro Baby lo hubiese resuelto con tres milhojas y quitando el entrenamiento del viernes para convertirlo en una merienda.

En el primer periodo llegó varias veces el Cádiz. Pero unas las sacó Álex Lázaro (seguramente el único que no mereció el suspenso) y otras la malograron los chiquillos esos del Cádiz B, entre los que por cierto se encontraban dos algecireños: el meta Rubén Domínguez y el zaguero Raúl Pereira. Daba la sensación de que los visitantes quisieran prolongar la agonía para que doliese más el resultado. Para que sonrojase una mijilla más a los que sienten y padecen (de esto, muchísimo en los tres últimos años) en blanco y negro.

Tras el descenso casi forzado por los problemas físicos de João Pedro entró por fin Jack Harper. Luego Connor reapareció en casa como centrocampista. Pero para entonces la Balompédica ya era un juguete roto. Vaya que a la Balona no la reconocía ya ni la madre que la parió.

Hasta cuatro veces avisó el Mirandilla. Y en el 80’ le tocó a Álex Hernández meter la pata. Le ganó la espalda Fran García y lo derribó dentro del área. Penalti. Lo lanzó Luis Morales e hizo el 0-1.

A partir de ahí el equipo de casa hizo como que le importaba lo que estaba sucediendo y trató de irse arriba. En el 89’ Carlos Cano, desde el suelo, tuvo lo único que se parecía a una ocasión en la contra… el 0-2 de Fran García, poco menos que a puerta vacía.

Tras el pitido final la cara fea del asunto. “Jugadores mercenarios” “fuera fuera”. Y aficionados arremolinados en la puerta del estadio con un conocimiento exhaustivo del árbol genealógico de sus futbolistas. Y Mario Galán e Ismael Chico reunidos. Y el primero saliendo a dar explicaciones a la turba. Y una sensación muy triste, muy dolorosa, de que, como cantaba Sabina, ahora es demasiado tarde, princesa. Pero que si existe una remota opción de evitar el descalabro, el artifice tiene nombres y apellidos. Y está en la mente de todos.

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