La otra leyenda de Owens en Berlín

Momentos en la Historia de los Juegos

El velocista afroamericano no tuvo ningún problema con Hitler en 1936; el problema lo tenía en Alabama

Owens y Long posan juntos tras la competición de salto de longitud
Pedro Ingelmo

31 de julio 2024 - 09:00

La historia contada por los vencedores genera marcos mentales. Éste es uno: Jesse Owens. Hombre, sí, Jesse Owens fue aquel atleta norteamericano que humilló a Hitler en las Olimpiadas de Berlín al no poder demostrar la superioridad de la raza aria. Como consecuencia de ello, Hitler se negó a estrechar su mano y se marchó del estadio. Luego dijo enfurecido que no sabía cómo los americanos traían a sus negros para que les ganaran las medallas. Más o menos, éste sería el relato, pero es un relato inexacto y, en realidad, nunca contado de primera mano, sino una idea generada espontáneamente y, a partir de ahí, repetida.

Ahora vayamos a las fuentes, que son principalmente el documental de 1966 “Jesse Owens regresa a Berlín” y la biografía más acreditada de Hitler, la de Ian Kershaw, un tocho considerable. Si atendemos a ello, los Juegos fueron un éxito para Hitler porque su máximo objetivo no era demostrar la superioridad de los atletas arios sobre las demás razas, que también, y para eso ya iba a tener a la cineasta Leni Riefensthal construyendo su épica película Olympia. Lo que pretendía era lo que hoy llamamos un blanqueamiento de su régimen y eso, en buena medida, lo consiguió. A ello contribuyó el presidente del comité olímpico norteamericano, un rendido admirador del nazismo llamado Avery Brundage. Fue él el que convenció a los atletas afroamericanos y judíos para que no boicotearan los Juegos, tal y como se habían propuesto en un principio, pero no para hacer una competición de razas, sino para mostrar esa imagen amable de la Alemania nazi que pretendía Hitler. Por cierto, Brundage, para desdoro del olimpismo, sería luego presidente del Comité Olímpico Internacional durante veinte años.

Es por eso que Jesse Owens estaba en Berlín. Owens era un atleta superdotado de Alabama que se dedicaba a remendar zapatos y que no sabía gran cosa de política. Para Owens, Hitler no era su problema; en todo caso su problema era Roosevelt y la segregación que sufría cada día.

Había pocas dudas de que Owens triunfaría en las pruebas de velocidad, ya que por entonces contaba con todos los récords mundiales, pero existía la posibilidad de que la estrella local, Lutz Long, le derrotara en salto de longitud. Aquello fue una competición apasionante que acabaría en bonita amistad. Owens hizo nulos los dos primeros saltos en la clasificatoria. Sólo le quedaba uno. Lutz se acercó a Owens y le aconsejó que en el tercero no batiera tan cerca de la tabla y así podría pasar a la final. Owens le hizo caso y pudo pasar el corte. En la final Owens ganaría a Long en el último salto. El ario y el negro se fundieron en un abrazo y dieron juntos la vuelta al estadio.

No se sabe si esto molestaría o no a Hitler. Posiblemente, pero no hay constancia de ello. Lutz moriría años después en Sicilia al ser herido durante la ofensiva del ejército americano en Italia. Se diría también que Lutz fue enviado allí por el mismo Hitler como represalia por haber ayudado a Owens en la prueba de salto. Una vez más ni hay constancia ni tiene mucho sentido cobrarse su supuesta venganza casi ocho años después.

Porque, y aquí hay otra parte de leyenda, Hitler no se negó a darle la mano a Owens. Tras la primera jornada de los Juegos, donde saludó a los ganadores, alemanes y finlandeses, la organización le informó que esto no estaba en el protocolo. A partir de ahí, no saludó a Owens ni a ningún otro. Sobre el no saludo de Hitler, Owens le restó importancia, recordó que Hitler se ausentaba en numerosas ocasiones del palco -suponía que por sus tareas como canciller- y que cuando ganó la carrera de cien metros pasó cerca de él y Hitler le saludó con la mano y él le devolvió el saludo. "Creo que es de mal gusto criticarle si no estás enterado de lo que realmente pasó", declararía el propio pocos días después del no incidente.

Owens reservaba la pulla para su propio presidente, Roosevelt, que tampoco le había estrechado la mano, ni saludado, ni le había invitado a la Casa Blanca para reconocer su hazaña, algo que sí hizo con otros atletas blancos. No hubo siquiera un telegrama de felicitación.

En Berlín, Owens, dicho por él mismo, tuvo un trato más correcto que en su propio estado de Alabama. Allí se alojaban negros y blancos en el mismo hotel, algo impensable en el sur de Estados Unidos. La cortesía era exactamente igual para los atletas blancos o negros. Ni una queja.

Luego, Owens no volvió a su país en loor de multitudes. Los periódicos del sur ni siquiera reseñaron su triunfo y, según pisó Alabama, volvió a sentarse en la parte trasera de los autobuses. En el recibimiento a los campeones olímpicos en Nueva York, a Owens no se le permitió el acceso por la entrasda principal del hotel Waldorf Astoria donde se celebraba la recepción y tuvo que hacerlo por una puerta lateral subiendo a la sala por el montacargas y no por el ascensor de los demás asistentes. Luego se tuvo que ganar la vida durante un tiempo como una especie de atracción de feria, corriendo contra automóviles, perros o caballos. ¿Se puede repetir esa frase tantas veces escuchada de que en Berlín Owens venció al racismo?

Owens en La Habana, en 1936, cuando competía contra caballos

Y sobre el desprecio de Hitler a los atletas negros, no hay más que acudir a su biblia, el Mein Kampf, para saber lo que pensaba de esta raza. Los nazis llegaron a prohibir el jazz por ser “una música negra corrupta”, pero lo único que se conoce seguro de lo sucedido durante los Juegos es la conversación entre la mano derecha de Hitler, Hermann Goering, y Average en una fiesta en la que ambos concluyeron que los negros corrían más porque estaban más cerca de los animales salvajes que de los humanos, que es una conversación de cuñados que seguramente se siga manteniendo en determinados círculos agorilados en nuestros días. Pero, que se sepa, durante los Juegos Hitler no dijo ni una palabra sobre el asunto.

Hitler fue un genocida y la Historia le ha tratado como se merece. No es necesario adornar más su vileza con lo que no sucedió.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Momentos en la Historia de los Juegos

La otra leyenda de Owens en Berlín

Lo último