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Submarino amarillo
CUENTAN los más antiguos que en la posguerra olía a gasógeno y carburo. La gente comía arroz con piedras, ríanse de las crisis de los nuevos ricos de este siglo, y nacían las cofradías de obreros. El fútbol aún no era religión del pueblo, ocio y negocio de la reconversión, y los gaditanos marchaban en excursión al campo de la Mirandilla. Hoy, los niños de la posguerra, los niños del primer ascenso frustrado a Primera se encuentran en proceso de jubilación, quizá disfrutando como chavales de este año de bienes. Pero gozan de memoria suficiente, memoria histórica amarilla. El Cádiz bate los registros de la posguerra, temporada 39/40, nada que ver con la era tecnológica. Los niños de toda clase y condición acudían a la feria del frío, campaban por sus respetos el estraperlo, la cartilla de racionamiento y el hambre pura y dura. Y la represión, que rima con recesión pero se sitúa a años luz, social, lógica, política y futbolísticamente, valga la expresión.
De purísima y oro, como en la copla de Sabina, un balón de cuero de reglamento y rodilleras para las caídas.
La historia del primer ascenso truncado depara suficientes detalles para aprender de la lección, en todos los sentidos, de una época en tonos sepias, paradójicamente la etapa funesta donde se fusilaban ideas y se marcaban goles contra la miseria y la sinrazón. Paradojas o giros bruscos del destino, el primer ascenso de veras llegó con la democracia, cuarenta años atrás, tras cuarenta años de dictadura. Fútbol y política nunca casaron bien, de hecho a Franco no le gustaba el balompié, tan sólo lo utilizó a su antojo.
Diecisiete tíos componían la plantilla del nuevo Cádiz de posguerra: Bueno y García, porteros; Núñez, Ordóñez, Soto y Huesche, defensas; Bohórquez, Adorna, Mateo y Norte, medios, y Sánchez, Ruiz, Fermín, Roldán, Cordero y Liz, delanteros. Cuatro tíos en la directiva presidida por Santiago Núñez y un estadio inaugurado el 27 de agosto de 1933, junto a la antigua plaza de toros, en las afueras de Cádiz-Cádiz. La leyenda de Mirandilla, en plena eclosión, el fútbol como vía de escape para el hombre, que la mujer aún seguía en casa con sus labores. Cuentan los más antiguos que, en verdad, el Cádiz como tal no cumplirá cien años en 2010. A tenor de las fechas rigurosas y los hechos publicados, en el Diez se celebrará el centenario del fútbol oficial, de la implantación del deporte rey en Cádiz, aunque el primer partido que se recuerda se disputase en 1906. O sea, que el Cádiz CF, heredero del Mirandilla y Hércules de Cádiz, y por ende también del Español de Cádiz, nació el 24 de junio de 1936, poco antes de la Guerra Civil, siendo presidente Antonio Octavio Sánchez. Pero no vamos a pinchar el globo al centenario cadista, si acaso ya lo celebramos después otra vez. El que fuera presidente cadista Gutiérrez Trueba, niño de la época, aún guarda la entrada del Cádiz-Murcia que echó por tierra las ilusiones amarillas. Fue un partido bronco, de los llamados intensos, tremendo, y por entonces no se gastaban las tarjetas amarillas ni las sustituciones. El trencilla, el mítico Pedro Escartín, estuvo un poco paecharlo, según las crónicas, y expulsó al cadista Ramón Blanco y al murcianista Echevet por propinarse sendas patadas morrocotudas, no las lindezas de hoy en día. Y entonces, empero, no había televisión, ni repeticiones, ni marcador simultáneo, ni rotondas, ni móviles, ni internés de banda ancha. En todo caso, manga ancha por la banda y centros al área.
El Cádiz de posguerra tenía que alzarse campeón de su grupo de Segunda para aspirar a la liguilla de ascenso. Igual que el Cádiz de 2008 necesita el campeonato para contar con más opciones en la fase decisiva. Sólo ocho escuadras componían cada grupo en el año 39, así que el Cádiz aprovechó y ganó once partidos, más que nadie; logró cuarenta tantos, más que nadie, y sólo perdió dos encuentros, precisamente ambos contra el Ceuta. Memorable resultó la victoria en Huelva, ante el decano del fútbol, uno a cuatro, y la pugna a brazo partido contra el Granada por la primera plaza. Los cinco campeones se citaron luego en la liguilla final, el Cádiz necesitaba un empate en el último choque pero lo perdió, dicen que los nervios perdieron al equipo, que además llegó al tramo postrero del campeonato absolutamente agotado. Tres partidos en ocho días, una plantilla muy corta, y rivales de postín como Coruña, Real Sociedad, Levante y Murcia. El maldito goal-average marcó el devenir del torneo, cuyo desenlace se quedó grabado en la memoria amarilla durante décadas, cuarenta años, los mismos que duró el régimen franquista.
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