1919: Carnaval, pandemia y revolución

Memoria de la fiesta

En una ciudad marcada por las consecuencias de la gripe española y, sobre todo, por la gran huelga general obrera, se consiguió celebrar el Domingo de Piñata

1919: Carnaval, pandemia y revolución
Encabezamiento del bando municipal del 1 de marzo

Cádiz/A estas alturas del repertorio seguro que saben que existió una pandemia en 1919. También tendrán conocimiento de que ya existía el Carnaval, que ya existían el disfraz y la copla, un protoconcurso municipal y existían hasta bailes privados que quitaban las tapaeras del sentío. Por existir existía hasta el debate salud versus economía. Pero también, no se les olvide, ya en 1919 existían las decisiones políticas tomadas sobre la marcha, las presiones, la incertidumbre en la ciudadanía y, sobre todo, el miedo. El miedo a lo que se escribe y se canta, aun más, cuando la revolución acecha… Fíjense qué cosas…

Salud versus economía, economía versus seguridad, seguridad versus libertad… ¿A que al final la Historia va a ser circular? Así es, defenderá Marcos Zilberman, que nos pone sobre las manos sus reflexiones sobre el estudio de Francisco Guerrero Incidencia social de la gripe española en la ciudad de Cádiz (1918-19). O, quizás, no tanto, opina Felipe Barbosa, introduciendo un elemento diferenciador en la comparación temporal, la definitiva influencia del revuelto clima social que espoleaba a la ciudad en aquellos meses de febrero y marzo de 1919. Ambos investigadores, y los documentos propios de Diario de Cádiz y del Archivo Municipal, son los que nos aportan los mimbres para poner en pie esta historia.

Una historia que ojalá estuviera contada por Manuel López Cañamaque, que pidió permiso al señor alcalde (Manuel García Noguerol) para recorrer las calles de su ciudad los días 3, 4 y 5 (días oficiales de las fiestas de Carnaval) y 9 de marzo de 1919 (Domingo de Piñata) con su ‘Trío Chaniteclé’; o por algún componente de la murga ‘Aliados de León’, de Manuel León, con su chistera y esmoquin de color; o por el lenguaraz José Suárez (ese año con ‘Suárez y su murga moruna’) o que la contaran los muchachos de ‘Partida de los Batutas’ –¿llegarían a cantar esa copla suya donde degüellan a un cortijero y tiran a un cura en cueros por una ventana?–...

Petición de licencia de la chirigota 'Los niños revoltosos' de 1919.
Petición de licencia de la chirigota 'Los niños revoltosos' de 1919.

Ojalá se hallara un diario perdido de algún componente de aquellas 15 agrupaciones que entre los días 25 y 26 de febrero solicitaron sus licencias al Ayuntamiento para poder echarse a la calle. Carnavaleros de caligrafía infantil, atropellada, en no pocos casos, –que el Carnaval, como el flamenco, se escribe con faltas de ortografía– que vieron que el día 1 de marzo el Gobernador Civil Provincial decidía prohibir su fiesta para que, una semana más tarde, levantara el edicto y abriera la mano en el Domingo de Piñata. ¡Qué cachondeo!

Las presiones de los comerciantes de la ciudad, sostiene Barbosa, parece que fueron las que empujaron al alcalde a solicitar a José Bono, el Gobernador de 1919, no el otro (¿a que al final va a ser circular...?), el levantamiento de la prohibición aunque fuera en ese epílogo carnavalero metido ya en Cuaresma. Y parece que funcionó. Eso sí, el Domingo de Piñata se celebraría con las mismas restricciones que ya se venían imponiendo a las fiestas desde el año anterior. Intentos, a todas luces, de estetizar el Carnaval de la calle pero, sobre todo, de vigilarlo, de controlarlo y de evitar la aparición de esas comparsas ilegales que cantaban letrillas ácidas y críticas contra los poderes establecidos (poder político y eclesial, fundamentalmente) y su mijita de picante...

Prohibido el uso de disfraces que criticasen a los diferentes poderes e instituciones. Obligación para las agrupaciones de solicitar la correspondiente licencia entregando dos copias de las letras, nombres y domicilio de los componentes y descripción del tipo. Prohibición de reuniones de individuos “que con pretexto de formar comparsas molesten al público con peticiones e inconveniencias”... Son algunos de los preceptos que se recogen en el bando de García Noguerol del 24 de enero de 1918, y que volvería a emitir el 15 de febrero del 1919.

Un bando donde, así, como anécdota, y leyendo entrelíneas, queda patente el espíritu emprendedor del buscavidas gaditano cuando el hambre aprieta: “se prohíbe del modo más terminante recoger del suelo papel picado ya servido, y para la venta de dicho artículo, serpentinas y objetos análogos es indispensable permiso especial de esta Alcaldía (...) La venta del expresado papel ha de ser precisamente suelto o en sacos y envueltas que contengan al menos 500 gramos, quedando por tanto prohibidas la expedición de cartuchos y pelotas”. Vamos, que la reventa del papelillo estaba a la orden del día...

Papelillos que no inundaron las calles durante los tres días oficiales de la fiesta, pues el único papel que se repartió fue el de los bonos (la limosna) de pucheros y piezas de pan de la panificadora Eureka, que al parecer desde el ayuntamiento se donaban a diferentes instituciones para repartir entre los más necesitados.

Carta del alcalde al gobernador civil para que autorice la celebración del Domingo de Piñata.
Carta del alcalde al gobernador civil para que autorice la celebración del Domingo de Piñata.

También estaban permitidos en ese diezmado Carnaval del 19 los bailes de máscaras y disfraces en los teatros y casinos, y las actuaciones de las agrupaciones en locales y recintos cerrados. Pero, a tenor de algunas detenciones, en las calles de Cádiz durante aquellos días pudo verse a algún que otro valiente con máscara e, incluso, se cantaron algunas coplillas en los aledaños de la Plaza, según recoge la prensa de la época.

Que sí hay fiesta, que no, que caiga un chaparrón... Esta actitud esquizofrénica de las autoridades de 1919 no puede disculparse por el miedo a la mal llamada gripe española, la gran fake news del siglo XX donde España paga su neutralidad en la I Guerra Mundial con el honor de nombrara a un virus que para los países envueltos en la contienda no existía (aro, aro).

No se explica, no, la prohibición del Carnaval (ojo, del carnaval en la calle, como ha quedado patente con el bando municipal) por el miedo al contagio de la gripe, pero se entendería una descomposición grande por las revueltas obreras –huelga en el depósito franco del sindicato de carreros y cargadores, huelga de los obreros de la construcción naval del Astillero de Matagorda y boicot de los estibadores del puerto a la Compañía Trasatlántica– que pararon casi por completo la ciudad los días 11, 12 y 13 de febrero y que se saldaron, incluso, con un muerto y varios heridos por un enfrentamiento entre la guardia civil y los trabajadores el día 11.

Bando del alcalde Manuel García Noguerol del 15 de febrero, antes de la orden de suspensión del Carnaval.
Bando del alcalde Manuel García Noguerol del 15 de febrero, antes de la orden de suspensión del Carnaval.

¿Que al Carnaval lo paró un virus? Al de 2021… Al de 1919 parece que lo pararon las jornadas inhumanas de trabajo, la escasez de alimentos básicos, la subida de precios (el pan y las patatas estaban por las nubes) y el hambre generalizada que fueron las causantes de esta gran huelga general donde los obreros gaditanos reivindicaron mejores salarios y la jornada laboral de ocho horas.

Pero, efectivamente, cómo no iba a afectar al Carnaval una emergencia sanitaria que, como sabemos en nuestras propias carnes, trastoca el día a día de cualquier ciudad. Hablemos de la pandemia, pues, tirando de Zilberman y de su amigo Guerrero.

La gripe española llegó a un Cádiz, según denunciaba en 1918 en Diario de Cádiz el reputado pediatra Bartolomé Gómez Plana, con escasa limpieza por falta de riego en las calles, sin agua corriente “en las casas de los pobres”, con la venta en la vía pública de alimentos frescos (ironiza)... No es de extrañar que la gripe se cebara con los estratos más débiles de la sociedad...

Llegó en dos olas, la primaveral, de finales de mayo a mediados de julio de 1918; y la otoñal, que comenzó en octubre y se extendió hasta fechas carnavalescas de 1919, de hecho, tuvo “focos explosivos” en enero y principios de marzo. Una epidemia que en Cádiz alcanzó a medio millar de personas en el diciembre que separaba un año de otro y que se cobró la vida de 175 personas (en 1918) y de 102 (en 1919).

Un Cádiz que se preguntaba, ¿qué hacemos con los enfermos? y, todavía más, ¿qué hacemos con los enfermos que vienen de fuera? (por tutatis, que va a ser circular...) ¿Las respuestas? Múltiples. Brotes de solidaridad, de insolidaridad, sesgo económico, visión sanitaria... Bueno, hasta su tradicional falta de medios hubo pues el médico responsable del control de carreteras pidió 12 termómetros y la autoridad lo consideró exagerado... (Hay cosas que nunca cambian).

Nombres de los grupos que pidieron licencia municipal en 1919 para salir a la calle en Carnaval.
Nombres de los grupos que pidieron licencia municipal en 1919 para salir a la calle en Carnaval.

Más ejemplos concretos. Fueron numerosas las protestas ciudadanas al alcalde por dejar pisar tierra a los viajeros griposos que llegaban a Cádiz en barco. A tanto fue la cosa que García Noguerol en Cabildo municipal tuvo que poner sobre la mesa la cuestión que siendo Cádiz una ciudad comercial no podía rechazar a los visitantes que acudieran ya fuere por mar o por tierra. Ojo, que en 1918 entraron en el puerto gaditano más de 1.000 barcos.

De esta forma, se decidió habilitar diferentes barracones o casetas en Duque de Nájera y en Puntales para que los enfermos pasaran su cuarentena. Por su parte, Carlos Barrié, delegado de la compañía naviera Trasatlántica, ofreció una casa de convalecencia en el pinar junto a Matagorda, además de utilizar el chalé Gloria, en la carretera entre Cádiz y San Fernando, para alojar que se sepa (que haya sabido Francisco Guerrero, autor del estudio), a un viajero enfermo.

La iniciativa de Barrié no encontró reticencia en los gaditanos pero lo que concernía a la ciudad... Digamos que resumimos el espíritu general con las declaraciones de Gómez Plana que dijo que sí, que muy bien que se diera asilo a los enfermos, eso sí siempre que se los llevaran “de Cortadura en adelante...”

Se terminó de formar cuando a las autoridades se les ocurrió mandar a los enfermos a la Barriada Obrera, en extramuros, provocando al menos, un rosario de cartas en el Diario contra esta decisión. Bueno, quizás exceptuamos a los vecinos de la calle Plocia y a la gente de la Fábrica de Tabacos, que escriben al alcalde protestando por que se ha alojado a un viajero enfermo en Plocia, 21y solicitándole que lo traslade a dicha barriada de puertatierra.

Es imposible negar que este panorama de cierta paranoia y tensión tuvo que afectar a la decisión de celebrar, o no, el Carnaval –súmele escuelas de primaria cerrada (no los centros de segunda enseñanza ni de estudios superiores) y otra pugna por el Teatro Principal que permanecía abierto– aunque el temor a más revueltas sociales y el interés por controlar la fiesta de la calle (aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid...) fueron los motivos principales de la prohibición.

Lo mejor, como siempre, la incidencia de la actualidad sobre la imaginación de los carnavaleros. Que si en el Carnaval de 1920 salió ‘El médico Manganelli y el fumigador rabioso’, más rápido estuvo Manuel León que en ese 1919 ideó a ‘Los Fumigadores modernos’, ataviados con sus depósitos de Zotal y su “material moderno de desinfección”. Que salieron, un Domingo de Piñata que valía por todo un Carnaval.

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