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¡Viva la Viña! ¡Vive Manolo!

'El Batallón Rebaná', antología de Manolo Santander

‘El Batallón Rebaná’ protagoniza este domingo un emocionante estreno de la antología de Santander en el Teatro del Títere

Estreno de 'El Batallón Rebaná', antología de Manolo Santander, en el Teatro del Títere La Tía Norica. / Jesús Marín

Cádiz/“¡Viva la Viña, joe!”, “¡Viva Cai!”, “¡Ámonos!”. Pudiera ser la voz de Manolo Santander y, en cierta manera, lo era. El público del Teatro del Títere, más público del Falla que el propio público del Falla, lanzaba las proclamas a corazón abierto, rendidos de antemano a ‘El Batallón Rebaná’, que no necesita levantar la mano, ni la voz, ni la guitarra, para conquistarlos. No era la voz de Manolo Santander, pero bien pudiera serlo, la que jalea y empuja a los suyos. Pero es el público, el pueblo, la Viña, la que habla desde el patio de butacas como él, tantas veces, habló por ella sobre las tablas. Y aprieta la voz de poza de su hermano Emilio, y su hijo Manolín templa el son entre las cuerdas y sus fieles seguidores agitan su bandera, la de la gaditanía y el 3x4, durante el estreno de la antología confeccionada con sus coplas, tan eternas como su fe inquebrantable en todo lo nuestro. Viva la Viña, joe, porque vive Manolo Santander.

No era la voz de Manolo Santander, ni estábamos en la orillita de la Caleta –curiosamente, sí en la que sería una de las orillas del antiguo Canal Bahía-Caleta–pero sus hombres se encargaron de sacar a flote su legado, tan marino, tan salado, este domingo durante cerca de una hora y media en la que las emociones azotaron con más fuerza que el temporal Emma sobre el Puente Canal.

La versión más carnavalera de la Luna de Méliès , emblema de las escenografías de la chirigota de Santander en los últimos años, se posaba sobre Manuel Santander Grosso, Juan Carlos Sánchez Requena, Manuel Domínguez Portilla, Carlos Pérez, Francisco Javier Rodríguez, Fernando Travesi, Isidro Casado, Luciano Fernández, Manuel Aragón, Emilio Santander, José Rodríguez Goma, José Manuel Sánchez Reyes, José Antonio López Suárez, Emilio López y Antonio Llul (y con Guillermo Aguayo, que no pudo actuar en el debut por “un problema personal”, en la cabeza), todos ellos enfundados en el particular uniforme de ‘El Batallón Rebaná’, fiel al estilo clásico del tipo gaditano, que vienen a defender esas cositas tan nuestras como “el ciclo reproductivo de la quisquilla de poza caletera y el 3x4”, como adelantaba la avanzadilla, José Luis Aculaero, que introducía con un recitado a la chirigota de Santander advirtiendo, también, que no tendrán piedad con el que baje a La Laja “en chanclas, escarpines o zapatos”, porque “¡hay que ponerse unos gargajillos, carajo!”.

Aplausos atronadores, como la antigua megafonía del Club Caleta, entre los que irrumpen los chirigoteros, todos hechuras y arte, para interpretar una presentación inédita, compuesta para la ocasión, en la que se lanzan “al ataque con tomate” y se defienden tirando “papas con alcauciles”. ¡Ole! Que no se pierda esa íntima relación entre la buena copla y la buena mesa.

Y se activa la máquina del tiempo, la memoria de las piedras, de las quince piedras caleteras, y se obra el milagro: vive Manolo y vive su Viña, de la que relató sus alegrías y miserias en pasodobles tan inolvidables como el de ‘Hasta que la muerte nos separe’ (“cómo le hago un piropo si mi barrio se desmorona”) o en el de ‘Los primerizos’ donde su hijo Manolín, a solas con su guitarra, canta ese escalofriante remate de “y allí me quiero morir aunque me quede yo solo”; o en esa última copla, como una promesa, donde nos espera en la orillita de la Caleta que escribiera para ‘La maldición de la Lapa Negra’.

Y vive Manolo en el “loco, loquito, loco” de ‘Los de Capuchinos; y en el “yo no sé nada, yo no sé nada, y te comiste toda la fuente de empanada, estropajo nanas” del popurrí de ‘Los pepperoni’, que el auditorio canta de principio a fin; y vive Manolo en el “y aquí, pon, pon, pon, llega la caballería” y en esa pregunta que le hace a su Falla: “¿dime qué tienes, ladrillitos coloraos...?”.

Manolín Santander se abraza a su madre, Meli Grosso. / Jesús Marín

Vive Manolo en el pasodoble de ‘Bien nos diste coba, Cristoba’ y hasta en el recuerdo a su etapa juvenil en ‘Los piratas de la cascada’. Vive Manolo, eterno, pidiéndole perdón a su hija Palmira por no echarle la suficiente cuenta a su vocación carnavalera (’Los de Cádiz norte’) y hasta en su vecina María Isabel, que tenía “muy buen tipo” pero era “muy puerca” (’Guasa cubana').

Y si viviera Manolo Santander vería a su mujer y a su hija, a su querido amigo Libi y a su primo Nandi Migueles, entre el público; y a su amigo Antonio Martín sobre las tablas rindiéndole tributo con una copla para la ocasión; y a sus hombres, emocionados, al finalizar la actuación con el teatro en pie entonando el, ya himno, Me han dicho que el amarillo... Y sentiría orgullo, a buen seguro, viéndolos tomar posiciones en San Miguel con Gaspar del Pino para cantar en la calle, a todo aquel que quiso escucharlos, tras el estreno oficial en el coliseo bajo el que reposa los restos de Gadir.

Y si viviera, que vive por obra y arte de este Batallón Rebaná que rebosa garbo y esencia, no tardaría Manolo en gritar “¡viva Cai!, ¡viva la Viña!” con sus eternas hechuras chirigoteras que tanto se echan de menos en su teatro y en su barrio. Viva Manolo, vive Manolo, por siempre.

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