La luz que guía a las coplas
Carnaval de Cádiz | Comparsa 'Los luceros'
Tocados por el haz que se levanta en el Castillo de San Sebastián, la comparsa ‘Los luceros’ se mete en la piel de un viejo farero en el Espacio Fernando Quiñones
Cádiz/Decía Fernando Quiñones que la poesía venía a ser como un vaso de whisky solo, un relato llevaría hielo y a una novela se sumaría el agua, pues es la misma la sustancia esencial y sólo se trataría de una cuestión de intensidad. Y hoy aquí, con su imagen mil veces reproducida en las paredes y su espacio saeteado por los colores, sabores y olores de una comparsa, me pregunto, ¿y ese mismo whisky no estaría acompañado por las burbujas chispeantes de un refresco en una copla carnavalera? Cosas que piensa una observando a este viejo farero que recrean ‘Los luceros’ y que bien podría ser el protagonista de uno de esos hermosos relatos del escritor chiclanero.
Un farero “un tanto especial” (natural, sale de la pluma excelsa de otro talento de nuestra tierra, Miguel Ángel García Argüez) porque “se asemeja más a los luceros que iluminan el cielo”, explica el director de la comparsa Ángel Subiela, a medio maquillar y a medio tatuar en el interior del Espacio Fernando Quiñones. Afuera, en la terraza del antiguo Club Marte desde donde se divida el haz que arroja el faro del Castillo de San Sebastián, el comparsista Jonathan Pérez también ofrece su visión: “El mensaje es que hay personas que iluminan nuestro mundo, y a esas hay que tenerlas cerca, ¿verdad?”.
Fareros, luceros... ¡Qué más da! La luz es la protagonista, la luz física y la metafórica que nos muestra lo hermoso pero también lo feo. ¿Qué si no es una copla de carnaval?
Jonathan, transformado completamente ya en el personaje, enciende el candil para una fotografía mientras nos cuenta que “para nada” está nervioso, que esa sensación le subía al estómago “mucho más” cuando firmaba su propia comparsa (que “algún día” volverá, promete). Subiela, con cuatro manos curtiendo su rostro, es el reverso de la moneda, “¿nervioso?, no, nerviosísimo, el primer día lo odio, es el peor sin duda, lo llevo fatal”.
El equipo de una decena de profesionales de Piarlé contribuyen a calmar los ánimos afanándose en los postizos de las barbas, en la perfecta colocación de los tatuajes, en la aplicación del supracolor y maquillajes cremosos con los que crean la ilusión de una piel expuesta al sol por años, por décadas. Quattros, en quien la comparsa "confía plenamente", asegura Subiela, se ocupa del diseño de este tipo y del atrezzo.
Quiñones inmortalizado en su Caleta no le quita ojo a estos fareros, a estos luceros, a estos personajes solitarios y reflexivos que si no tienen un relato, tienen una comparsa, que no es poco. Poesía y burbujas.
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