El Carnaval de Montevideo da brillo a la herencia gaditana
A orillas del Río de la Plata, la murga venida de Cádiz se ha engrandecido. Toda la sociedad participa en el Carnaval uruguayo, que se ríe con las murgas y da vida a los barrios obreros
Tema musical: 'Montevideo' de Tabaré Cardozo. Himno oficial de la capital iberoamericana del Carnaval.
"Gracias por traernos la murga" me dijo esa noche la entusiasta Ana Bello, una de las coordinadoras de Montevideo Capital Iberoamericana del Carnaval. Gracias a Cádiz, quería decir Ana, pero el agradecimiento debería ser de ida y vuelta, visto cómo han engrandecido la herencia que dejó en 1908 'La Gaditana que se va' en el Río de la Plata. "El Carnaval de Cádiz no es el mejor del mundo, yo al menos he visto uno mejor aquí" le tuve que contestar. Las dos frases eran sinceras. El bonito himno oficial de Montevideo como Capital Iberoamericana del Carnaval, compuesto por Tabaré Cardozo, talentoso director de 'Agarrate Catalina', reza en una de sus estrofas: "Madre, milonga llorando su amor/padre, tambor africano/ y el pasodoble de un barco a vapor/ herencia de gaditanos". Gracias.
Las murgas. Está feo comparar, pero el nivel que pudimos apreciar era excelente. Como las de Cádiz, imposible, he escuchado al volver. Bueno... las voces eran estupendas y afinadas. Las letras, muy bien escritas. El sentido del humor, universal. Maquillaje y vestuarios, infinitamente más elaborados que en Cádiz. Un placer. En otra modalidad, la de parodistas, los ídolos de las jóvenes y no tanto (que lo digan Graciela, Selva o Rosario, algunas de nuestras anfitrionas) pudimos asistir a parodias basadas en ¡pásmense! el Lazarillo de Tormes y la vida de Baudelaire. Nivel cultural.
Llegas a la capital uruguaya y no hay iluminación especial ni nada que te haga darte cuenta de que vas a vivir 45 días de espectáculos, el Carnaval más largo del mundo. Pero el Carnaval está, aunque en otros sitios: en el Concurso Oficial del Teatro de Verano; en los tablados privados y en los populares de los barrios más lejanos, llenos de puestos y a los que se desplazan en camión nocturno y frenético las agrupaciones punteras; en el Desfile de Llamadas donde luce la raíz esclava africana de la celebración; en la especial, complicadísima, creativa y brillante labor de maquilladores y vestuaristas como Rosario Viñoly y Carmen Anderson. Está también en la labor participativa del pujante Museo del Carnaval, reciente Premio Reina Sofía a la preservación del patrimonio cultural y que dirige el festivo Eduardo Rabelino, potente bajo murguero.
El Carnaval recorre y cruza toda la sociedad montevideana. El ministro de Economía escribe letras de murgas, cuando descansa de otro tipo de letras; la ministra de Salud figura en la cuerda de tambores de una comparsa de lubolos (negros falsos, o blancos pintados de negros); el propio presidente de la República Oriental del Uruguay, Tabaré Vázquez, perteneciente al Frente Amplio de Izquierdas, salió tocando el redoblante (el equivalente a la caja de las chirigotas de Cádiz) en los tiempos en que iniciaba sus acciones sociales, en La Teja, el concienciado barrio obrero y vivero de murguistas. El Carnaval de Montevideo nació pobre. Engrandecido y enriquecido, sigue teniendo su vertiente más auténtica en los barrios: con los hijos de emigrantes europeos en La Teja y La Unión, con los negros de Sur y Carmelo y sus Llamadas, pasacalles de las comparsas de negros y lubolos.
En Montevideo no hay peñas carnavalescas; el pilar de la fiesta son las murgas y las asociaciones civiles, grupos potentes de ciudadanos unidos en la defensa de sus derechos y de sus deberes. En la Asociación El Arbolito, otra vez en La Teja, los vecinos se han organizado, y los importantes ingresos que les procura la explotación de su tablado sirven para sufragar importantes beneficios para el barrio. "El Carnaval es de vida o muerte para nosotros -dice Andrea, una de las dirigentes vecinales-, nos identifica y aparte de divertirnos, con el dinero financiamos una policlínica, y tenemos una radio y un periódico". Ella es joven, pero la lucha de El Arbolito empezó hace mucho, en años difíciles, con el propio presidente Tabaré Vázquez, con su amigo 'Pistola' Marciscano, toda una institución en la lucha contra la dictadura que dominó el país desde 1973 a 1985, con tantos vecinos.
El Pistola fue el encargado de inaugurar esa noche el decorado del tablado de El Arbolito, elaborado por los vecinos con la ayuda de Gabriel y sus artistas del Museo del Carnaval: una figura de Arlequín que entrega una máscara a un obrero. "El Arbolito no morirá jamás", arenga Marciscano tras declararse "recontracontento" por la ocasión. "Disfruten, uruguayos, disfruten". En un lugar lejano, en el Monte de la Francesa, un barrio deprimido y con problemas de drogas, los vecinos cuentan a la prensa cómo se movilizaron hasta impedir el derribo de un teatro al aire libre, y entre todos lograron rehabilitarlo para todo tipo de actividades, y por supuesto el Carnaval. Allí estaba Lorenzo Roldán, septuagenario histórico artista de carros alegóricos (carrozas) de Carnaval, antes retirado y ahora recuperado para labores de decoración de tablados, por el Museo. Todo de manera altruista: "Algo hay que dejar a los demás antes de irse de este mundo", dice. Y nos emociona.
Como Montevideo.
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