Visto y Oído
Broncano
La copla sencilla
POR supuesto que no lo es. Por más que se repita esta frase, siempre tendrá sentido para el que la dice, y para muchos que la escuchan, pero... ¿acaso el Carnaval debe ser “lo que era”? Si desde siempre hemos escuchado esta expresión, y si aceptáramos que la evolución no puede producirse bajo ningún concepto, es muy posible que nuestra fiesta hubiera desaparecido hace muchas décadas.
Si algo distingue a nuestra fiesta de las coplas es su increíble capacidad para sobrevivir adaptándose a los tiempos. De hecho, habría que cuestionarse cuáles son los elementos comunes a todas sus etapas, porque lo variable gana a lo invariable, por descontado. En cambio, no tenemos ninguna duda de que lo que está ocurriendo ahora mismo se llama “Carnaval de Cádiz”, y lo que ocurría en los años 50 y en los años 20 del siglo pasado también era “Carnaval de Cádiz”.
Todos tenemos derecho a la nostalgia. Va en la propia naturaleza del ser humano escribir con líneas de oro tu propia historia y construir tus narrativas acerca de lo vivido. Recordar un bonito pasado permite evocar las emociones intensas y agradables, colorear de nuevo el blanco y negro, y rellenar con idealismo los vacíos de memoria que nuestro cerebro convenientemente ha creado.
Pero esto no puede servir para imponer a las nuevas generaciones nuestras narrativas como las únicas auténticas y genuinas. Ese fue tu descubrimiento mientras crecías, pero para los más jóvenes, sus narrativas son las auténticas. Nostalgia sí, “nostalgismo” no.
Este nostalgismo, que está en pleno apogeo en muchos participantes y aficionados a la fiesta, es peligroso y dañino. Se ve, por ejemplo, cuando alguien reclama para sí el mérito de sacar “la auténtica chirigota de Cádiz”, o el “coro clásico como deben de ser los coros”. Cuando podríamos demostrar con gran facilidad que no existe ni una sola chirigota ni un solo coro actual que representen fielmente lo que estas modalidades ofrecían en los primeros años 80, sin necesidad de irnos más lejos.
El peligro viene de confundir dos cosas: la responsabilidad que tenemos como carnavaleros de mantener la tradición y legarla a nuestros hijos de la mejor manera posible para que se conserve para siempre, con la imposición de mis propias vivencias y de lo que en mis tiempos se estilaba para catalogarlo como lo “auténtico”, tachando de falso o perjudicial lo que las nuevas generaciones vienen proponiendo, siendo fieles a la necesidad adaptativa del Carnaval, como fiesta de un pueblo que evoluciona.
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