Visto y Oído
Broncano
Fran Quintana | La copla sencilla
Tomando mi cafelito de las 15.30 en mi cafetería de siempre, escucho hablar a un hombre, apesadumbrado, al que había visto antes salir de los cercanos juzgados. “Qué pena de mi niño. Es muy chico todavía, aunque ya sea mayor de edad, apenas tiene 19 años, ¡pero es un niño! Y mira qué lástima, ahí juzgado como un delincuente…” “Me lo han estropeado. Yo lo eduqué como al resto de sus hermanos, ¡o todavía mejor! A mi niño no le ha faltao de ná, qué lástima, lo he llevao conmigo a todas partes, yo encima de sus estudios, aunque él no quería, su ropa, sus caprichos… lo he animao siempre, me lo he comido a besos cada vez que podía... ¡Mira que como padre yo he hecho tó lo que se podía hacer! Pero nada: cuando un melón sale malo, sale malo”.
De repente, se me vinieron a la mente las palabras de muchos autores tras una decepción en el concurso: “No entiendo cómo han podido dejarla fuera… ¡si está estupendamente! He trabajado de lo lindo, le he puesto las mejores letras, he mejorado la música del año pasado, he traído instrumentos, he hecho teatrillo, he pagado un dineral a un artesano…, ¿qué más podía hacer? Yo creo que ná, ¿verdad? Po me la han dejao fuera. Esto es injustísimo”.
Esta experiencia la hemos sentido muchos. O quizás todos. Pero no es cuestión de melones, no. Al igual que el padre del chico, por mucho dinero que le eches, horas de esfuerzo, mejoras por aquí, y por allá…, no habrá nada que hacer cuando lo que falla es algo más íntimo, más personal, y puedes llamarlo como quieras. El planteamiento inicial. La base segura. La idea. El por qué, y el para qué. Y es ahí, en ese lugar donde se cuecen nuestros propios afectos y motivos, en el núcleo de lo que somos, es donde tanto a padres como a autores nos cuesta tanto y y tanto mirar…
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