El reflejo en el arroyo
La copla sencilla
En el proceso de preparación de una agrupación, son tantas las ganas de superarse a sí mismo, que el autor dedica grandes cantidades de tiempo a ver su rostro reflejado en el papel
Según la versión romana del antiguo mito griego, Narciso era un joven guapo y atractivo, que podía haber vivido hasta la ancianidad si no hubiera quedado atrapado en una situación insólita: enamorado de su propio reflejo en un arroyo, no podía tocar su imagen, pero tampoco podía dejar de mirarla. Finalmente, como era de esperar, la historia acaba bastante mal: el joven se suicida.
En el proceso de preparación de una agrupación de Concurso, son tantas las ganas de superarse a sí mismo, que el autor dedica grandes cantidades de tiempo a ver su rostro reflejado en el papel, o en la pantalla, tratando de perfilar su propia imagen, su identidad, en esa copla que va a lanzar. Pule y se exige, se enamora y se desenamora, se frustra y se enfada, pero como Narciso, parece condenado a revisarse y mirarse a sí mismo, una y otra vez. Claro que, al igual que un joven adolescente en plena lozanía se detiene ante el espejo para mirarse con redundante motivación, se puede decir que nada tiene de malo esta práctica, mientras se acepte que hay vida más allá de uno mismo.
El problema puede estar en quedar atrapado en esa visión de túnel, durante el propio desarrollo del concurso, e incluso después de acabar, extasiado por las alabanzas o bloqueado por las críticas, como si no hubiera otra razón de ser en el concurso que la propia autocontemplación. El colmo del narcisismo se alcanza con el fenómeno de las letras auto-dedicadas, de inquietante sonrojo... Es muy recomendable que los autores hagamos un esfuerzo por despegar la mirada del reflejo en el arroyo, levantarnos, y mirar alrededor: hay mucho de lo que aprender y con lo que disfrutar.
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