Cierre de un clásico
San Fernando dice adiós a más de 80 años de buenos churros y papas fritas

Lloran a miles, algo habrá hecho

Juan Carlos Aragón

Ilustración: Miguel Guillén.

Quien escribió “que yo pa tragedias ya tengo la mía” para criticar tantos pasodobles de pena en un teatro donde en sus camerinos “ya no huele a vino, ya huele a hospital”, estaría tan incómodo observando por un agujero esta orgía de piropos, homenajes y lamentos en su nombre que pediría a gritos un cuplé. De ironía o de ‘pelos’, pero un cuplé al fin y al cabo. O utilizaría el “perdón que no me levante” del pasodoble a Andalucía de ‘Los yesterdays’ para reírse de su maldito destino que le arranca de esta tierra que le desean leve y que no debió abandonar tan pronto como para dejar huérfano al Carnaval a sus escasos 50 años.

Qué le vamos a hacer. Son las cosas que pasan cuando se va alguien tan especial. Cuando se marcha quien provocara ayer que hasta 'El País' se hiciera eco de esto que nos va a ser difícil digerir y que empezaremos a creer cuando pase mucho tiempo. Cuando nos deja alguien capaz de convertir su adiós en trending topic pese a ser ‘solamente’ un coplero de Cádiz, lo que nos refuerza en la idea de lo que el Carnaval, sobre todo por autores de su talento, ha conseguido despertar allende Cortadura, precisamente su última zona de confort en sana competencia con La Laguna, el barrio natal, el de los pintores que retrataron su impecable trayectoria de cantautor rebelde que soñaba con llegar a la altura de ‘Los mandingos’ de Antonio Martín. Porque de esas comparsas de pasodobles picaditos vinieron los lodos de algunos de los pasodobles de Aragón.

No son de extrañar tantas reacciones. Porque lloran sus seguidores, que son legión. Los que se sentaban ante el ordenador para conseguir una entrada con la que ver a su comparsa en el coliseo de Fragela o se quedaban noches enteras en una cola. Los que convertían su salón en un festín la noche de su estreno en la preselección. Lloran sus rivales y enemigos. Los ahora cuarentones que siguieron a sus tintos de verano por las calles de Cádiz en febrero del 95 repitiendo sus desvergonzados cuplés en una prolongada borrachera de Sábado de Carnaval a Domingo de Piñata. Los y las que aprendieron a amar por culpa de los carnavales. Los que salieron en sus comparsas y llevaron sus coplas por toda Andalucía. El aficionado de La Viña y el de Barcelona.

Y si alguien se extraña de la dimensión que ayer se le dio a la muerte de Juan Carlos Aragón, habrá que contestarle con un tan gaditano “algo habrá hecho”. Carnaval, simplemente. Y del bueno. Tocando los palos del armazón que sustenta la fiesta: ironía, guasa, picante, crítica, insolencia, poesía y sentimiento. Por eso es un mito. Y por eso existen los mitómanos: porque son agradecidos con quienes en algún momento de sus vidas les han hecho felices. En este caso, con sus coplas inmortales, serenas, bohemias, golfas, condenadas, caídas, apaleadas, peregrinas y mafiosas. Pero, sobre todo, gaditaníssimas.

Se acabaron los silencios previos (casi imposibles) al primer rasgueo de guitarra de la presentación, las perfectas rimas consonantes e interiores, las redes sociales echando humo tras las actuaciones de sus comparsas, la expectación por sus reacciones a un palo del jurado, los cuplés de nabos y otras hortalizas fálicas y la manera de hablar como habla ‘Er Chele Vara’. Porque con él se marcha el morbo.

El Carnaval seguirá adelante, pero no será el mismo. Qué cruel que anunciara su ausencia el próximo año y que esta vaya a ser para siempre.

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