Revisando a Paco Alba
Pito de coña
Cualquier excusa es buena para escuchar las coplas de Paco Alba. O para cantarlas aquel que pueda hacerlo sin irritar oídos ajenos y sin que el hombre del tiempo tenga que cambiar su previsión de día soleado por la de una inesperada borrasca. El autor conileño, el trabajador de Astilleros que vivía en los bloques construidos por la factoría en los años 50, merece ser recordado siempre, incluso sin que medie un evento carnavalesco; sea invierno o verano, boda o bautizo, barbacoa prohibida o reunión empresarial de directivos. Todos pueden acabar la fiesta, si se lo proponen, cantando el Vaporcito. O cualquiera de los piropos que Paco Alba dedicó a la Caleta o a la ciudad en la que echó raíces.
Pero quizás conviene reconsiderar la gran obra carnavalesca de El Brujo, revisar sus letras, como ahora está haciendo este periódico con motivo del centenario de su nacimiento, y descubrir que más allá del excelente músico, más allá del verso adulador y gadita, hay también un autor social que escribió hasta donde le dejó la férrea censura de la dictadura que en mala suerte le tocó vivir como carnavalero.
Una simple lectura de esas letras basta para descubrir que a Paco Alba también le preocupó la falta de viviendas y otros problemas de Cádiz, aunque tuviera que disfrazar a veces su crítica para sortear las cortapisas de un régimen que también a veces le rechazó letras.
Pero de todos sus pasodobles, uno de los que más llama la atención es aquel en el que defiende, con 'Los de fin de curso', la formación universitaria y la investigación frente a la pujante riqueza de futbolistas y toreros que simplemente saben dar patadas a un balón o quitar vidas a un animal. En tiempos de pan y circo -bueno, esos tópicos son recurrentes incluso hoy-, fue de valientes criticar al fútbol o a los toros, el deporte y la fiesta nacional. Y Paco Alba, más allá de su Caleta y su Cádiz, lo supo hacer.
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