Bienvenidos a mi fiesta
Opinión
EL Concurso más largo ya está aquí. Mes y pico de coplas con todos sus avíos. El Concurso del Falla, el del Carnaval de Cádiz. Nuestro Concurso. Están todos invitados, faltaría más, pero es nuestro. No lo olviden. Es nuestra fiesta y la vivimos a nuestra manera. No toleramos injerencias ni de Elon Musk.
La maldita globalización ha traído consigo algunos males modernos que contaminan lo sustancial. Porque atraídos por las luces de neón del Falla y su hoguera de las vanidades han sido miles los presuntos aficionados de más allá de nuestras fronteras que perjuran ser más gaditanos que la madre que me parió. Quizá se hayan sentido legitimados leyendo frases como la acuñada por Antonio Burgos, que soltó aquella majadería de que los gaditanos nacen donde les da la gana. No estoy de acuerdo con el maestro sevillano. Quizá es que mi cuadriculada mente geográfica me dice que los gaditanos nacen en Cádiz, los sevillanos, en Sevilla y los chechenos, en Chechenia. Y te puede gustar mucho nuestra fiesta, pero eso no la hace tuya primo. Así que podemos compartirla, podemos tener un ménages à trois para relamerse de gusto cada febrero, pero no pretendas llevarla al altar ni cambiarla de apellido porque no lo vamos a consentir.
Digo todo esto porque, según como yo lo veo, ahora empieza el Concurso y nos vemos bombardeados por tierra, mar y aire por sesudos comentaristas que no saben quién fue el Carota y que con ademanes de entomólogos de tertulias televisivas se pegan su rollazo para quien le preste oídos. Durante estos días he visto en las webs de medios de comunicación nacionales, de La Sexta a El Mundo, informaciones sobre el Concurso. Huelen la sangre y acuden como escualos hambrientos. Es la guerra por el click digital que no entiende de fronteras. Porque en cada uno de estos medios, en la inmensa mayoría posiblemente, hay un fulano al que su madre lo dormía con pasodobles de pena, de comparsas, no te miento, y esto ya le confiere la potestad de analizar cualquier copla. Nunca ha estado en un ensayo, posiblemente no ha pisado el Falla ni sabe detectar un pasodoble que arranca por notas menores con la elegancia de los más grandes, pero escribirá muy ufano de lo que le apetezca pensando que los cronistas nacen donde les da la gana. Sin entender que Cadi es de Cadi na más, y es patrimonio del gaditano.
Por otro lado, el Carnaval de Cádiz, el que luchó contra la censura, el de los tangos de las Viejas Ricas y los cuplés sinvergüenzas, está en peligro de extinción. El calentamiento global no sólo derrite el permafrost de los casquetes polares, también está ablandando la sesera a autores empeñados en avanzar con un retrovisor en la guitarra, más pendientes de lo que fue que del ahora. Transcurrido el primer cuarto del siglo XXI, con las mayores democracias del mundo amenazadas por tecnócratas y con dictadores que ni siquiera se esfuerzan en disimular sus ansias de controlar al pueblo, el Carnaval tiene una oportunidad para no doblegarse ante esa tiranía de las redes sociales, ante tertulianos bárbaros llegados del norte que siempre nos van a mirar por encima del hombro por nuestra cercanía con quienes nos legaron parte de nuestro carácter. Y, desde aquí se los digo, no tienen derecho a hacerlo. Esta es la fiesta de Cádiz, un día puede ser la leche y otro un muermo, pero nos pertenece. Es nuestra herencia. La que nos dejó el bisabuelo. La de aquellos tipos que ya en los años 60 cantaban por toda España. Aquí está todo inventado. O no. Descubrámoslo. Y toda aportación será bien recibida. Pero hacedla con respeto. Como le decía Frank Sinatra a su esposa: aconséjame, pero no me des órdenes. Disfruten de nuestra fiesta. Siéntanse como en su casa. Pero sean educados y bajen la basura cuando se marchen.
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