La copla libre
La copla sencilla
La copla es tan libre, que se ha atrevido a abandonar el universalismo para regresar a lo local
La copla de carnaval es tan libre que se ha vuelto gaditana. Es tan libre y tan rebelde, que se ha atrevido a abandonar el universalismo para regresar a lo local. Y son tan locos estos tiempos que hasta lo aceptamos como mérito, un extra de compromiso de los autores, una especie de valentía, como si el Carnaval de Cádiz tuviera que pedir perdón o permiso por ser, fundamentalmente, por y para Cádiz.
La copla se ha vuelto tan libre que levanta las pasiones apretando los resortes oportunos de un público agradecido, que responde a ciertos automatismos ya bien establecidos. Es tan libre nuestra copla que las claves de su “impacto” en el teatro se han disociado de su coherencia interna, de lo oportuno del mensaje, o de su estricta calidad. En esos momentos, la copla abandona su sentido, su raíz, deja de ser mensaje para convertirse en puñetazo. Un golpe seco, estrepitoso, que hace temblar las maderas y hace saltar a los ratones invitados a la fiesta del aspaviento. Violencia. Gritos desgarradores, retadores, al término de la copla, los oídos se vuelven sordos, no hay quien se entere de nada, porque todo es ruido, mucho ruido, pura agresividad. La copla de concurso es tan libre que le ha dado por el pugilismo, convirtiendo el escenario en cuadrilátero, los mensajes en derechazos, las voces en imponentes guantes que hagan daño, y el certamen en una vacía demostración de a ver quién es el que pega más fuerte.
Cuando nuestros grandes autores aceptan el envite y se visten de boxeadores, ¡ay!... pierden todo aquello por lo que fueron importantes. Nuestra copla de carnaval es tan rebelde y tan libre que morirá más pronto que tarde por su única y terrible esclavitud: la obsesiva e imperiosa necesidad de ganar.
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