Todos al infierno
Doña Cuaresma
ESTABA tranquilamente revisando mi colección de recordatorias de misas de difuntos cuando sonó el teléfono. Era mi amiga Pura, que me suele poner al corriente de las barbaridades que se cantan en ese antro de inmoralidad que recibe el nombre de Manuel de Falla. Por cierto: a ver cuándo los descendientes del genial músico gaditano muestran su malestar porque en el nombre de Don Manuel se canten allí tantas aberraciones y ordinarieces. Al menos, que durante ese fatídico mes el teatro cambie de nombre y le llamen, un suponer, el Templo de los Piojos. Decía que me llamaba mi amiga Pura para comentarme que una chirigota se había disfrazado de San Pedro para decidir, en ese mundo paralelo de fantasía en el que viven estos atorrantes, quienes tienen derecho a entrar en el cielo o sin embargo acaban en el averno. El autor de esta chirigota es de los conocidos, de esos que no se hartan y llevan décadas martirizándonos. Uno que se ríe mucho, al parecer. Corrí a ver el Diario y me los encontré vestidos como si fueran el primer padre de la Iglesia. ¿Cómo se puede consentir esto? ¿Dónde está el obispado? ¿por qué calla ante tan graves afrentas a la moral católica? La indefensión que tenemos las personas de conducta intachable es uno de los males de nuestros tiempos. Qué pena. Ya quisiera yo ser San Pedro, que se iban a enterar todos esos payasos. En el cielo no entraría ni uno. Todos para el infierno por sus múltiples pecados, sus vidas disolutas y aguardentosas. Y hoy canta otro prenda: el poetilla que insultó al Papa Juan Pablo. Voy a por agua bendita.
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